Luis Ugalde, SJ 14 de diciembre de 2020
Las
armas hicieron silencio y la guerra besó a la paz cuando desde la trinchera
alemana se elevó el suave canto “Stille Nacht, heilige Nacht”, al que se
sumaron los soldados ingleses en su lengua “Silent night holy night”. “Noche de
paz, noche de amor”. De corazón los enfrentados se dieron permiso mutuo para
enterrar a sus muertos y se obsequiaron cigarrillos y tarjetas navideñas. Era
la Navidad de 1914 en las trincheras de Ypres (Bélgica) a los 4 meses de
empezada la I Guerra Mundial. Los altos mandos de uno y otro lado se disgustaron
y silenciaron esa conducta tan “irracional” y peligrosa en plena guerra. Luego
continuaron durante cuatro años cumpliendo el “deber” de matarse, exigido por
la lógica “racional” de dominar y derrotar al otro. ¿Para qué? Para, por medio
de la muerte de millones, terminar los vencedores mutilando a Alemania que
había ensalzado la guerra segura de su triunfo; una humillante derrota y mala
paz que alimentó el resentimiento del pueblo alemán y dio alas luego a la
locura criminal de Hitler y a la II Guerra Mundial que, con más eficaz
“racionalidad instrumental” logró 100 millones de muertos y una Europa
destruida.
La
racionalidad instrumental y la felicidad.
Los
ilustrados del Siglo XVIII creían haber descubierto la piedra filosofal de la
felicidad humana: la causa del mal era la ignorancia y el dominante
oscurantismo religioso. Con la entronización de la diosa Razón se liberaría
nuestra razón y descubriríamos las leyes científicas que el Creador puso cuando
hizo este mundo con escuadra, compas y fórmulas matemáticas. Efectivamente en
el “Siglo de las Luces” (y antes) la razón descubrió que la materia no era
caótica e irracional sino toda ella ordenada con las leyes matemáticas,
físicas, biológicas...
También
en las sociedades desaparecería el mal con las leyes de la “física social”
(Sociología), y de la Psicología. La economía desbordaría en riqueza bien
distribuida con solo respetar la “ley científica” del libre juego del mercado
sin la imposición externa de la autoridad política ni de la ética. Las dos
guerras mundiales no fueron obra de los ignorantes, sino de los países más
“ilustrados” y avanzados en el manejo de las leyes científicas y tecnológicas
aplicadas para la mayor destrucción del enemigo. Los países más ricos y
poderosos sembraron millones de vidas en los barrizales de las trincheras y
cosecharon millones de muertes y destrucción.
Pero
en la Navidad de 1914 aquellos hombres en trincheras enfrentadas no pudieron
reprimir la fraternidad de su condición humana. Ante el Niño de Belén se despertaron
su bondad y la ternura del abrazo, porque ese “Dios con nosotros” es Dios-Amor;
los lobos descubrieron su vocación de hermanos el uno para el otro.
El
lógico disgusto de los altos mandos militares dejó al descubierto que el amor
trasciende la racionalidad instrumental (científica) y la transforma en vida.
Sabían que ese destello de fraternidad de la “noche de paz” no era una
estupidez, ni una traición, como sería juzgado y castigado por la lógica de la
guerra.
Homo
homini lupus y Europa de 1945 a 1965
El
hombre es lobo para el hombre, como ya lo escribió Plauto en el Siglo III antes
de Cristo y nos recordó Hobbes. Pero lobos llamados a hacernos hermanos, nos lo
muestra Jesús.
En
1945 según la racionalidad de la dominación, Francia y Alemania debieron
prepararse con mayor inversión, esfuerzo y técnica para derrotar al otro en la
tercera matanza mundial. Pero no fue así.
Los
vencedores -EE.UU. en primer lugar- se convencieron de que es una estupidez
mutilar al vencido y destruirlo para que nunca vuelva a tener fuerza. Por el
contrario escogieron el camino de la colaboración para la recuperación, y luego
de la Unión Europea con la convicción de que es necesario que a Alemania le
vaya bien para que a Francia le vaya bien y viceversa. Decidieron jugar a
“ganar ganar”, no invertir en tropas y armas contra el otro y desmontar las
fronteras y los odios para destruir al enemigo histórico. Las convicciones y
audacia política de tres dirigentes cristianos (Schumann en Francia, Adenauer
en Alemania y De Gasperi en Italia) fueron decisivas para la Unión Europea y el
“Milagro alemán”. Hoy la Europa de naciones que se mataron durante siglos no
gasta un euro en tanques, bombas y ejércitos para destruirse. Ya no se siembra
el odio mutuo y se entiende que la guerra, además de una catástrofe criminal,
es una estupidez destructora.
Navidad
y política en Venezuela
Esa
es la Navidad para los cristianos, y también para los que no son religiosos o
no conocen el cristianismo. Es lo que nos dice el Papa Francisco en su última
encíclica “Fratelli Tutti”. Siguiendo a Jesús, y con el ejemplo de Francisco de
Asís, estamos llamados a transformar el lobo que somos en “hermano lobo”. Sin
olvidar que esta conversión no es hereditaria, ni erradica al lobo, sino que
las nuevas generaciones, y cada persona, tenemos la responsabilidad permanente
de convertir día a día el lobo que somos en hermano. Hoy en el mundo y en
Venezuela Jesús vive y nos dice que para encontrar nuestro propio yo tenemos
que hacernos nos-otros; que dar la vida por otro no es perderla sino ganarla,
que nadie tiene más amor que quien la da por otro; y que el amor es más fuerte
que la muerte porque Dios es amor.
Venezuela
está derrotada.
Millones
van al exilio porque aquí no encuentran vida. El Poder y la dominación
entronizados como supremos dioses han traído muerte, miseria y represión,
incluso para los seguidores de la dictadura. Continuarla es una estupidez y un
crimen. Esta Navidad como ninguna otra hemos de preguntarnos qué debemos hacer
unos y otros para entrar en una nueva dinámica política de “ganar ganar” con la
convicción de que para que al pobre le vaya bien tienen que florecer el trabajo
y las empresas y que estas no pueden ser exitosas si el pueblo está en hambre,
sin educación, sin oficio, y sin trabajo ni ingresos.
La
política tiene que nacer de nuevo.
En
esta trágica derrota nacional sin ganadores, el diálogo nacional e
internacional ha de ser la piedra fundamental para que renazca la vida, la
economía y la política democrática animada por la fraternidad.
¡Feliz
Navidad a pesar de que Venezuela llega a ella derrotada y en agonía! Que el
Niño-Dios nos traiga como regalo la convicción de que la felicitad no está en
la destrucción del otro bando, sino que el otro tiene lo que a mí me falta y yo
lo que él necesita: ser nos-otros. Que el reconocido fracaso del enfrentamiento
destructivo nos lleve a entender que la puerta de la felicidad se abre hacia
fuera (Kirkegaard) y que mi llave está escondida en el otro y la de él en mi.
¡Feliz
Año 2021 con una nueva Venezuela como tarea de todos!
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