Opus Dei 04 de noviembre de 2023
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Comentario del 31.º domingo Tiempo
Ordinario (Ciclo A). «Que el mayor entre vosotros sea vuestro servidor. El que
se ensalce será humillado, y el que se humille será ensalzado». La austeridad
personal nos ayuda a ser benignos con los demás; exijamos poco y sirvamos con
alegría.
Evangelio
(Mt 23, 1-13)
Entonces
Jesús habló a las multitudes y a sus discípulos diciendo:
—En la
cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Haced y cumplid
todo cuanto os digan; pero no obréis como ellos, pues dicen pero no hacen. Atan
cargas pesadas e insoportables y las echan sobre los hombros de los demás, pero
ellos ni con uno de sus dedos quieren moverlas. Hacen todas sus obras para que
los vean los hombres; ensanchan sus filacterias y alargan sus franjas. Anhelan
los primeros puestos en los banquetes, los primeros asientos en las sinagogas y
que los saluden en las plazas, y que la gente les llame Rabbí. Vosotros, al
contrario, no os hagáis llamar Rabbí, porque sólo uno es vuestro Maestro y
todos vosotros sois hermanos. No llaméis padre vuestro a nadie en la tierra,
porque sólo uno es vuestro Padre, el celestial. Tampoco os dejéis llamar
doctores, porque vuestro Doctor es uno sólo: Cristo. Que el mayor entre
vosotros sea vuestro servidor. El que se ensalce será humillado, y el que se
humille será ensalzado.
Comentario
El
evangelio de este domingo recoge una colección de dichos de Jesús que forman
parte de una amplia instrucción para sus discípulos. El Maestro va señalando
con claridad las actitudes que ha de tener un buen cristiano y los
comportamientos que debe evitar. Sobre todo, el Señor pone en guardia contra el
vicio de la severidad y contra la búsqueda del aplauso y el reconocimiento
ajenos.
Por
las críticas que hace Jesús a quienes ocupaban cargos de autoridad, se deduce
lo arraigada que estaría en muchos la severidad, mezclada con el afán de
adulación. Y quizá no tenían a nadie entonces con el valor suficiente para
denunciarlo. A este respecto, señalaba el Papa Francisco que “la autoridad nace
del buen ejemplo, para ayudar a los otros a practicar lo que es justo y
necesario, sosteniéndoles en las pruebas que se encuentran en el camino del
bien. La autoridad es una ayuda, pero si está mal ejercida, se convierte en
opresiva, no deja crecer a las personas y crea un clima de desconfianza y de
hostilidad, y lleva también a la corrupción”[1].
Suele
suceder a los malos gobernantes o docentes, o a los malos padres de familia,
que emanen excesivas normas, reglas o decretos para sentirse obedecidos,
mientras ellos se consideran exentos de vivirlos. Comentando este pasaje, un
Padre de la Iglesia concluía: “en toda tu vida no dejes de ser austero contigo,
y benigno respecto de los demás; que los hombres te oigan exigiendo poco y que
te vean haciendo mucho”[2].
De
estas primeras advertencias del Señor se desprende, por contraste, uno de los
rasgos más evangelizadores que existen: el de la coherencia de vida, el buen
ejemplo, la fiel correspondencia entre lo que se dice y lo que se hace. “El
buen ejemplo y el esmerado cumplimiento de las obligaciones profesionales,
familiares y sociales —escribía a este propósito el Prelado del Opus Dei—,
son imprescindibles para ayudar a otras personas a seguir al Señor”[3]. Y
cuando se trata de instruir a los demás, es hermoso el esfuerzo por “hacer
amable la verdad”, como sintetizaba el Beato Álvaro del Portillo. Se trata de
ponernos en el lugar de la otra persona, viviendo sobre todo la comprensión. En
este sentido, san Josemaría escribió: “cuando te hablo del "buen
ejemplo", quiero indicarte también que has de comprender y disculpar, que
has de llenar el mundo de paz y de amor” (Forja, 560).
Jesús
también se refiere a la imprescindible virtud de la humildad, sin la cual no es
posible progresar en la vida interior y menos aún dar fruto apostólico. Quien,
de cualquier forma, se siente en algo superior a los demás, ya está ahogando
los canales de la gracia. En cambio, quien se sabe muy agraciado por Dios sin
mérito propio, sabrá transmitir con sencillez y alegría lo que ha recibido. Por
eso, el Papa Francisco concluía: “Todos somos hermanos y no debemos de ninguna
manera dominar a los otros y mirarlos desde arriba. No. Todos somos hermanos.
Si hemos recibido cualidades del Padre celeste, debemos ponerlas al servicio de
los hermanos, y no aprovecharnos para nuestra satisfacción e interés personal.
No debemos considerarnos superiores a los otros; la modestia es esencial para
una existencia que quiere ser conforme a la enseñanza de Jesús, que es manso y
humilde de corazón y ha venido no para ser servido sino para servir. Que la
Virgen María, «humilde y alta más que otra criatura» (Dante, Paraíso, XXXIII,
2), nos ayude, con su materna intercesión, a rehuir del orgullo y de la
vanidad, y a ser mansos y dóciles al amor que viene de Dios, para el servicio
de nuestros hermanos y para su alegría, que será también la nuestra”[4].
[1] Papa
Francisco, Ángelus, 5 de noviembre de 2017.
[2] Pseudo-Crisóstomo, opus
imperfectum in Matthaeum, hom. 43.
[3] Fernando
Ocáriz, Carta 14 de febrero de 2017, n. 12.
[4] Papa
Francisco, ídem.
Tomado
de: https://opusdei.org/es/gospel/2023-11-05/
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