Luis Manuel Esculpí 12 de julio de 2016
Son
fieles practicantes del maniqueísmo, sus prácticas son siempre buenas y hasta
glorificadas. Las mismas ejecutorias efectuadas por otros -que no sean sus
seguidores- son malas y por lo tanto condenables.
Cualquier
acción opositora puede ser calificada de golpista, mientras el 4F es enaltecido
como un episodio épico, cubierto con un manto de heroicidad inexistente. Se
condena las acciones opresivas del pasado, mientras se reprime salvajemente la
protesta popular. Se persigue y encarcela a jóvenes y dirigentes de la
disidencia.
La
tortura -siempre condenable- no ha sido desterrada, por el contrario ahora
abundan las denuncias de tan abominable práctica y de violación permanente de
los derechos humanos.
Exaltan
como una epopeya los sucesos del 27 de febrero del 89, mientras descalifican la
justa protesta contra la escasez de alimentos y medicinas. Vituperan la
corrupción de otros tiempos y amparan la depravación más grande conocida en
nuestra historia.
Hablaron
de las cúpulas podridas y hoy conforman un cogollo perverso y descompuesto.
Así
como consideran que hay golpes buenos o positivos, represión buena o positiva,
ahora nos enteramos que también existe el "nepotismo positivo".
Despachó
desde la Asamblea Nacional donde ocupó dos cargos como encargado, de allí pasó
a la Procuradoría donde Cilia lo dejo encargado - ahora sí es titular - pero de
la Contraloría General de la República, donde tiene empleados a trece personas
entre familiares y parientes.
El
contralor Manuel Galindo Ballesteros reconoció y justificó su práctica
afirmando en una entrevista televisiva: " para hablar del nepotismo hay
que tener primero la suficiente capacidad para diferenciar el nepotismo
negativo del nepotismo positivo. Tendrías que remontarte por allá en el siglo
XVIII desde la monarquía del siglo XVIII para acá".
Ha
seguido los pasos de su tutora quien ejerciendo la presidencia de la Asamblea
Nacional, hizo honor a su apellido convirtiendo la nómina del Poder legislativo
en una suerte de jardín.
Que el
encargado de "velar por la transparente administración del patrimonio
público del estado" defienda la existencia del nepotismo en la propia
institución que dirige y no se plantee la existencia de un "conflicto de
intereses" no es una nimiedad, más cuando a su vez preside el denominado
Poder Moral o Ciudadano.
Existe
entre los actuales gobernantes y sus asociados una características común: la
banalización de la palabra, en su discurso vale cualquier afirmación, lo que
importa es la ejecutoria fiel a los mandatos del cogollo. No importa que medie
una gran distancia entre la palabra y los hechos. La retórica da para todo.
Su
pérdida de credibilidad -en alguna medida- tiene que ver con la disociación
entre el discurso y la realidad. La insistente predica de una supuesta
"guerra económica" es emblemática de tal disociación, la mayoría de
los venezolanos niegan tal conflicto y le asignan a la política económica la
principal causa de la crisis que confrontamos. Eso lo reflejan todos los
estudios de opinión. Ellos lo saben pero actúan como que si lo desconocieran.
Insisten en su fraseología como esperando que con su constante repetición
pudiera sustituirse la realidad. Si al principio esa estratagema le pudo dar algunos
resultados, hoy no posee la más mínima verosimilitud. Como lo demuestra el
grado de deterioro y rechazo del gobierno.
Los
hechos se encargan de desmentir sus palabras. El pasado fin de semana con la
apertura de la frontera por unas horas, decenas de miles de compatriotas la
atravesaron para adquirir alimentos y medicinas. Contrastando con el incidente
que le sirvió de pretexto para cerrar la frontera, hace aproximadamente un año
y deportar a centenares de ciudadanos colombianos. En el Táchira , al igual que
en el resto del país, la gente no se come el cuento de la guerra económica .
El
cambio político necesario y posible, requerirá rescatar el valor de la palabra,
sintonizarla con la realidad. Combinar la teoría con la praxis. Liberar toda la
energía transformadora existente en la sociedad, para avanzar por una ruta de
progreso en paz. Dejando en el pasado este episodio infortunado que nos ha
tocado vivir.
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