Marta de la Vega 11 de enero de 2023
En una
nota del 5 de octubre de 2012 en El País de España F. Miralles
destacaba que la especie humana es una de las más adaptables y camaleónicas del
planeta. Ha logrado desbancar a especies mucho mejor dotadas en la lucha por la
sobrevivencia, pese a ser de cuerpo frágil y comparablemente menos poderoso.
¿Qué significado tiene este rasgo que ha puesto el resto de las especies a
nuestro servicio? En el sentido corriente y entre personas rígidas o
conservadoras el adjetivo «camaleónico» tiene una connotación negativa porque
quien se adapta fácilmente a las circunstancias es considerado taimado,
arribista, inmoral u oportunista.
Al contrario, el psicólogo Walter Riso lo asocia con una persona que es capaz de adentrarse, de modo sincero y efectivo, en el horizonte mental del otro. Implica flexibilidad y empatía. En su manual El arte de ser flexible lo explica así: «Es una virtud que define un estilo de vida y permite a las personas adaptarse mejor a las presiones del medio. Una mente abierta tiene más probabilidades de generar cambios constructivos que redunden en una mejor calidad de vida y en la capacidad de afrontar situaciones difíciles. Una mentalidad rígida no solo es más propensa a sufrir todo tipo de trastornos psicológicos y emocionales, sino que además afectará negativamente al entorno en el que se mueve». Es una forma de adaptación positiva, que conlleva el éxito en cualquier ámbito de la existencia.
Spencer
Johnson en su célebre narración ¿Quién se ha llevado mi queso? plantea
la pertinencia de esta aventura de sobrevivencia y superación. En medio del
escenario de crisis con el que comenzamos 2023, esta fábula adquiere mucho
sentido.
El
cambio es permanente, las soluciones de ayer no sirven para hoy, hay que prever
el cambio: estar atento a los cambios más sutiles y actuar en consecuencia. Y
es indispensable disfrutar del cambio. Y prepararse para los cambios nuevos.
Por
ello tiene razón Tony Robbins cuando afirma: «Debemos mantener un cierto
compromiso con las decisiones, pero hay que ser flexible con el enfoque». Dos
maneras de interactuar positivamente con el cambio es, siguiendo a Miralles,
estar atento a lo que ocurre y sumarnos a la corriente. Y la otra, más difícil
y gratificante, es convertirnos en agentes del cambio.
Woody
Allen retrató el sentido negativo del camaleón en su película Zelig. Tanto
se mimetiza el protagonista para gustar e integrarse al entorno para no ser
rechazado que termina por perderse a sí mismo. No se trata de mantenerse en una
posición sino de saber adaptarse, pero siempre con la mira puesta en preservar
lo que aporta valor a los demás y nos hace íntegros, a pesar de que cambien las
circunstancias.
Es
válido preguntarnos, ante el reto de un año nuevo que se inicia con gran
incertidumbre y pérdida de todas las certezas por las que hemos justificado
nuestros penares, por las que hemos buscado rescatar decencia, dignidad,
instituciones democráticas y respeto para que sean reconocidos e incluidos los
que sufren, los que trabajaron con dedicación y profesionalismo para educar,
atender la salud y construir un país mejor e incluyente y hoy se encuentran en
la inopia y la ruina, sin respuesta concreta de los que escogieron ser
servidores públicos, desde los partidos, la acción política o las funciones de
gobierno. ¿Dónde está su compromiso de servir y de cumplir sus promesas?
¿Qué
respondemos ante la desidia y el abandono de las obligaciones del Estado, qué
hacemos, dirigentes con poder de decidir y ciudadanos, por los más vulnerables
y desasistidos, por los peor atendidos, por los que sufren carencias extremas
por no encontrarse a la sombra del poder dominante, por los cruel e
injustamente presos y torturados por no doblegarse ante la pretensión
autocrática y el pensamiento único? ¿Cómo resarcir el daño por los que han sido
muertos o asesinados por ser respetuosos de sus deberes institucionales y de
los mandatos constitucionales? ¿Por qué dejamos hacer y seguir la corriente?
¿Con cuál modalidad de estrategia del camaleón nos asociamos? Gran desafío para
la Venezuela actual.
Marta
de la Vega
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