Ángel Oropeza 08 de julio de 2022
@angeloropeza182
No hay
hoy en Venezuela nada más democrático y despolarizado que la crisis económica y
social. Salvo el conocido grupito de oligarcas que se ha enriquecido
obscenamente con la actual situación -algunos dentro del aparato del Estado y
otros contando con la complicidad de este-, todos los demás venezolanos son a
diario víctimas de ese cocktail miserable de inseguridad, alto costo de la vida,
ausencia de servicios básicos, escasez e indefensión que caracteriza la
cotidianidad de nuestro maltratado país, muy especialmente los sectores más
pobres y los grupos sociales más vulnerables, tales como mujeres, niños y
adultos mayores.
Frente a esta crisis que no establece mayores diferencias ni discrimina, los venezolanos han salido a la calle desde hace rato. Solo en los primeros 4 meses de este 2022, según las cifras del Observatorio Venezolano de la Conflictividad Social, se registraron 2.677 protestas –un promedio de 22 protestas diarias en todo el país– lo que representa un incremento de 30% en comparación con el mismo lapso del año pasado. Venezuela hierve todos los días en expresiones de descontento y reclamo social, a pesar de la represión gobiernera y de la estrategia de invisibilidad aplicada desde muchos medios de comunicación, lo que hace que posiblemente usted no las vea –por tanto, crea que no existen- y también se coma el cuento del país adormecido. Pero el gobierno sí sabe que existen.
Para
evitar entonces que la acumulación de estos focos de conflictividad se conecte
entre sí y alcance una fortaleza de presión política necesaria para lograr los
cambios que la sociedad reclama, el gobierno de Maduro vuelve a rescatar la
vieja receta fascista de la polarización. La estrategia consiste en dividir
intencionalmente a un país donde todos sufren, en 2 bloques políticamente
enfrentados: culpables contra inocentes, traidores contra patriotas, buenos
contra malos, oposición contra chavismo. Así, el objetivo de la polarización es
lograr que la frustración popular generalizada se dirija hacia un enemigo
artificial –los otros venezolanos– y no hacia el gobierno, responsable
principal de los sufrimientos del pueblo.
Esta
conocida estrategia de los manuales del militarismo fascista, a pesar de
predecible y gastada, resulta todavía eficaz para los objetivos de dominación.
Por eso preocupa la insistencia de algunos sectores opositores, seguramente
bienintencionados, en caer inocentemente en la trampa del gobierno y prestarse
a su viejo juego de polarización y división política.
Hay
que insistir que quienes sufren este gobierno son casi todos los venezolanos,
exceptuando de nuevo a los ricos y oligarcas que todos conocemos. Quienes
muestran angustia por la marcha del país y desean vivir en una realidad
distinta son una inmensa mayoría, según los más confiables estudios de opinión
pública. Sin embargo, no todos se inscriben en la acera opositora ni perciben
todavía en ella una opción creíble, seductora, de clara inspiración y vocación
popular como para asumir sus orientaciones, sugerencias de acción y mucho menos
sus luchas. En otras palabras, una cosa es estar inconforme con el gobierno y
otra distinta identificarse con la oposición, sobre todo si ella deja que la
reduzcan a consignas y mensajes polarizantes, que solo refuerzan la previa
ubicación política de quien los escucha u observa. Por eso, el reto de la
alternativa democrática es justamente transformar ese enorme descontento social
en fuerza política. Pero ello pasa por enfrentar la estrategia de
polarización artificial de los laboratorios oficialistas para reforzar el
encuentro y la aproximación de todos los sectores que padecen esta tragedia
llamada gobierno.
Frente
a la estrategia gobiernera de la polarización política para restarle fuerza a
la frustración social, lo inteligente es dirigir los esfuerzos a que
progresivamente la población perciba que la única polarización real hoy en
Venezuela es la de los opresores contra los oprimidos, la de los explotadores contra
los explotados, la de quienes ríen contra los que lloran, no importa con cuál
partido o facción política se identifiquen.
¿Qué
significa esto desde el punto de vista práctico? Sin menoscabo de otras
sugerencias, se trata de fortalecer la conexión entre y con las organizaciones
populares, estimular que éstas se fortalezcan en su autonomía y capacidad,
acompañar y hacer conectar entre sí las múltiples manifestaciones de protesta
social y de lucha por los vulnerados derechos de la gente, acompañar cada expresión
de protesta y convertirse en los abogados defensores de quienes reclaman, sin
importar su afiliación política; utilizar la excelente plataforma de más de un
centenar de poderes locales obtenidos el pasado 21 de noviembre para
convertirlos en plataformas de defensa de los derechos populares amenazados, y
de encuentro de las propuestas y demandas de los distintos sectores locales en
situación de conflictividad; solidarizarse con las penurias de trabajadores y
sectores vulnerables todavía identificados con el gobierno, y buscar formas de
comunicación con la población socialmente molesta pero políticamente indecisa o
incluso aún simpatizante del oficialismo.
La
mejor forma de acelerar y hacer viable los cambios que nuestro país requiere,
es acompañando la organización y las luchas de la gente –sobre todo la que
todavía no es nuestra– por los problemas que hoy sufren. El objetivo debe ser
que la gente sufra menos, y que sepa que hay quienes los defiendan, no importa
sus creencias políticas. Y apostar por crear, frente a la estrategia de
polarización política del régimen, una inteligente repolarización social, pero
entre afectados por la crisis y quienes la generan en beneficio de sus propios
intereses.
Ángel
Oropeza
@angeloropeza182
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