Laura Palermo y Federico Finchelstein 14 de octubre de 2021
@lpalermo1975
y @FinchelsteinF
En
plena pandemia, Jair Bolsonaro, así como Donald Trump, ha buscado beneficiarse
políticamente negando la ciencia y promoviendo el avance de la enfermedad. Pero
en Austria, los antivacuna han ido más allá. En el país alpino los escépticos
del covid-19 ya tienen su partido y recientemente ganaron escaños en el
parlamento regional en un hecho inédito que se enmarca en un fenómeno mas
amplio, la politización extremista de la enfermedad.
Como con Bolsonaro en Brasil, pero de forma aun más exclusiva, el objetivo central de este nuevo partido es la oposición a la campaña de vacunación del gobierno austríaco y el rechazo a las nuevas restricciones que requieren prueba de inoculación para ingresar a restaurantes y otros espacios cerrados.
A
nivel global, el
movimiento antivacunas está compuesto por un grupo muy ecléctico de personas
atraídas por el miedo. Desde padres que se piensan progresistas y
consideran que junto a sus hijos viven vidas saludables por lo que no
enfermarán, y por ende no necesitan incorporar a sus cuerpos elementos extraños
que pueden provocarles efectos negativos, hasta grupos de extrema derecha cuya
paranoia les lleva a fantasear con conspiraciones de gobiernos, magnates y la
industria farmacéutica quienes supuestamente esconden la verdad. Ante estos
temores, los antivacuna prefieren la enfermedad o el riesgo potencial a la
enfermedad.
El
primer partido antivacuna
El
partido austriaco antivacuna adoptó como nombre una trinidad, “Pueblo,
Libertad, Derechos”. De momento es un partido minoritario, y las libertades y
derechos que reclama son los mismos de los antivacuna a nivel global, que son
libertad y derecho para contagiarse y por ende contagiarnos.
Como
señala el Financial
Times, este efecto menor puede tener repercusiones mayores
en el futuro. Austria es, además, el país que primero nos regaló a Adolf Hitler
y luego, a fines del siglo pasado, a Jörg Haider, unos de los primeros
populistas de extrema derecha que llegó al poder en una coalición de gobierno
en el año 2000. En esos años, en que la cercanía al fascismo era algo tóxico,
Austria fue muy criticada en la Comunidad Europea y se convirtió en una suerte
de paria internacional. Hoy el contexto es muy distinto.
*Lea también: Los Pandora Papers: no es lo mismo ser reina que
peón, por Juan Mario Solís Delgadillo
Líderes
como Donald Trump y su discípulo, Jair Bolsonaro, son claramente pro-covid en
el sentido de que sus políticas y mentiras beneficiaron la propagación de la
pandemia, primero en sus países y luego a nivel global. Si bien Bolsonaro es
claramente antivacuna, Trump es ambivalente y tiende a apoya el profundo
rechazo de sus votantes a las vacunas. Una de sus fantasías vincula a la vacuna
triple viral —que protege contra el sarampión, paperas y rubeola— con el
diagnostico de autismo en niños. Este miedo infundado a las vacunas lo difundió
exitosamente a través de sus mensajes en Twitter, lo cual no quitó que al
abandonar la Casa Blanca recibiera su vacuna anticovid.
Tanto
Bolsonaro como Trump hacen política con el covid-19 pero también tienen otras
prioridades antidemocráticas en su agenda. A saber: negar resultados
electorales, fomentar la xenofobia, militarizar la política, reprimir y victimizar
minorías, inmigrantes y periodistas, planificar autogolpes pasados y futuros, y
sobre todo tratar de no ir a la cárcel por las sospechas de ilícitos y
corrupción que los acechan.
La
candidata repetida post-fascista a la presidencia de Francia, Marine Le Pen, y
su partido presentaron “el libro negro del Coronavirus” dedicado
a todas las victimas del virus. La paradoja es que a la vez que denuncian las
“mentiras” y las medidas sanitarias del gobierno francés, presentan la libertad
como el derecho a ignorar la ciencia sobre la enfermedad.
En
este sentido, todos ellos se sitúan a la derecha de Haider y más cercanos a
Hitler. Para los fascistas, las palabras están al servicio de mentiras simples
y absolutas, que en realidad son mentiras mayores. La gran mentira sobre el
covid, así como la gran mentira sobre las elecciones y el golpe fallido,
definen la historia del trumpismo de la misma que las mentiras antisemitas
definieron al nazismo. Pero es necesario recordar que los nazis utilizaban la
enfermedad como metáfora, y a veces también como realidad contra sus enemigos.
En su
libro Mi Lucha, Hitler afirmó que para quienes querían la
libertad de la “sangre alemana” era necesaria “liberarla” del “virus
extranjero” representado por el “problema judío”. Como señala Branko Marcetic
en un texto publicado en la revista Jacobin, contrariamente
a los supuestos precedentes fascistas de los mandatos para las vacunaciones de
los antivacunas y la extrema derecha de Europa, Estados Unidos y América
Latina, los nazis en realidad relajaron las vacunaciones para los alemanes y
restringieron totalmente la vacunación para personas consideradas inferiores.
Los
nazis dejaron de vacunar con el propósito de fomentar la enfermedad y la muerte
entre los ajenos, no con los propios. En esto sus herederos se diferencian,
promueven entre sus seguidores la desinformación sobre la vacunación y las
mentiras sobre las medidas sanitarias y formas de contagio, lo cual ha
provocado una mayor incidencia de muertes entre sus propios seguidores.
Hitler
definió que su política buscaba construir los primeros peldaños para que su
nación “ascendiera al templo de la libertad”, la misma “libertad” a la que hace
referencia el partido Pro-covid de Austria cuyo lema es “no creas en todo lo
que te dicen.” De todas las lecciones que ha dejado la pandemia, las metáforas
de la enfermedad y la ignorancia de la ciencia son de las mas preocupantes. Y
es que quienes hablan de libertad como licencia para contagiar al resto de la
sociedad son en realidad sus mayores enemigos.
Laura
Palermo y Federico Finchelstein
@lpalermo1975
y @FinchelsteinF
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