Humberto García Larralde 15 de agosto de 2016
Cuenta
una fábula popular que en una fiesta en el llano se le aproxima a un convidado
un personaje sombrío que lo conmina a que se vaya con él. Aterrorizado,
reconoce que está en presencia de la muerte y sale huyendo a todo galope en su
caballo por la noche oscura, tan sólo para estrellar su cabeza contra una rama
y caer mortalmente herido. En su último aliento divisa a su tenebroso
interlocutor de hace poco quien le increpa: “¿por qué te fuiste tan lejos si
sabías que te tocaba?”
Viene al caso este cuento por el empeño
criminal del Madurismo de aferrarse al poder cuando ya está cantado que su
gobierno no tiene vida, que todo se acabó para ese experimento funesto que
llamaron “socialismo del siglo XXI”. Su manejo de lo económico ha fracasado
estrepitosamente. No solo son –somos- los economistas venezolanos y los
analistas internacionales los que le han señalado la necesidad de rectificar
sus políticas, así como las medidas para aliviar los graves padecimientos de la
población, sino hasta Unasur se lo ha sugerido. Pero el gobierno impertérrito.
No sólo se niega a cambiar las políticas que metieron al país en el agujero negro
en que se encuentra, sino que saca al ministro Pérez Abad, quien había iniciado
un proceso muy tímido de sinceración de precios y de ajuste en el tipo de
cambio, para atrincherarse aun más en su afán de controlar todo y doblegar al
quehacer económico. Las colas cada vez mayores, las protestas cada vez más
extendidas, los testimonios cada vez más numerosos de fatalidades por
desabastecimiento de medicamentos y por malnutrición, le tienen sin
cuidado. Aunque no hay forma de revertir
esta tragedia sin rectificar el rumbo perverso a que nos han condenado, Maduro
sigue en sus trece.
Frente a esta negligencia criminal, a las
fuerzas democráticas no les quedó más remedio que apelar al procedimiento
constitucional del referendo revocatorio para relevar al actual gobierno. Ello ha encontrado amplio respaldo en un
pueblo desesperado por la situación a que se ha visto sometido, como lo
atestiguan todas las encuestas. Ya sólo el puñado de fanáticos y enchufados
defienden a este desgobierno. El Madurismo tiene los días contados. Todo se
derrumbó.
Pero nada, insisten en poner todo los
obstáculos imaginables a la expresión de la voluntad popular, tratando de
sabotear la realización del referendo revocatorio este año, a pesar de que ello
irremediablemente acentúa el repudio popular al régimen. La afirmación hoy de
Tibisay Lucena de que la recolección de firmas “podría” realizarse en octubre y
el referendo en 2017 es un nuevo ultraje a la democracia y al sentir de la
gente. ¿Por qué ese empeño en enterrar de una vez por todas su legitimidad, en
achicar aun más su ya disminuida base de apoyo? ¿Creen que los venezolanos nos
vamos a quedar con los brazos cruzados? Pero aun suponiendo que saboteen el
referendo este año, ¿qué les espera? ¿Que, por arte de magia, se revierta el rechazo
en su contra y vuelvan a ganarse el favor de los venezolanos? ¿Por qué seguir
cavando la tumba del chavismo, cuyo futuro político está ya tan comprometido?
Fiel a su naturaleza fascista, la política no
la conciben en términos de un juego democrático para disputarse la confianza de
la gente. La política para ellos es la extensión de la guerra por otros medios
–revirtiendo a Clausewitz- y el ejército está bajo su control. ¿Cuánta
represión, cuántos muertos costará este empeño, destinado irreversiblemente al
fracaso, de permanecer en el poder? ¿Hasta cuándo van a aguantar los militares
ser los malos de la película sosteniendo a un gobierno que no tiene sustento
alguno y que la gente aborrece cada vez más? ¿Creen realmente Maduro y los
suyos que su verborrea comunistoide los absolverá, que podrán pasar como
“revolucionarios” campeones del pueblo? ¿Por qué esa negativa a negociar una
salida mínimamente honrosa que le ahorre a los venezolanos mayores penurias?
Pero no, ofrecen sólo sangre y miseria.
Como han insistido tantos analistas, el costo
de salida para la oligarquía militar civil que controla el poder es
excesivamente alto. No es solo desprenderse de las oportunidades de lucrarse
sin miramientos con los sistemas de controles, la extorsión a empresas y
comerciantes, con el usufructo discrecional de un dólar subsidiado, de los
contratos, compras y demás negocios hechos a la sombra, sin transparencia ni
rendición de cuentas. No. Es que muchos saben que serán imputados por los
numerosos delitos cometidos. ¿A dónde podrán ir para disfrutar de sus fortunas
mal habidas? ¿Se conciben llevando una vida de simples ciudadanos sin las
deliciosas prebendas del poder que los ha convertido en una oligarquía tan
despreciable? Sabiendo que tienen todo que perder, prefieren quemar sus naves
antes de tender puentes a ese pueblo que dejó de creer en ellos. La
conflagración final antes de reconocerse perdidos.
Pero no tienen escapatoria. ¿Por qué someter
cruelmente al país a tanto sufrimiento, si saben que de todas formas se les
acabó el festín? Lamentablemente, el fascismo es así. La dirigencia democrática
no puede dejar que atropellen de esta manera al pueblo. Se acerca su hora
estelar.
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