RAFAEL LUCIANI 10 de julio de 2016
@rafluciani
Nos
hemos acostumbrado a vivir y a pensar desde relaciones deformadas por la
polarización y las posturas ideológicas que niegan constantemente lo que sucede
a nuestro alrededor. Los que tienen el poder niegan el hambre que padecen los
más pobres y las muertes a causa de la escasez de medicinas. Son muchas las
personas que viven su cotidianidad con un peso en el alma, atormentados por el
mañana, sin poder gozar de la merecida pausa o el sosiego del hoy.
Lo que
está en juego hoy en Venezuela es la pérdida de nuestra condición de ser
sujetos, de poder ser dueños de nuestro propio destino y no ser reducidos a
objetos de desecho ideológico. El peligro latente está en dejar reducir nuestra
condición humana a ser una masa sin rumbo conformada por un conjunto de
individuos que tienen que vérselas por sí mismos y luchar contra los demás para
poder sobrevivir. Es la triste lógica de la sobrevivencia, ésa que nos quieren
imponer y que va reduciendo lo humano a un continuo trance sin tregua. La situación
de país es tan grave que nos está inhabilitando, poco a poco, a vivir como
sujetos, en relaciones cotidianas que personalicen y devuelvan la paz y el
porvenir.
Nuestra
condición de ser sujetos pasa, no sólo por reconocer al otro, sino por darle
cabida en los propios espacios, aún en la adversidad. Los derechos humanos no
pertenecen a parcelas o a sistemas ideológicos. Son derechos que nos pertenecen
a todos por el mero hecho de ser humanos. Son derechos que se sostienen sobre
los vínculos sociales que nos religan y ponen en práctica nuestra condición
fraterna. Sólo soy verdaderamente humano en la relación fraterna con el otro,
es decir, respecto del otro. Si no acepto este principio fundamental, que va
más allá de un mandato moral o religioso, y sólo vivo respecto de mí y los
míos, los de mi grupo, entonces nunca nos podremos realizar como seres humanos,
es decir, como sujetos. Seremos objetos del dinero, del trabajo, de la familia,
del partido, de la ideología y de tantas otras esclavitudes que nos hacen
dependientes. En fin, objetos de desecho ideológico.
La paz
social no la traen las ideologías políticas. La paz requiere de la opción
personal que cada uno de nosotros haga de querer vivir la propia cotidianidad
con humanidad, de reparar los vínculos sociales y reconciliar las relaciones.
De no ceder ante la impiedad. Optar por este estilo de vida implica vivir un
conflicto de fidelidades porque exige la coherencia ética frente al rechazo que
pueda venir de las familias, las instituciones políticas y las religiosas que
siguen ancladas en la lógica del poder y la sumisión, de la polarización y la
segregación.
La
práctica de la fraternidad hacia amigos y enemigos, y el acercamiento a los
pobres, es lo único que puede superar la actual mezcla existente de polarización,
individualismo y sectarismo ideológico. La lógica de la sobrevivencia que nos
quieren instaurar sólo se vence en lo cotidiano, en el encuentro con cada
persona. Es ahí donde puedo vivir una humanidad fraterna y entender cómo ésta
puede cambiar mi propia vida y sacarme del círculo sesgado en el que puedo
estar viviendo.
No hay
paz sin consecuencias porque la fraternidad me confronta con el rostro del
otro, con su realidad humana concreta. Me hace doliente y desbarata la impiedad
en la que puedo estar viviendo al negar lo que sucede a mi alrededor.
Necesitamos recuperar las relaciones horizontales, fraternas, de sujeto a
sujeto, para que la vida del otro recobre su primacía absoluta.
Rafael
Luciani
Doctor
en Teología
rlteologiahoy@gmail.com
@rafluciani
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