Por Jesús “Chuo” Torrealba, 11/09/2016
Hay una expresión popular que pretende ser jocosa, pero en realidad es
resignada, según la cual “en Venezuela la vaina está buena, pero mal
repartida”. Quienes llegaron al poder en 1999 creían firmemente eso, y pensaron
que simplemente repartiendo de manera distinta “la vaina”, es decir, la renta
petrolera, podrían producirse cambios positivos y sostenibles en la calidad de
vida, que nos llevarían a vivir en el paraíso marxista llamado “Justicia
Social”. El resultado fue al revés: A pesar de haber vivido durante 12 de
estos últimos 17 años la bonanza petrolera más alta y más larga de toda nuestra
historia, la economía venezolana está hoy destruida en su capacidad de producir
bienes y servicios y en su capacidad de generar empleos de calidad y bien
remunerados, mientras nuestra sociedad conoce el hambre y la enfermedad que
creía haber superado en las primeras décadas del siglo XX.
Nadando en una marejada de dinero producto de los altísimos precios
internacionales del petróleo que estuvieron vigentes hasta septiembre de 2014,
y sin los controles institucionales y sociales que procuraran una
administración medianamente profesional de tales recursos, la alta burocracia
estatal se convirtió en la más corrupta del planeta, completándose así la
tenaza capaz de convertir en miserable a Venezuela: Por un lado, un modelo
económico que ya no sólo es rentista sino que -al adquirir a partir de 1999 el
sesgo socialistoide que lo convierte en enemigo de la iniciativa privada-
se transformó en EXCLUSIVAMENTE rentista, es decir, en enemigo de la generación
de riqueza a través del trabajo, y por ello inclinado a la reproducción y
distribución de pobreza; Por otro, una alta burocracia hiper-corrupta, cazadora
de la renta petrolera que en teoría (y solo en teoría) “ahora es del pueblo”.
Fue esa combinación de modelo económico agotado, de prejuicio
ideológico tóxico y de clase política extremadamente corrupta lo que nos hizo
llegar a este llegadero, a esta Venezuela sin alimentos en los mercados y sin
medicinas en las farmacias. Durante 14 de estos últimos 17 años la combinación
de petrodólares abundantes y liderazgo carismático irresponsable hizo que este
deterioro acentuado describiera una lenta espiral descendente, que mucha gente
terminó percibiendo como parte de una nueva “normalidad”. Pero los dos
ingredientes del coctel “normalizador” desaparecieron casi
simultáneamente: En marzo del 2013 el gobierno anuncia el
fallecimientodel Presidente Chávez, y desaparece con él la capacidad discursiva
del régimen de justificar lo injustificable; en septiembre de 2014 caen los
precios internacionales del petróleo, anulando de esa manera la capacidaddel
régimen de encubrir a realazos sus ineficiencias…
Es así como entramos en la etapa madurista. Maduro no preside
exactamente un gobierno, sino una catástrofe sin caretas ni atenuantes. Ya el
dinero no alcanza para la corrupción y para financiar las importaciones. La
cúpula corrupta tenía al cierre del 2014 tres requerimientos: Su propio
bolsillo, la deuda externa y las necesidades de la gente… Y decide sacrificar a
la gente. Es así como en los últimos tres años se generalizan las colas, la
muerte por falta de medicamentos, el control del territorio por los pranes. Los
intentos del régimen de mantener la “sensación” de normalidad se estrellan
contra la realidad. Ni reprimiendo la oposición, ni diciéndole al pueblo
chavista que “Maduro es el hijo de Chávez”, logran encubrir el desastre. Lo que
antes era una lenta espiral de deterioro se transforma en una veloz caída
libre. Por eso pierden las elecciones del 6D, y por eso las encuestas
revelan hoy que ocho de cada diez venezolano quieren a Maduro fuera del
poder. Así están las cosas cuando llegamos al 1 y 2 de septiembre de
2016…
El primero de septiembre, en La Toma de Caracas, la Unidad Democrática
demuestra no sólo que somos mayoría, sino que somos una mayoría con control,
apegada a una estrategia de cambio pacífico, con un liderazgo responsable capaz
no de “surfear” el descontento sino de conducirlo. El 2 de septiembre Maduro
demuestra en Villa Rosa que no es capaz de gobernar ni sus emociones ni sus
reacciones, y que tiene dificultad para dirigir incluso a sus más inmediatos
colaboradores, incluyendo a sus anillos de seguridad. La suma de ambos
efectos es contundente y clara: Maduro no está en control de la
situación; La Unidad demostró que si puede hacerlo.
Estamos pues en plena crisis de gobernabilidad. Al caos económico y al
profundo malestar social se suma ahora la certeza de que el gobierno no está en
control ni de sí mismo. Una situación muy peligrosa, porque puede ser el
momento esperado por los pescadores en río revuelto, por los “tiradores de
paradas”, buscadores de atajos y demás oportunistas, sobre todo de aquellos que
(por tener cuentas pendientes con la justicia, dentro y fuera del país) temen
que una solución electoral implique la pérdida de impunidades e
inmunidades. Ante esta situación la única posición responsable es
acelerar la construcción de la solución electoral, acudiendo a la fuente
primaria de toda legitimidad que es la voz de El Soberano, en una consulta
electoral adelantada que tiene asidero en el artículo 72 de nuestra
Constitución que establece el derecho del pueblo a convocar un Referendo
Revocatorio.
Queda claro entonces: En esta Venezuela post Toma de Caracas y
marcada por el #EfectoVillaRosa, los únicos beneficiados por la estrategia de
retrasar el RR son los golpistas. Esos, por cierto, que buscan envenenar
aun más el clima político acentuando la represión, deteniendo alcaldes y
persiguiendo dirigentes políticos, aunque para ello deban pasar por encima de
la Fiscalía General de la República y desairar públicamente a la Defensoría del
Pueblo. La disyuntiva está frente al país: O Referendo Revocatorio 2016,
con garantías para los actores, con una visión clara y compartida de que el
país post cambio tiene que ser una Venezuela en la que que quepamos todos y en
la que todos podamos convivir, o el golpe de estado continuado de quienes solo
violando la Constitución pueden permanecer en el poder.
La inmensa mayoría de los venezolanos, esa que quiere cambio seguro y
en paz, se impondrá a los minúsculos grupos que fantasean con “un
sangrero”. La Nueva Mayoría Nacionalesta demostrando que es capaz de
liderar una transición a la democracia en paz, y un proceso de reconstrucción
nacional inclusivo y solidario. Lo que viene no es la violencia de los
revanchistas ni la de los que buscan extender su impunidad. Aquí lo que
viene es convivencia, reconciliación y progreso para todos. ¡Para allá es
que va vamos! ¡Palante!
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