Por Juan Diego Quesada
La ciudad está
empapelada con la cara de un político chavista de mentón cuadrado y dientes
relucientes que se presenta el próximo domingo a
gobernador por la Guaira, un Estado vecino a Caracas con vistas al mar. Su
rostro armonioso decora los bancos, las farolas, los muros y dos espectaculares
gigantes de la entrada. Un verdadero hombre-anuncio de perfil griego. A golpe
de vista, se diría que su triunfo está asegurado, básicamente porque da la
sensación de que compite solo.
“Chamo, cada uno de
esos pendones cuesta cinco dólares y han colocado 20.000. Hablamos de 100.000
dólares (88.000 euros). Y esas vallas valen 10.000 o 15.000 cada una. Eso es
mucha plata. ¡Yo no la tengo!”, se lamenta José Manuel Olivares, el otro
contendiente a la gobernación (porque lo hay, aunque no lo parezca), en este
caso el de la oposición.
Olivares, de 36 años,
hace frente a una empresa quijotesca, nada menos que querer gobernar el Estado
más chavista de Venezuela. La Guaira, desde su creación
como ente administrativo en los años noventa, ha sido dominada por el partido
de Hugo Chávez. Aquí mandaba Jorge García Carneiro, un político dicharachero y
populista, amigo íntimo de Chávez, con el que coincidió en las fuerzas armadas.
Carneiro murió este año de un ataque al corazón a los 69 años, y ahora busca
sucederle José Alejandro Terán, el candidato oficialista presente en cualquier
esquina.
Valla publicitaria del candidato oficialista José Alejandro Terán, en La Guaira, Venezuela, el 14 de noviembre.
Sin embargo, cuando la
oposición venezolana acordó presentarse a las regionales después de que el
chavismo cediera dos de cinco lugares en el Consejo Nacional Electoral (CNE) y
permitiera que una misión de la UE haga un trabajo de observación,
Olivares regresó a Venezuela para impedirlo. Llevaba tres años exiliado en Bogotá,
donde huyó tras la detención de su hermano. “Hay que estar muy loco para hacer
política en estas condiciones”, dice Victoria Castro, una joven experta en
gerencia pública, mano derecha de Olivares.
La oficina del equipo
de campaña es un espacio modesto con unas cuantas sillas y mesas desvencijadas.
Ellos lo llaman el Comando. No es el sitio más cómodo del mundo, por lo que
suelen reunirse en una plaza, al aire libre, junto a unos edificios viejos que
se construyeron en los cincuenta durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez.
Una estatua de un cantautor de izquierdas preside la plaza. “Antes no podíamos
estar aquí tranquilos, te entrompaba el chavismo. Ahora estamos más relajaos”,
explica Olivares, médico de profesión. A través de una fundación atiende a
enfermos sin dinero para tratamientos y medicinas.
Dice que ha descubierto muchas cosas desde su regreso. Venezuela no es el país que él veía a través de Instagram y Facebook. “Desde fuera uno piensa que este es un país de zombis. Y no. Las cosas están realmente mal, pero la gente se adapta a la crisis, le echa ganas. Si no entendemos eso, no podemos ganar”, continúa. Ha logrado, según él, construir un discurso “despolarizante”. “No voy a pasarme el día gritando que Maduro (Nicolás, el presidente) es un dictador, que esto es un narcorégimen. Eso lo sabemos, ¿pero qué hacemos? Prefiero estar aquí, hablar con la gente y entender sus problemas”.
El exchavista y ahora simpatizante del candidato por la Mesa de la Unidad José Manuel Olivares, Richard Romey, 50 años, posa para un retrato en una plaza en La Guaira, Venezuela, el 14 de noviembre.
De repente, llega un
hombre a la plaza, oculto tras unas gafas de sol. Richard Romey, de 50 años,
chavista hasta hace unos meses. Durante años fue la primera autoridad del
lugar, una especie de alcalde. “Yo les daba candela a los opositores, no les dejaba
moverse”, cuenta y la verdad es que no cuesta creerle. Recuerda que de niño
vivía en un edificio que tenemos enfrente, en el que había 148 apartamentos y
solo tres tenían aire acondicionado. Un lujo en un sitio como la Guaira, donde
los pichones caen del cielo fulminados por el calor. “Llegó él (Chávez) y todos
tuvimos un aparatico. Su idea era que todos fuéramos iguales”. Con la muerte
del comandante, considera que ese norte se fue perdiendo y Romey acabó
desencantado de la revolución bolivariana. Este año presentó su renuncia. El
primer día que fue a ofrecerse como voluntario para la campaña de Olivares, lo
recibieron con recelo. Le temían. Ahora es uno de los más entregados a la causa
Olivares, que se
presenta por segunda vez tras ser derrotado en 2017, se sube en la parte de
atrás de un coche pequeño. Le siguen dos escoltas en una moto. Cruza una larga
avenida repleta de fotos de su oponente. Ni una suya. La belleza de su
contrincante no es que sea ningún hándicap, Olivares también tiene aspecto de galán
de telenovela. Y hay algo en sus movimientos y en su forma de acercarse a la
gente que demuestran que es plenamente consciente de que es así. El coche sube
un cerro por una callecita estrecha y las señoras que lo reconocen por la
ventanilla lo jalean: “Guapo, hermoso”. Olivares les lanza besos con la mano:
“Bellasssss”.
Arriba, un fortín
antiguo desde el que se vigila toda la costa. La Guaira era un lugar turístico
que llegó a tener el metro cuadrado más caro de Venezuela. A un lado, se podían
ver marinas repletas de yates, campos de golf, hoteles de lujo. Ahora todo está
cerrado. Al otro, el aeropuerto internacional de Caracas, con 600 vuelos al
día. Ahora opera 25. El puerto funcionaba entonces a toda máquina. En este
momento, horario laboral, solo se ve atracado uno, sin nadie alrededor. Parece
un sitio fantasma. Le rodean edificios viejos y abandonados que en otro tiempo
fueron fábricas. “No queda nada de lo que fue”, reflexiona el candidato. Un
santero con un gorro africano y una gallina a punto de degollar lo reconoce en
el mirador: “Coño, Olivares”. Él no puede dejar de ser encantador y se da un
buen apretón de manos con el brujo.
El candidato por la Mesa de la Unidad, José Manuel Olivares, saluda a los vecinos en los edificios durante un recorrido organizado para su campaña en La Guaira, Venezuela, el 14 de noviembre.
El gerente de campaña
es también joven, cuarenta y tantos, pero al lado del resto parece el papá de
todos ellos. Tiene una barba cana y un discurso fluido que le convierte en el
rasputín del grupo. Alejandro Vivas, consultor político, ha asesorado a otros
candidatos en Ecuador, Uruguay y Argentina. “José Manuel es disciplinado,
aunque hay que convencerlo con argumentos para que haga las cosas”, revela, y
no seguimos por ahí no vaya a ser que ahora nos diga que sus mayores defectos
son la puntualidad y la perfección. “Este es un lugar hiperchavista y
clientelar. No hemos querido polarizar en lo político, solo en lo social”,
sigue el hilo. Y añade: “Nada de dictadura y narcochavismo. Servicios públicos
y gestión”.
A falta de plata para
empapelar la región, tira de marketing de guerrilla en Facebook,
Twitter e Instagram. También en WhatsApp, donde ha abierto 338 grupos con 6.300
contactos. Ahí mandan información exclusiva de Olivares, aunque racionalizan
los vídeos ante la escasez de megas. No hay muchos sitios más donde
publicitarse. Apenas hay un periódico impreso y la tele es la misma que se ve
en Caracas. Las estaciones de radio son demasiado locales. ¿Su mayor éxito
concreto hasta ahora? Poner a debatir al candidato chavista sobre las bombonas
de butano que la gente tiene que transportar hasta un centro, pagar tres
dólares y esperar mes y medio hasta que se la devuelvan llena. En ese tiempo no
pueden cocinar.
El evento más importante
de hoy se va a celebrar en un barrio en el que hay muchos problemas de agua y
luz. Se trata de un bastión histórico del chavismo, pero hay algunos que se
asoman a la puerta al escuchar el follón con el que llega Olivares y su gente.
Un grupo de música se sube a la parte de atrás de un camión y canta una canción
pegadiza sobre su victoria que, según este cantar de gesta, está al caer. Para
ganar en La Guaira hay que transmitir alegría, fiesta, salsa. El muchacho
camina por el centro de la calle y va saludando a los que han perdido la
timidez y salen a saludarlo. Poco a poco una nube de personas lo rodea. Le
hacen llegar cartas con peticiones, una costumbre del pueblo para pedir ayuda a
los políticos chavistas, y él se las guarda en un bolsillo.
—¡Por el cambio!
¡Votad!
Les pide él. Su padre va unos pasos más atrás. No hay encuestas que demuestren que tiene posibilidades reales. “Las tiene: 70 a 30. Arrasa”, zanja el padre la discusión. “Enfrentamos a la maquinaria del Estado venezolano”, dirá más tarde Olivares. “Ya empezaron a regalar lavadoras, aires acondicionados. Ahí no puedo competir”.
16-11-21
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