Miguel Méndez Rodulfo 17 de junio de 2016
Cumaná
celebró hace poco su quinto centenario sin pena ni gloria. Sucesos históricos
de envergadura, nacimiento de prohombres y contribuciones al pensamiento y la
cultura, ha producido el terruño del Gran Mariscal. De manera que no es ningún
acontecimiento baladí cumplir medio milenio de fundada, como para que la
alcaldía de la ciudad, la gobernación del estado y el gobierno nacional, hayan
dejado pasar el onomástico por debajo de la mesa. La Primogénita del Continente
se merecía una conmemoración acorde con su linaje, pero la desidia y la omisión
de este régimen que todo lo envilece, echaron por la borda enaltecer tal
jubileo. De veras Cumaná no merece este desprecio y tal vez el gobierno abusó
de la nobleza de esa hermosa ciudad. Quién visite Cumaná, y en general el
estado Sucre, no tendrá otra opción que enamorarse perdidamente de su paisaje,
su clima, sus playas y su gente. Claro, una vez que hayamos internalizado que
la “lisura” del cumanés, esa aproximación directa a la intimidad, que proviene
de la calidez y la confianza desbordada, de que hace gala la hospitalidad
cumanesa, no es una invasión a la privacidad sino una declaración abierta de
amistad. El habitante de Sucre hace suyo el lema de la tía Querida: “brazos
abiertos de sol y mar”. Entendido eso, todo es disfrute y emoción en esos parajes
orientales.
Cuando
Colón divisó Macuro desde sus naves, en el tercero de sus viajes, quedó tan
impresionado por la naturaleza frondosa y verde que se volcaba sobre un mar
prístino de aguas turquesas, que denominó aquel paraíso como “tierra de gracia”.
Aquel destino es la margen oriental de Sucre actual y su condición idílica
sigue intacta. No hay sino que considerar las costas que se prodigan de este a
oeste del estado, bañadas por mares que reflejan las gradaciones de color que
van desde el verde agua al azul cobalto, para tener conciencia de estar en
presencia de un tesoro en materia turística. Si sólo consideráramos tal
maravilla, Sucre poseería una ventaja comparativa sin par para atraer turismo
del mundo entero. Este estado también está bendito por natura, ya que es una de
las pocas regiones del mundo que goza de los beneficios de un fenómeno
oceanográfico denominado “surgencia”, mediante el cual los vientos alisios
soplan sobre la capa superficial del Mar Caribe permitiendo que desde diciembre
a junio, las aguas profundas y frías del Atlántico norte, emerjan movilizando
los sedimentos del lecho marino, fertilizando toda la columna de agua; de esta
manera, a esas temperaturas, crecen microalgas que corresponden al primer
eslabón de la cadena alimenticia, las cuales a su vez sirven de alimento a
micro crustáceos que a su vez alimentan a las subsiguientes cadenas, todo o
cual hace que haya buena pesca, sobre todo de sardinas. Estas aguas que bañan
las costas del estado Sucre son las más ricas del Caribe.
Visto
así no es de extrañar las notas de asombro de Humboldt, observando a los
cumanagotos comer pescado, árbol de pan (castañas) y frutas tropicales; es
decir llevando una vida sin complicaciones, en armonía con la naturaleza. Pero
Sucre no sólo tiene paisajes de ensueños, buena pesca, agente cálida y mujeres
bellas con un tipo de cuerpo particularmente esculpido sobre sus caderas, sino
que constituye una potencia en el cultivo de tres productos ancestrales de la
exportación colonial venezolana y que hoy día tienen una demanda mundial de
alto target: el ron premium, el cacao porcelana y el puro que se hace completo
con todos sus componentes cultivados en esa región. Si Sucre toma plena
conciencia de sus ventajas competitivas y se visualiza como un competidor con
preeminencia en ese mercado de gran demanda, otro sería su destino. Para ello
hay que pensar en grande. En la hora de la desolación y la rabia, hay que
considerar con especial cuidado la reconstrucción. Los pueblos siempre se
levantarán para bien, Corresponde darles una brújula.
17 de
junio de 2016
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