Miro Popić 09 de enero de 2023
1954
fue un buen año para las hallacas. El viernes 24 de diciembre de ese año, en la
página 65 del diario El Nacional, apareció un pequeño aviso de 3×2,
tres columnas por dos centímetros –sí se medía en la época en que los
periódicos eran de papel–, donde se ofrecía: «Envíe a sus amigos y familiares
en el extranjero la tradicional cena de navidad HALLACAS Pampero. Puestas en
Nueva York Bs. 20. Infórmese en: Calle Real Sabana Grande Nº 164 – Telf.:
29.446. Hecho en Venezuela». Estas hallacas venían enlatadas con agua en
envases de dos, cuatro y ocho unidades, envueltas en hojas de plátanos a la
manera tradicional. Los envases de dos costaban Bs. 4,50 y los de ocho Bs.
17,00. ¿Hallacas enlatadas para exportación y nada menos que a Estados Unidos?
Raro.
¿Quiénes eran los clientes potenciales de esas hallacas enlatadas? Principalmente, los exiliados políticos de la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez quien, luego de participar en el golpe de Estado que derrocó al presidente Rómulo Gallegos, el 24 de noviembre de 1948, formó parte de la Junta Militar de Gobierno y posteriormente asumió la presidencia (1952-1958), desconociendo el triunfo electoral de Jóvito Villalba, del partido URD, provocando una ola de persecuciones que no culminó sino cuando fue derrocado por un movimiento cívico-militar el 23 de enero de 1958.
Villalba
fue enviado al exilio en Panamá. Otro de los candidatos en esa elección, Mario
Briceño Iragorry, tuvo que asilarse en Costa Rica y luego España, como muchos
más que abogaban por la democracia y no por el militarismo. Como Rafael
Caldera, por ejemplo, quien llegó dos veces a gobernar desde Miraflores, o
Rómulo Betancourt, presidente en dos ocasiones, a quien se le atribuye eso
de multisápidas para definir nuestras hallacas. Si bien fue
Betancourt quién hizo tendencia la famosa frase cuando la usó en un saludo
presidencial el Año Nuevo de 1960, la autoría no es suya.
Hay
documentos anteriores que registran la palabra multisápida, concretamente Mensaje
sin destino, de 1952, de su compañero de exilio Briceño Iragorry, donde en
la página 110, escribe: «Si Simón Bolívar reapareciera en noche de Navidad en
la alegre Caracas donde transcurrió su infancia, en el sitio del pesebre
encontraría un exótico «Christmas tree». En lugar de la hallaca multisápida,
que recuerda la conjunción de los indios y el español, encontraría…». Vuelve a
mencionarla en Los Riberas: historias de Venezuela, de 1957, donde
habla del multisápido sancocho y, sin mencionar la palabra hallaca, escribe:
«Servidos sobre la propia hoja de plátano, graciosamente recogida, aparecieron
hoy los humeantes y multisápidos pasteles». Rafael Cartay cita un escrito de
1921, del padre Carlos Borges, donde habla de la familia Bolívar: “Humea el
sancocho suculento, multicolor y multisápido».
Esa
nostalgia por las hallacas entre los políticos y luchadores sociales del país
es de vieja data. Ya en las postrimerías de la Colonia, el propio precursor de
la Independencia, Francisco de Miranda, le confesó a un funcionario colonial en
Coro, en 1806, que «…su ordinario almuerzo en casa de su padre hera (sic) ayaca
(sic)… que hacía treinta años que no la probaba». Según el precursor de la
Independencia, eso era lo que comía regularmente en 1776, cuando Venezuela como
país independiente y soberano existía sólo en la imaginación y deseo de unos
pocos.
Ramón
David León, en su libro Geografía Gastronómica Venezuela, de 1954,
dice que la enfática frase «las hallacas nos las comeremos en Caracas en el
próximo diciembre», tiene curso histórico en Venezuela desde los azarosos días
de la Guerra de Independencia y la usaban por turno patriotas y realistas,
según cuál de los bandos estuviese afuera. Cuando alguien en el interior del
país iba a viajar a la capital para Navidad, decía que ese año las hallacas se
las comería en Caracas. Esta expresión pasó al exilio en épocas de Juan Vicente
Gómez cuando muchos de los que se encontraban en el exterior por combatir la
dictadura gomecista ansiaban poder comerse las hallacas en diciembre en
Venezuela.
A casi
cien años de la muerte de Gómez, esta mala costumbre política continúa en pleno
siglo XXI. Nos lo recordó el sociólogo y escritor Tulio Hernández, exiliado
actualmente en Colombia, en un escrito titulado La hallaca y los
escritores venezolanos, de diciembre de 2019: «Por desgracia una buena
parte de los venezolanos demócratas que estamos en el exilio político
expulsados por el chavismo, ya no podremos decir lo mismo. A menos a los pocos
días que faltaban para que terminara 2019. Porque, al menos las hallacas de
Navidad nos la tuvimos que comer afuera. Pero las del próximo diciembre, las
del 2020, ¡nos las comeremos en Caracas! Mientras tanto seguiremos escribiendo
sobre el tema».
En
tiempos actuales ya no exportamos hallacas para los exiliados. Ahora mandamos,
expulsados, hacedores de hallacas por todo el mundo. Según cifras de las
Naciones Unidas Acnur, para 2023 serán más de 7.5 millones los migrantes
venezolanos y estoy seguro que muchas lágrimas reposarán en esa masa con que
prepararán sus hallacas cada diciembre, por más lejos que estén.
De la
unidad de la oposición y una lucha organizada y responsable para salir de esto
y hacer algo nuevo, mucho mejor, depende dónde nos comeremos las hallacas del
futuro.
Miro
Popić
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