Por Roberto Patiño
El miércoles 7 de junio fue
uno de los días más duros desde el inicio de las protestas hace ya más de 70
días. La represión llevada a cabo por efectivos de la GN fue cruel y
despiadada. En distintos lugares de Caracas se produjeron hechos de violencia y
se expresó fuertemente la desesperación y rabia de la gente frente a la
situación de crisis y dictadura que estamos sufriendo.
En particular fui atacado
junto con un grupo de personas en la Francisco de Miranda y, cuando buscamos
refugio en un hotel de la zona, fuimos perseguidos por las fuerzas represivas
que nos dispararon más de 20 bombas lacrimógenas. Al encontrarnos en un recinto
cerrado, se produjo un efecto de “cámara de gas”, y durante varios minutos
todos los que nos encontramos allí, a pesar de llevar máscaras, nos sofocamos
hasta plantearse la posibilidad cierta de que podíamos morir asfixiados. Lo que
vivimos en esos momentos es lo que miles de venezolanos en todo el país están
experimentando en carne propia en estos días, solo por manifestarse en contra
del modelo y las acciones del régimen madurista.
Pudimos salir de allí y
recuperarnos, pero tan solo un par de horas después, nos informaron de la
muerte del joven de 17 años Neomar Lander. La corta edad de este muchacho y las
circunstancias en las que se produjo su muerte me afectaron sobremanera. Una
vida es invaluable y su pérdida no tiene reparo, pero la muerte es aún más
dolorosa en un muchacho. Hay todo un futuro junto a la familia, una vida para
enamorarse y compartir con los panas, para estudiar y desarrollarse, de
decisiones que tomar para saber tu lugar en el mundo, que de golpe es
arrebatado y desaparece. Creo que como muchos venezolanos, el reconocimiento de
esa pérdida irreparable, de ese futuro que ya no va a sucederse, y la
manipulación posterior de la muerte de ese muchacho por parte de voceros del
gobierno, sin ningún respeto a su familia y a su persona, fueron uno de los
golpes más duros de estos días.
Neomar era un joven,
parte de una generación de venezolanos nacidos en estos últimos veinte
años, cuyas aspiraciones y expectativas son las que en gran medida darán forma
al futuro de nuestro país. La presencia de esta generación en las calles junto
con otros sectores y grupos sociales, nos habla de la asunción de principios de
convivencia, solidaridad y de valores democráticos que están siendo reconocidos
y defendidos por todos. Habla también de que a pesar de la crisis moral, que
también nos afecta, esos principios y valores se mantienen y persisten en el
tiempo y las personas, y se están manifestando de forma espontánea ahora que la
imposición de un régimen dictatorial y tiránico se extiende sobre nosotros.
Creo que la generación de un
país no está determinada por la edad. Creo que la define la conciencia que sus
habitantes toman de sí mismos y que marcan las decisiones que dan forma a su
realidad. El rechazo al régimen no es una oposición a una ideología o un
grupo, sino la decisión que la gran mayoría de los venezolanos hemos tomado de
defender nuestro derecho a un futuro de bienestar, de salida de la crisis en el
marco de la democracia, y que ahora es amenazado por la tiranía.
El jueves pasado, leí la
declaración de Rafael Dudamel en la que llamaba a Nicolás Maduro a bajar las
armas contra el pueblo. Dudamel recalcaba que, ese mismo día, el triunfo del
equipo de la sub 20 de la vinotinto había sido un motivo de celebración y
felicidad para el país así como la muerte de Neomar, el día antes, lo
había sido de luto y dolor. Una imagen clara de los dos destinos, uno de
superación y plenitud, y otro de opresión y violencia, en los que se debate
Venezuela.
En estos momentos todos los
venezolanos formamos parte de una sola generación, que se enfrenta a esos dos
destinos y busca tomar el que nos lleve a la vida y el verdadero reencuentro,
sin más muerte y pesar.
Coordinador de Movimiento Mi
convive
Miembro de Primero Justicia
12-06-17
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