Américo Martín 8 de mayo de
2014
amermart@yahoo.com
@AmericoMartin
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Se fue Atila pero nos dejó su caballo
Romerogarcía sobre Cipriano Castro
Romerogarcía sobre Cipriano Castro
Las complicaciones sociales que
sacuden el país no dan para respuestas irritadas, que con tan buenas razones
han hecho carne en la gran mayoría. Se habla de ingobernabilidad. El gobierno
no sale del drama que lo hunde. Pero de una frase como esa tendríamos que
extraer con sesera fría las lógicas consecuencias. Las pasiones intensas
alientan grandes causas pero si en ciertos momentos no se las controla pueden
ser contraproducentes. Si la crisis que soportamos es tan profunda como indican
las cifras y sienten bolsillos y estómagos, sus manifestaciones deben presentarse
en muchos y variados escenarios. Aunque provengan de la misma causa no pueden
ser enfrentadas con la misma y única receta. Es lo que hace tan necesaria una
dirección democrática capaz de racionalizar la respuesta, graduarla, situarla
en el escenario correspondiente y apoyarse siempre en la Constitución.
A veces subestimamos -subestiman,
debería decir porque ya no tengo responsabilidades de liderazgo- decisiones
ambiguas pero sumamente importantes como el discutido diálogo, y en esa medida
poco se hace para aprovecharlo hasta sus últimas posibilidades. Peor todavía es
presentarlo como una “trampa del gobierno” que la incauta oposición aceptaría
sin más. Como creo que estas observaciones críticas han sido bien aclaradas, la
idea misma de dialogar –en los términos como se ha presentado- es un
instrumento de la democracia y no de la autocracia, no importa que de cara a
UNASUR, el Vaticano y la conmovida opinión internacional, el gobierno insista
en que es la alternativa democrática la que quiere levantarse de la mesa.
Y ese hecho es fundamental. El
gobierno está allí por cuando menos cinco motivos: 1) la presión del país
2) la de los Estados hemisféricos 3) la mala opinión que el mundo se ha formado
sobre sus violaciones a los derechos humanos 4) la heroica lucha de estudiantes
y vecinos, difundidas pormenorizadamente por las redes sociales, 5) y último
pero no por eso menos importante, porque ha comprendido que si no abre la
economía y busca algún tipo de entendimiento con la oposición, terminará
sentado en la lona.
La oposición, en cambio, tiene todas
las razones del mundo para dialogar sin dejar de defenderse de las agresiones y
amenazas en todos los espacios. Es un canal de expresión del descontento, lo
que le ofrece una responsabilidad que debe saber ejercer, sin aventuras, sin
salirse de la Constitución y sin olvidar que en las condiciones de hoy es de la
otra acera que se esperan concesiones. La raíz de la crisis está en la gestión
gubernamental, en los presos políticos, la represión, la imposición de una
educación uniforme, sectaria y de pensamiento único, los colectivos armados e
impunes, la agonía de la economía industrial y agrícola, las deplorables
políticas monetarias y cambiarias y la chapucera estrategia energética. Todo
eso debe ser cambiado y es el gobierno quien debe hacerlo.
Se entiende que se sienta incómodo,
atrapado, amenazado por sus violentas contradicciones internas, y por eso,
después de las dos primeras reuniones, haya tomado la decisión de debilitar el
diálogo, tratando de no pagar el costo de rechazarlo. El punto es saber quién
se levanta primero. Si la oposición, que no tiene razón para hacerlo, o el
gobierno que, resistiéndose a prodigar las concesiones elementales que se
esperan de él, quisiera que la coz a la mesa se la propinara la delegación
opositora y no la oficialista. Espera salirse del paquete sin perder terreno
frente a los facilitadores internacionales, para lo cual le ha dado por
provocar a la oposición, acusándola de fantasiosos atentados terroristas y
golpes de estado que nadie ve.
Estoy seguro que la alternativa
democrática no caerá en la trampa, no se retirará del diálogo, y en cambio
desmantelará la chapucería de los angustiados voceros oficiales. No le costará
mucho porque, aparte de frases escandalosas, insisten nuevamente en no aportar
pruebas y ni siquiera indicios creíbles.
Pero es sintomático que en lugar de
negociar en serio, los voceros oficialistas traten de ocultar debajo de una
alfombra brutalmente calumniosa el drama económico-social que han provocado.
Esperan sin duda que el diálogo no siga avanzando y quisieran cuando menos enturbiar
responsabilidades. Es ciertamente incómodo colocarse en el papel de decir
siempre “no” a demandas razonables como la libertad de los presos políticos,
para mencionar una bien emblemática.
Para reforzar su endeble posición,
acusan a la oposición de querer levantarse de la mesa. Sobrestimando su
capacidad de intimidar, claman:
-¡Si no quieren diálogo, que se
retiren de una vez!
Como es natural, no hubo respuesta de
la acera democrática, no le pararon bola al hombre. La tranquilidad y cierto
desdén pueden ser más efectivos que un concierto de gritos. Quien se siente
seguro y con verdades en el puño no necesita valerse de alaridos.
Insatisfechos, aprovechar el
despreciable crimen de Eliécer Otaiza para romper el clima de diálogo. Habían
declarado que el homicidio sería uno más de los que diariamente comete el
hampa, pero ahora lo envuelven en el fabuloso golpe dirigido por Uribe, Vicente
Fox y por supuesto “el imperio”. Acompañan la extravagancia con una lista de
nombres de opositores, dictada por su infinita capacidad de odio, solo para
proporcionar una imposible veracidad. Chapuceros al fin, no piensan que las
atropelladas acusaciones deberían sustentarse en documentos, gráficas, videos,
delatores. Pero nada, nada de nada.
Esas calumnias alimentan el brazo
represivo. Es lo usual. Es el la ominosa sinrazón totalitaria. Aquella que dice
francamente: sin dictadura no hay revolución. –
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