Trino Márquez 16 de junio de 2016
@trinomarquezc
Sucre
es uno de los estados donde el chavismo ha ganado de forma sostenida desde
1999. El martes 14 de junio se sacudió esa lealtad, al menos en la capital. La
gente de Cumaná salió a la calle a destruir lo que conseguía a su paso, movida
por la desesperación, la rabia y el revanchismo. En esta intifada estuvieron
presentes los mismos factores que se manifestaron durante el Caracazo de 1989,
cuando se combinaron la frustración y la ira, para darles rienda suelta a los
resentidos, los vándalos y los
delincuentes de todo pelaje. En Cumaná, al igual que en Caracas, fueron
saqueadas ópticas y ferreterías, no para
amortiguar el hambre de los manifestantes, sino para satisfacer la furia de una
gente que se siente maltratada. Si el chavismo fuera consecuente con su propia
mitología, el 14 de enero debería ser declarado día de júbilo, al menos en el
estado Sucre, pues ese día se expresó con toda su intensidad la frustración y
la cólera popular.
Lo que ocurre es que, a diferencia de 1989,
quienes ejercen el poder forman parte del oficialismo. El gobernador, Luis
Acuña, y el alcalde de Cumaná, David Velásquez, son militantes del PSUV. Ahora
no enaltecen la violencia popular, ni les parece una forma heroica de canalizar
el descontento. Actualmente la condenan de forma categórica y, como siempre, no
ven la causa del estallido en sus propios errores, sino en la acción de un
grupo de sediciosos militantes de la MUD. Ellos no son responsables de que el pueblo
cumanés, y en general sucrense, esté
pasando hambre, solo pueda comer sardinas, y no consiga medicinas. Los
culpables son los comandantes que dirigen la guerra económica.
Esta distorsión no pasaría de ser una evasión
pintoresca de los dirigentes rojos si no fuese porque se convirtió en una de
las excusas más recurrentes para bloquear cualquier salida política a la crisis
e impedir la realización del referendo revocatorio durante 2016. La fulana guerra económica constituye una
coartada que busca encubrir la destrucción provocada por el socialismo del
siglo XXI y proteger a sus diseñadores y ejecutores. Este proyecto atrasado y
hegemónico destruyó la base productiva del país y los canales de distribución
que la sociedad creó a lo largo de muchas décadas. En el caso particular del
estado Sucre, la incuria del chavismo alcanzó niveles tan altos, que esa
entidad, con centenares de kilómetros de costa, no ha podido desarrollar una
industria pesquera exitosa, que le sirva de base para levantar una economía
próspera.
Lo que ha hecho el chavismo en diecisiete años
es alimentar el clientelismo más obsceno y confiscar las pocas empresas
pesqueras que operaban en el Estado, para luego quebrarlas. La gobernación y
las alcaldías en manos del oficialismo, operan como agencias de empleo poco
productivo, ese que no agrega ningún valor. La burocracia ocupó el espacio que
debió haber tenido el empleo de calidad. Sucre es una entidad donde, a pesar de
las ventajas comparativas que ofrece para el turismo, ni siquiera se ha
fomentado esta industria. Ninguna red hotelera de importancia se ha construido
durante este largo ciclo.
La violencia que se disparó en Sucre no se
debe a la acción perversa de la oposición, ni ha sido inducida por la MUD. Esas
protestas son producto del desamparo en el que se encuentran sus habitantes,
luego de más de tres lustros de ser manipulados y engañados con las migajas que
ocasionalmente les da el régimen. La
pobreza secular de ese Estado, junto a Trujillo (también chavista), el más
pobre del país, explotó. El pueblo se rebeló contra la desidia y corrupción del
gobierno nacional y del gobierno
regional y local. Representa una nueva evidencia del fracaso de los CLAP y de
todos los experimentos de ingeniería social utilizados por el gobierno para
disimular el desmantelamiento del aparato productivo y la imposibilidad para
distribuir lo que no se fabrica.
Los
chavistas perdieron otro bastión gracias a su proverbial ineptitud. Sucre
proporcionó otra razón para insistir en el revocatorio. También para sus
habitantes es una cuestión de sobrevivencia salir del régimen rojo antes de que
todos perezcan.
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