César Miguel Rondón 14 de mayo de 2016
Con
lágrimas en los ojos la señora Dilma Rouseff dice que ella no cometió ningún
crimen, y que, en todo caso, lo que está ocurriendo es una traición, no a ella,
no al Gobierno, sino a los 54 millones
de brasileños que votaron por ella. Ese es su argumento. Por eso ella considera
que el impeachment es un golpe de estado. Coincide en ello plenamente con
Nicolás Maduro, quien afirma que él está en la presidencia porque obtuvo un
número de votos -todavía cuestionado, sin embargo- que le garantiza el
ejercicio del poder. Por lo tanto, según su criterio, salir de la presidencia
sería también un golpe. (Ayer, por cierto, regresó con su obstinada cantaleta
de que hay un golpe de Estado en marcha. Ya está fastidioso).
Pero
una cosa es cómo se llega al poder y otra cómo se ejerce. Se llega
democráticamente -muy bien-, pero eso no es una patente de corso para hacer lo
que le venga en gana. Una vez en el poder usted tiene que gobernar bien, tiene
que satisfacer las necesidades del pueblo, de todos aquellos que, esperanzados,
votaron por usted. Y, sobre todo, tiene que gobernar de acuerdo a la
Constitución y las leyes. Si usted utiliza el poder para beneficio personal, si
usted hace del poder un abuso, si usted llena de corrupción el ejercicio del
poder, esos que votaron por usted se tienen que sentir defraudados, y, por lo
tanto, tienen todo el derecho a exigir
que usted salga de allí.
En el
año de 1988, Carlos Andrés Pérez fue electo por 3.879.024 venezolanos, eso
representó un contundente 52,89% de la votación. En 1993, al año siguiente de
la intentona golpista -intentona golpista de verdad, cruenta y sangrienta,
llevada a cabo por los líderes de este régimen-, en un sistema donde se
respetaba la separación de poderes, la Fiscalía General llevó adelante una
acción contra el Presidente de la República, y la Corte Suprema de Justicia
terminó retirándolo del poder. Carlos Andrés Pérez lo aceptó y todavía nos
retumba su frase: “Hubiese preferido otra muerte”.
Ocurrió
con Pérez, ocurre con Dilma. Los pueblos se cansan. Que se vea reflejado en el
espejo de Brasil, Nicolás Maduro y toda la arrogancia que lo rodea; estos
personajes que consideran que el poder les pertenece ad eternum, que están allí
per omnia secula seculorum.
Así
como la señora Cristina Fernández de Kirchner, que se sentía eterna y
todopoderosa, salió. Así como la señora Dilma Rousseff -que no osa hablar en
ningún momento del escándalo de corrupción de Petrobras, y ahora llora sus
lágrimas- salió. Así mismo, señor Maduro y quienes le acompañan, sepan que los
pueblos se hartan, que los pueblos se cansan. Y así como con votos los pusieron
allí, así, con votos, por más Socorros Hernández que busquen, de allí saldrán
también.
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