Rafael Osío Cabrices 19 de abril de 2021
@osiocabrices
A
propósito de su nuevo libro sobre la historia de la democracia en Venezuela, el
escritor y académico comparte sus tesis sobre el centralismo y el sectarismo
como inhibidores de las libertades, a lo largo de toda nuestra historia
Ahora
que tenemos jóvenes venezolanos de veintitantos y treintaintos tratando de
entender el país que no conocieron —porque los hay, incluso fuera del país, y
en este medio y en Caracas Chronicles suelen escribir varios de
ellos— la obra reciente de Rafael Arráiz Lucca es un lugar insoslayable.
Por
décadas ha sido uno de los intelectuales más trabajadores y prolíficos del
país, como poeta, gerente cultural, editor y ensayista, y en años recientes,
tanto como profesor en la Universidad Metropolitana como en su imparable labor
como autor y difusor de la historia económica y política de Venezuela, Arráiz
Lucca ha probado hasta con el podcast y
ha construido una colección de títulos en la editorial Alfa que
hoy crece con La democracia en Venezuela: un proyecto
inconcluso, donde sigue “el curso de la idea-fuerza de la nación
venezolana” desde los cabildos coloniales hasta lo que tenemos hoy, una
dictadura impuesta sobre lo que Arráiz Lucca todavía ve como una sociedad que
conserva el espíritu o al menos el sueño democrático.
Pero
en estos tiempos de cerrazón, el nuevo libro de historia de Arráiz Lucca
resalta sobre todo por su ecuanimidad.
Me
pareció entender que, en cuanto a las ideas democráticas, el fracaso de la Gran
Colombia tiene que ver con que Bolívar se empeñó en imponer su eterna vocación
centralista y lo que hizo fue reventar su proyecto. Cuando viene el periodo
conservador entre 1830 y 1848, resurge el proyecto democrático, claro que
dentro de sus límites, pero vuelve a fracasar. ¿Fracasó porque Páez se confió
frente a la amenaza que representaban los caudillos orientales?
No
creo que haya fracasado. Tuvo graves inconvenientes, como cuando Mariño y
Monagas le dan el Golpe de Estado a Vargas en 1835, pero Páez restituye el
orden constitucional, y las presidencias de Páez, Soublette, dos cada uno,
sumaron 18 años de crecimiento económico, entre 1830 y 1848. Allí están las
cifras del profesor Baptista. Crecimiento económico con alternabilidad
democrática. El ritmo se pierde con los Monagas y su nepotismo y la pretensión
de José Tadeo de eternizarse en el mando, cuando hace redactar la Constitución
de 1857 que extiende el período presidencial a seis años y permite la
reelección inmediata. Allí está el nudo. También Santiago Mariño atentó cuanto
pudo contra el ritmo republicano. En este sentido eres preciso cuando hablas de
los orientales.
¿Hay
un patrón de reforma hacia la apertura que crea contrapesos y amplía derechos
políticos, que luego sucumbe ante una reacción autoritaria que tiende a salirse
con la suya? Parece que pasó con Monagas desde 1848, y luego con la Guerra
Federal, y más de un siglo más tarde con las reformas del segundo gobierno de
CAP.
Es
así. En Venezuela conviven, desde sus orígenes republicanos, una fuerza
democrática y descentralizadora del poder, con otra centralista y autoritaria.
Muchas veces se mezclan y se hacen borrosas porque los personajes pasan de un
bando a otro, pero las fuerzas están allí hasta el día de hoy. Esas dos
fuerzas hacen de la historia venezolana una secuencia pendular, donde por
largos períodos prevalece una fuerza sobre otra. En el siglo XX el gomecismo es
centralista y autoritario, mientras durante la democracia representativa
(1958-1998) gobierna la otra fuerza. En los años de Chávez y Maduro es obvio
cuál de las fuerzas ha prevalecido.
En
cuanto al proceso de descentralización iniciado con la creación de la Copre,
que llevó a la elección de gobernadores y alcaldes, ¿cómo crees que contribuyó
a nuestra historia democrática, inconcluso como fue? Porque para quienes se
habían estado negando a él, hoy podrían decir que fue como la perestroika:
fue una grieta que hizo que se fuera el dique que contenía al sistema
político. Antes de que llegara el chavismo a desmontar todas esas
conquistas, el proceso de 1989 fue clave para disolver el bipartidismo, por
ejemplo.
La
Copre sentó en una mesa a Carlos Andrés Pérez y Eduardo Fernández en 1988, y
ahí firmaron un acuerdo para implementar la elección directa de gobernadores y
alcaldes, que era una deuda histórica de la democracia venezolana desde la
Constitución de 1947. Una lamentable deuda, que no fue saldada en la
Constitución de 1961, y que vino a saldarse en 1989, cuando era tarde, pero sin
duda necesario y, ciertamente, deshizo al sistema bipartidista, y la democracia
tomó una nueva fuerza con partidos regionales como el MAS, La Causa R, Proyecto
Venezuela, y los verdaderos liderazgos de AD y Copei en las regiones. Fue un
momento estelar de la democracia venezolana. El costo más alto lo pagaron AD y
Copei, que no se habían preparado para una realidad federal que, obviamente, es
más democrática que la centralizadora, donde se elegían a dedo los gobernadores
desde Caracas. El último gobierno así fue el de Lusinchi, cuando los
secretarios generales de AD eran designados gobernadores.
Si los
cabildos fueron la semilla de nuestra historia democrática durante el periodo
colonial, ¿es factible pensar en que las alcaldías o los gobiernos regionales
sean semilla de la reconstrucción de nuestra democracia, que esa labor empiece
desde gobiernos locales?
Ya eso
se ha expresado. Henrique Capriles fue alcalde dos veces y gobernador dos veces
y ha sido el venezolano que más votos ha obtenido ante el chavismo. Su fuerza
proviene de la administración regional. Andrés Velásquez (quien fue gobernador
de Bolívar) es un líder nacional. El respaldo que ha tenido Leopoldo López
proviene de su gestión en Chacao. Esto es lo lógico y lo deseable en una
democracia, que quienes hacen gobiernos locales exitosos pasen a ejercer el
gobierno nacional. Es lo propio de las democracias.
¿Tiene
sentido pensar que, para nosotros, mientras más federalismo (o
descentralización) tengamos, más democracia podemos alcanzar, y
viceversa?
No
tengo la menor duda de esto.
Más
aún, soy de los que cree que la democracia debe ser federal o no es democracia
plena. El federalismo garantiza la descentralización del poder, los equilibrios
de poder, y el vínculo directo e inmediato entre el elector y su elegido, su
representante. Los ensayos de democracia directa han terminado en todas partes
del mundo en un régimen centralizado y autoritario.
Varias
veces se usó al sectarismo como excusa, desde para fundar un partido hasta para
derrocar al gobierno. Parece algo recurrente que toda organización política en
Venezuela tiende a caer en un patrón de concentrar poder para no perderlo, pero
termina perdiéndolo por esa razón. ¿Ves ese patrón tú también?
Totalmente.
Lo verdaderamente inteligente es compartir el poder. Toda implantación de una
hegemonía es violenta y condenada al fracaso. Tarde o temprano fracasan porque
gobiernan imponiéndose sobre la mitad o más de la población. Las hegemonías
torpemente crean a sus propios adversarios. Es absurdo gobernar solo. Lo
inteligente es compartir el poder. Toda la historia de la humanidad lo
demuestra.
“Castro
prometió compartir el poder entre liberales y conservadores, pero muy pronto
expulsó del país a los liberales, y estos, naturalmente, le declararon la
guerra. Una vez más, la práctica de no compartir el poder entre adversarios
trae como consecuencia la violencia”. Como ese, hay varios otros momentos.
¿Será que la democracia entre 1959 y 1998 aguantó porque hubo una distribución
del poder eficiente, vía la alternancia entre dos partidos hegemónicos? ¿Será
que Maduro está ahí, en parte, porque ha sabido repartir el poder entre las
distintas tribus de la alianza que lo sostiene?
Los
motivos por los que Maduro permanece en el poder son otros. El día en que se
hagan unas elecciones libres, sin inhabilitaciones de candidatos y sin trampas
de ninguna naturaleza, Maduro perderá esas elecciones. Así de simple. Por otra
parte, la democracia de 1958 a 1998 se sostuvo porque todos los actores de peso
eran verdaderos demócratas. Los que no lo eran, como los perezjimenistas o la
izquierda pre-moderna, no tenían fuerza como para destruirla. Los actores de
peso eran AD y Copei y la democracia era su proyecto histórico. También lo fue
del MAS y de La Causa R, la izquierda que se sumó a la vida democrática jugando
limpio.
Me
resultó muy interesante lo que llamas el abismo entre teóricos y ejecutores:
cómo las ideas políticas fracasan en su ejecución, sobre todo cuando quienes
tienen las ideas no son quienes ejercen el poder. El caso Betancourt parece ser
la excepción que confirma la regla: él era un hombre de ideas y con capacidad
de ejecutarlas. ¿Cómo crees que esa brecha actuó para la historia de nuestra
democracia?
Páez y
Soublette eran republicanos, entendían el juego democrático y lo auspiciaron,
los Monagas no. Los conservadores de 1858 (Tovar, Gual) eran demócratas, ya
después hallamos actores sin convencimientos republicanos, más bien autócratas
como Guzmán Blanco y Crespo, y ni hablar de los andinos, Castro y Gómez. Ya con
López Contreras hay convicciones democráticas y con Medina Angarita todavía
más, pero el Ejército no lo era, y cerró el camino de la reforma constitucional
de Medina. En cuanto a Betancourt, sin la menor duda se trataba de un hombre de
ideas con capacidad de implementarlas, las materializaba. Leoni también lo fue,
pero no escribía, y esa es una desventaja muy grande para un político.
Caldera
escribía, y muy bien; Luis Herrera, también. Uslar, obviamente. Villalba,
Carlos Andrés Pérez, Lusinchi, no. Los políticos actuales están muy lejos de
esto: allí están los resultados. Hay gente que cree que estos temas no cuentan.
Lean cualquiera de los libros escritos por Barack Obama y volteen a ver a
Trump. No hay punto de comparación.
¿Qué
sabemos de las ideas que tenía la gente sobre la democracia, antes de nuestro
tiempo? Hablo de quienes no eran los que mandaban, sino de la gente común o de
los lectores de prensa, los que se pronunciaban en las plazas. Me pregunto
cuándo los venezolanos empezaron a usar la palabra democracia y para significar
qué.
La
democracia es un proyecto cultural y pedagógico cuyo mayor enemigo es la
ignorancia. Lo decía Bolívar con su lucidez característica: “Un pueblo
ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción”. De tal modo que el
respeto a la ley, la vida en un Estado de Derecho, la libertad de pensamiento,
todos estos valores son de la Edad Moderna, y muchísimas personas viven en
nuestro tiempo, pero son medievales. No han asumido plenamente estos valores.
Todo lo que hay en nosotros de tribalidad, de feudalismo, de violencia, de
imposición, viene de la Edad Media y allí está, vivo. Basta oírlos hablar.
Hay un
gran consenso dentro y fuera del país —más allá de la esfera que aún controla
el chavismo— sobre el carácter antidemocrático que el chavismo ha tenido desde
el principio. Pero últimamente hemos visto rasgos no precisamente democráticos
desde sectores de la oposición: nostalgia del perezjimenismo, apoyo a líderes
como Trump y Bolsonaro, y una hostilidad generalizada a la idea misma de
diálogo, por no decir de divergencia. ¿Cuál es tu percepción sobre ese
fenómeno?
No han
sido formados como ciudadanos. No distinguen entre ciudadanía y despotismo.
Pero cuidado, esto no es exclusivo de Venezuela. Allí están los Estados Unidos
que eligieron a Trump, que de demócrata tiene lo que yo tengo de chino. Se nos
olvida que la democracia es un proyecto reciente, que comenzó en 1766 con la
creación de los Estados Unidos, y que tuvo su antecedente más claro en la
Revolución de la Gloriosa en Inglaterra, en 1688, cuando comenzó la Monarquía
Constitucional y se fortaleció la democracia parlamentaria. Esta es la línea,
porque la de la Revolución Francesa, en 1789, terminó en su propia negación: el
imperio napoleónico. Como vemos, este es un proyecto que rema contra mil años
de monarquía absolutista de la mano del papado, que rema contra la inquisición
y la corrupción. Más bien, en muy poco tiempo ha avanzado mucho, si pensamos en
lo que enfrenta como costumbre y pasado.
Vives
y enseñas en Venezuela. ¿Qué crees que queda de las ideas democráticas en el
venezolano común, en cualquier estrato socioeconómico?
Muchas
y muy poderosas ideas y sentimientos democráticos hay en el venezolano común.
En un sector amplísimo de la venezolanidad hay un sentido de justicia muy
hondo, y ese sector está allí, y estoy seguro de que quiere vivir en un régimen
de libertades políticas y económicas, pero los enemigos de la libertad son
poderosos también.
odos
los días vemos esa fuerza aquí, junto a la otra, que cierra puertas y ventanas,
que hace todo lo posible por dificultar el curso de la libertad. En eso
estamos. En estos días decía Georg Eikoff que Venezuela ya perdió la guerra. No
estoy seguro. Eso creían los alemanes orientales que padecían el comunismo,
como él en su adolescencia, y allí están incorporados al mundo libre. El amor a
la libertad es una fuerza tan grande como el odio y el miedo.
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