Por Luisa Pernalete
“Hay una compañerita del salón
que falta mucho porque no tiene qué comer en su casa. Nosotros hablamos con la
maestra, porque tenemos que ver cómo le ayudamos”, dijo con mucha seriedad
Yusleidis, estudiante de 9 años de una escuela de Petare. Y Osmar, de 11 años,
agregó: “Es verdad que a veces uno tampoco tiene nada, pero hay que ayudar a
los otros”. Son unos niños apenas, pero en medio de sus propios dramas,
extienden su mano al compañero.
La hermana Maribel, esa mujer
que vale mucho más de lo que pesa, se mueve de un lado al otro en otra escuela
de Petare. Además de las obligaciones de siempre, ahora está la merienda
solidaria. Se atiende a 150 niños, de esos que se desmayaban, de esos que se
sabe que comían una o dos veces. “El dinero nos lo mandan exalumnos
de colegios de la congregación. Buscamos aquí y allá. Algo aportan las
familias, y unas madres voluntarias se encargan de hacer las 150 arepas para
que coman algo todos los días. A veces damos almuerzo”. Una madre de esas
heroicas se le acerca. Ya terminó su labor. “Algunas vienen todos los días”, me
comenta Maribel. Su único pago es que sus dos hijas meriendan también.
“Esperamos poder atender 300 el próximo año”.
“No podíamos ir a las marchas
por diferentes razones, pero queríamos hacer algo por los compañeros que si
iban. Así que nos organizamos para apoyar de otra manera” relata una estudiante
de Comunicación Social del grupo UCABISTASMED. Son alumnos de diferentes
carreras, hacen un trabajo de “retaguardia”: recogen medicinas para los
afectados por la represión en las manifestaciones; visitan estudiantes
detenidos que tienen a sus familiares en el interior; están pendientes de los
que van a las movilizaciones…
“Ahí vienen ellos, siempre en
fila india, como los niños del preescolar. Cuando se van acercando, la gente
empieza a aplaudir. Es emocionante: son los Cascos Verdes, los estudiantes
solidarios”, comenta una señora que ha ido a las manifestaciones y
los ha visto de cerca. Arriesgan su vida por atender a heridos, no importa de
qué color es la franela: atienden a todos. En Maracaibo mataron a uno,
Paul Moreno; el 1 de junio un funcionario hirió a otro en Caracas. Y
siguen haciendo su trabajo voluntario. Hay grupos en el interior también. Es
verdad lo que dice la señora: generan respeto y admiración.
“Las consultas son gratis”,
dice el aviso difundido por las redes sociales. Los Psicólogos Sin Fronteras de
Venezuela están ofreciendo ayuda profesional a los ciudadanos afectados por
esta situación que está dañando nuestra salud mental. Se agradece, pues hay
pocos servicios públicos para ello en el país. Dan cursos para saber cómo
acompañar a víctimas de la violencia, apoyados por CESAP.
Esta es solo una muestra
apurada de los nuevos rostros de la solidaridad en Venezuela. Es verdad que la
situación ha sacado lo malo de mucha gente, pero también es verdad que la
solidaridad se está expresando de muchas maneras, a veces espontánea, a veces
organizada. “¿Quién dijo que todo está perdido?”, dice la canción de Fito Páez.
11-06-17
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