ÁNGEL ARELLANO 08 de septiembre de 2016
Al
chavismo le podemos reprochar todo menos su intento de supervivencia por la
sencilla razón de que todos los seres vivos nacemos con esa necesidad. Es cosa
de software humano. Lo que sí podemos reprochar es que en ese intento de
sobrevivir el chavismo condene la vida de millones de venezolanos que están
pasando hambre, sufriendo por la falta de medicamentos y acorralados por la
violencia desenfrenada que reina en las calles.
El
chavismo tiene miedo. Lo ha demostrado ampliamente acción tras acción, amenaza
tras amenaza. El juego político del gobierno se desarrolla en un tablero donde
se exacerban la represión, la brutalidad y el odio. Su verbo es una hemorragia
de humillaciones a la nación. Mentiras van y mentiras vienen sin ritmo ni
compás. La única regla es la protección del sistema, por encima de cualquier
institucionalidad, aun cuando ésta sea la promovida por ellos mismos desde el
acto fundacional de la República Bolivariana: la Constitución de 1999. El Gran
Hermano existe y se aferra al poder todos los días.
En las
últimas semanas la Revolución Bolivariana, o los residuos de la Revolución
Bolivariana que preservan “El Legado”, ha desatado una tormenta de represión
arremetiendo contra las protestas en todo el país, colocando tras las rejas a
más dirigentes de la oposición política y apretando las tuercas de su aparato
propagandístico (sistema público de medios de comunicación) que reproduce día y
noche la paranoia del discurso violento y colérico de Nicolás Maduro, Diosdado
Cabello, Aristóbulo Istúriz y afines.
Proponemos
el siguiente razonamiento para comprender la situación planteada:
indiscutiblemente el chavismo sin Chávez es diferente. Distinto en su accionar,
desordenado, anárquico; distinto también en cuanto a su dirección. Maduro no es
el hombre fuerte, tampoco lo son el resto de los caudillos radicales. Todos
forman parte de la clase en el poder, más o menos con cierta jerarquía, más o
menos con cierto control en sectores del sistema, más o menos con algún tipo de
fidelidad partidaria. Ninguno prevalece. Por el momento coexisten. Ese chavismo
sin Chávez es militante del fanatismo y la violencia, haciendo de la represión
un lugar común en el que toda la nomenclatura se encuentra.
Ahora
bien, ciertas cosas parecen evidentes, pero aun así hay que subrayar y aclarar.
¿Por qué la reciente arremetida contra la oposición? ¿Por qué enfilar toda la
artillería contra un sector que según la propaganda oficial, la “izquierda
crítica” y diversos sectores del folklore político, está errado convocando
mecanismos electorales para salir de la dictadura? Simple: porque la oposición
es mayoría en el Parlamento y en la calle, porque la crisis es insostenible
incluso para aquellos que están acostumbrados a gobernar en medio del desastre,
y porque no existe estudio de opinión que salve al chavismo. Como afirmó un
analista en un artículo reciente: “si el gobierno convoca una elección de
condominio en Miraflores, es posible que las pierda”. Los que ostentan el poder
lo saben. En el oficialismo hay miedo, mucho miedo, de otra manera la razia
contra la disidencia no tendría sentido.
Ante
esta situación la oposición, congregada en la MUD, ha mostrado mucha paciencia
y organización, obteniendo por tanto gran nivel de acierto. La multitud
movilizada el pasado primero de septiembre fue muestra de ello. Ante el mundo y
ante los venezolanos se ratificó lo que vienen gritando los números: un 80% de
la población quiere un cambio de gobierno urgente por la vía pacífica.
La
Unidad ha dicho que cada movilización de calle debe hacerse con la
correspondiente planificación y una convocatoria amplia, disponiendo de los
pocos medios abiertos y libres que en este caso se reducen al boca a boca y las
redes sociales. El orden y la actitud parca de la oposición han logrado cambiar
el juego en el tablero de la represión, la brutalidad y el odio del chavismo,
devolviendo el búmeran del miedo a los que durante mucho tiempo han sido los
verdugos del país.
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