RAFAEL LUCIANI 18 de junio de 2016
@rafluciani
Todos
deseamos una sociedad más humana donde gocemos de abundancia de posibilidades,
donde no padezcamos escasez de alimentos o medicinas. Una sociedad donde no
reine la injusticia, la impunidad y la corrupción. ¿Será esto posible? ¿Cómo
podemos vivir en medio de este drama que atraviesa el país y que nos está
robando el futuro y la esperanza? Si la pesadumbre y la desesperanza logran
vencernos y apoderarse de nuestro ánimo, entonces los victimarios de esta
historia, y tantos empecinados por la ideología dominante y el dinero mal
habido, lograrán vencernos.
Pero
un camino alternativo sí es posible. Cuando alguien ha logrado vivir de un modo
distinto en una sociedad tan fracturada y en medio de un régimen opresor como
el nuestro, entonces se abre de nuevo la esperanza. Por eso, queremos resaltar
actitudes concretas que derivan de la persona histórica de Jesús, de su modo de
vivir y actuar. No se trata de resaltar a una figura creyente, sino a una
persona que vivió en medio de situaciones cargadas de violencia y desaliento
que parecían no tener futuro. ¿Qué podemos encontrar en la praxis de Jesús que
nos ayude a sobrellevar lo que vivimos?
Primero,
Jesús fue «honesto con su realidad». Reconoció el peso de un ambiente
socioeconómicamente fracturado, culturalmente dividido, y cargado de violencia
religiosa y política (Mc 14,1). En ese contexto califica de «zorro» al sistema
político (Lc 13,31) y reclama a las autoridades religiosas que habían
«abandonado» a su pueblo (Mt 9,36). Entiende, al igual que Juan, que la
realidad ya no daba más y necesitaba de un cambio (Mt, 3,7; 21,13).
Segundo,
Jesús nunca dejó de «creer» que había que hacer de la vida en esta tierra como
él imaginaba que era la del cielo (Mt 6,10; Lc 11,2). Es decir, dotarla de
calidad de vida y vivir aquí con abundancia y nunca con escasez (Jn 10,10).
Nunca dejó de pensar que las cosas podían ser mejor. Esta esperanza simbólica
provenía de su servicio a los pobres, a las víctimas y a tantas personas
cansadas de luchar en esta vida. Hablando con ellos aprendió a ver la realidad
desde otra perspectiva y a luchar por ella.
Tercero,
nunca dejó de «hacer cosas» que apostaran por construir espacios en los que
otros podían estar presentes con sus pensamientos, oraciones y acciones sin
ningún tipo de discriminación ni exclusión. Su forma de tratar a los demás
atraía porque aliviaba el desgaste, el agobio y la extenuación que consumen
nuestra voluntad y entendimiento. Jesús siempre «incluía» y nunca menospreciada
al otro.
Cuarto,
viviendo así «no perdía tiempo en trivialidades» sino que apostaba por
«proyectos trascendentes». Nunca se afanaba en tratar de convencer al necio de
corazón. Invertía su tiempo en lo que era verdaderamente valioso, en la
búsqueda de soluciones y en la construcción de espacios comunes.
Quinto,
hacer las cosas como Jesús las hizo no es algo exclusivo de los cristianos. Su
estilo es «paradigma de humanidad» porque nos da a conocer el modo más humano
de ser, algo que no se alcanza mediante la indiferencia ante los problemas o la
mera superación de pensamientos negativos. Menos aún se alcanza al
distanciarnos de los supuestos adversarios y pecadores, o criticar siempre al
que piensa distinto.
Se
trata de construir una vida buena, no polarizada, porque mi libertad se mide y
se realiza en el modo como vea y trate al otro, con sus dolencias y
potencialidades. Ahora bien, vivir así dependerá sólo de cada uno de nosotros y
lo que queramos dejar como legado en esta historia.
Rafael
Luciani
Doctor
en Teología
rlteologiahoy@gmail.com
@rafluciani
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