Aníbal Romero 08 de agosto de 2016
Creo
útil retomar algunas ideas de Clausewitz. Su gran obra, De la guerra o Von
Kriege, publicada póstumamente en 1832, toma sus ejemplos de las guerras
napoleónicas, que Clausewitz experimentó como participante activo. No obstante,
varios de los conceptos expuestos en su libro tienen relevancia para la
situación que hoy enfrentamos, de modo particular con referencia al terrorismo
de raíz islamista.
Un
tema clave es el de la limitación de las guerras. Clausewitz observó que la
entrada protagónica de las masas en la historia, así como los avances de la
industria y la tecnología, transformaban la guerra y le impulsaban hacia lo que
denominó “el ascenso a los extremos”. Dicho en otras palabras, Clausewitz
percibió que, en las nuevas condiciones, la guerra adquiría una tendencia a
radicalizarse y hacerse “absoluta”. Mientras más muertes y destrucción, a la
manera de un adicto a las drogas que siempre pide más, la guerra exigía todavía
más dolor, en parte para justificar con la victoria el sufrimiento ya causado.
Según Clausewitz –hijo de la Ilustración y creyente en el poder de la razón—
correspondía a la “razón política”, encarnada en las decisiones de estadistas
responsables, controlar en lo posible ese ascenso a los extremos y evitar que
las guerras desembocasen en matanzas inútiles o resultados no deseados.
Interesa
constatar, en primer término, que la guerra que el llamado Estado Islámico
lleva a cabo contra Occidente es por definición una guerra absoluta, ya que su
fin político busca la aniquilación del enemigo, de nuestra civilización
sustentada en la libertad. Ello se constata en los pronunciamientos que esta
organización hace públicos a través de internet.
Con el
concepto de “fin político” Clausewitz hacía referencia a la pregunta: ¿qué se
busca con la guerra?, a diferencia del “objetivo militar” que responde más bien
a otra pregunta: ¿qué se busca en la guerra? Y en este sentido es claro que
para el Estado Islámico se trata de un fin desmesurado, pero firmemente
asumido, que se pretende lograr mediante el terror. El objetivo militar del
Estado Islámico es el terror, y el terrorismo es un método. Fue Lenin, creo,
quien dijo que “el objetivo del terror es el terror”. Lo anterior significa que
los actos de terrorismo que el Estado Islámico lleva a cabo, procuran sembrar
un terror tal en las sociedades abiertas y democráticas de Occidente que las
obligue a cambiar cada vez más, a responder de manera que se produzca ese
cataclismo apocalíptico que los adherentes al fundamentalismo islamista parecen
tener planteado, como desenlace final de sus empeños.
Todo
ello coloca a Occidente ante dilemas imperiosos y muy complicados. Esto último
es innegable. No es sencilla la tarea de los políticos en Europa y Estados
Unidos durante los tiempos que corren, lo cual no excusa sus fallas y errores.
El equilibrio entre seguridad y libertad es precario, y una ciudadanía que
comienza a sentir que sus dirigentes son impotentes para defenderles y
garantizar el esencial pacto, postulado por Hobbes, entre protección y
obediencia, podría perder su apego a las instituciones del Estado liberal y
democrático y buscar otras soluciones.
El
principal problema operativo frente al terrorismo también nos remite a
Clausewitz y su fórmula sobre la asimetría entre defensiva y ofensiva.
Clausewitz sostuvo que la defensa es la postura operacional más fuerte de la
guerra, pues el defensor es el que en última instancia decide si habrá guerra o
no, y si ésta continuará o no. Articulaba la idea con frases irónicas: “El
invasor siempre es amigo de la paz; él desearía entrar en nuestro territorio
sin oposición”. Pero con el terrorismo del Estado Islámico las cosas han
cambiado. En este caso la ofensiva es la postura más fuerte de la guerra, pues
los terroristas son capaces de atacar una casi inagotable lista de blancos en
los momentos y circunstancias de su escogencia, en tanto que los defensores no
pueden estar alertas y preparados en todas partes y a cada instante con igual
eficiencia. Lo que puede entre otras cosas hacerse, como ocurre ahora en
Francia, es desplegar al ejército en las calles como un método de disuasión,
pero los recursos son limitados y la posibilidad de la sorpresa está en manos
del enemigo.
Pocos
días atrás un solo individuo, armado con una pistola, mató a nueve personas en
un centro comercial de Múnich, pero su acción paralizó por completo a la ciudad
entera, confundió por buen rato a la policía y fuerzas especiales y expandió
ondas de terror entre millones de ciudadanos en toda Alemania. ¡Un solo
individuo con una pistola!
¿Qué
hacer? Estas pasadas semanas, ante la sucesión de ataques en Bélgica, Francia y
Alemania, diversos políticos han insistido, con razón, que un Estado
constitucional no puede impedir todos los crímenes. Ello es parte de la verdad.
El problema es que los ciudadanos esperan que el Estado les haga posible vivir
normalmente, en relativa paz y sin estar cada minuto a la espera de que un
terrorista dispare sobre ellos y sus familias. ¿Cuál debe ser el fin político
de las democracias asediadas?
Luego
de los ataques del 11-S en Nueva York y Washington publiqué una serie de
artículos, en los que argumentaba que el fin político en la lucha contra el
terrorismo islamista tenía que ser impedir un ataque con armas de destrucción
masiva. Sigo creyendo que esto es crucial, pero no es suficiente. Ciertamente,
el uso de armas químicas, biológicas o atómicas en un ataque terrorista
constituiría una catástrofe, y la inmensa mayoría no puede siquiera concebir la
magnitud de un desastre semejante. En consecuencia, quizás no podemos apreciar
el éxito que se ha obtenido al evitar semejante calamidad. Pero insisto, esto
no es suficiente. Con los ataques limitados que ahora se están produciendo ya
empiezan a crujir las democracias de Occidente, y la ciudadanía a perder la
confianza y la credibilidad en sus líderes.
Además
de mejorar en todo lo posible los servicios de inteligencia y prevención
(informes oficiales aparecidos en Francia indican que no se ha hecho todo lo
debido, y que cálculos mezquinos han obstaculizado acciones más eficaces).
Además, es imperativo que los dirigentes políticos digan la verdad, y no sólo
parte de ella. Es increíble que importantes dirigentes en Estados Unidos,
Alemania y Francia, entre otros países, todavía sean incapaces de asumir y
manifestar la realidad incuestionable de que existe un vínculo palpable entre
el terrorismo, el más importante y amenazante terrorismo, y el radicalismo
islamista.
La
falta de voluntad para hacer esta identificación erosiona severamente la
credibilidad de los políticos, y contrario a lo que se piensa no contribuye a
preservar el respeto y apego a la ley de las comunidades islámicas en
Occidente. Más bien, la renuencia de los políticos ante la verdad de las cosas
acrecienta en esas comunidades la sensación de que Occidente está de rodillas,
frente a una amenaza que no entiende o no desea entender.
Este
fenómeno, que quisiera denominar “la muerte de la verdad”, es uno de los
efectos más perniciosos y dañinos de la actual ola de terror en Europa y
Estados Unidos. El ejemplo de Barack Obama, con sus reiteradas negativas a
verbalizar la realidad de que existe un terrorismo islamista, a lo que se suman
sus constantes evasiones y eufemismos, es sólo uno de los casos que pueden
señalarse. Pero también personajes como Ángela Merkel[i] y François Hollande
son culpables de esta reiterada ofuscación. El intento de escapar de la verdad
inflige una profunda herida a las sociedades abiertas.
Clausewitz
realizó algunas de sus más hondas reflexiones en torno al concepto de “centro
de gravedad del enemigo”. Se trata, en resumen, de aquél ámbito (puede ser una
persona, una ciudad, un ejército, una estructura psíquica) cuya dislocación
conduce más rápida y eficazmente a la derrota del adversario. En ese orden de
ideas resulta muy difícil, diría que casi imposible, definir el centro de
gravedad del terrorismo islamista. En una guerra de desgaste, de largo plazo,
ese centro de gravedad del terrorismo surgiría quizás del cansancio, si nuestra
civilización libre logra resistir los embates a que está siendo sometida sin
cambiar su sustancia. Pero Occidente no se encuentra en una guerra de desgaste
sino de decisión rápida, en cuanto que los terroristas sí entienden que el
centro de gravedad de las sociedades liberal-democráticas es el vínculo de
confianza entre dirigentes y dirigidos, entre los políticos y el ciudadano
común. De allí que el proceso gradual de muerte de la verdad represente un
riesgo tan grave, y que restaurar la confianza y la credibilidad de la gente en
sus líderes sea un perentorio desafío. El tiempo apremia.
[i]Ángela
Merkel después de escrito este articulo precisó la diferencia. Dijo que Alemania
estaba en guerra contra el Estado Islámico, no contra el islam.
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