Por Arnaldo Esté
Como necesitada copa de
triunfo, los chamos, bien resueltos y dirigidos, nos traen esta necesitada
bandera cohesionadora. No sé si quedarán campeones, pero ya lo son. Algo que
contrasta, muy severamente, con la presentación de la presidencia de la
república hoy en el teatro Teresa Carreño: un doloroso espectáculo de mentira
mezclada con ineficiencia y que ilustra, con insuperable claridad, las
deficiencias del equipo de gobierno.
La materia principal de la
ética son los valores. Los grandes referentes que tienen una persona o un grupo
social para tomar decisiones, hacer proyectos y darle sentido a sus
competencias. Es en torno a ellos cuando se logra la cohesión, la fuerza
fundamental de una nación para lanzarse a su propia construcción.
Nuestro crecimiento ético, el
afianzamiento de valores, ha estado largamente entorpecido por la búsqueda de
un caudillo o de una fuente externa de recursos que ahorren el trabajo de
decidir y producir. En estos años se han reunido en Venezuela las dos
pretensiones: la del caudillo y la de los recursos. El comandante eterno y el
petróleo, en torno a los cuales ha abundado una variada cofradía que ha buscado
dos propósitos. Un vestido ideológico y no muy ingeniosas maneras de reparto
del poder, corrupción y enriquecimiento.
El ropaje ideológico se
remendó, rescatando, de aquí y de allá, retazos del marxismo desgastado en
guerras, golpes de Estado, ejercicios frustrados de gobierno y la aspiración
humana de justicia.
Ese curso se agotó y el nunca
cuajado proyecto fracasó, un fracaso que se muestra en ruina, hambre, quiebre
económico, aislamiento interno e internacional. Sin encontrar qué hacer con ese
fracaso se esgrime una farsa legaloide: otra constituyente de dominante tono
dictatorial, que bien muestran especialistas, fiscal general y gente de mismo
CNE.
Los remiendos ideológicos se
agotaron y aparecieron descarnadamente atropellos y violencias. Desconocimiento
de la Constitución vigente en manejos dirigidos y expresados por operadores
torpes y con poco estilo, que más que embaucadores han tomado la pinta de
provocadores. Un manejo denigrante de empleados obligados a marchas y asistir a
discursos y eventos infinitos, fastidiosos, repetidos. Un manejo manirroto y
ventajista de los menguados bienes y recursos, un lenguaje plano y repetitivo.
Cosas que terminan por agotar y avergonzar a sus dirigentes, generales y oficiales
más exigentes de decoro o apariencia y que no pueden evitar el acoso de la
incertidumbre sobre su propio futuro.
Se inició una revuelta
inevitable. Pacífica pero con una auspiciosa creatividad y una voluntad que no
ha hecho sino crecer. Hay un activo cultivo de valores, en solidaridades
imprevistas, en persistencias costosas, en participación de entrega, en
ejercicio callejero de la propia dignidad.
Esa gesta es agredida con una
violencia que denuncia desespero. Un esmerado uso de armas y despliegues más
propios de una guerra internacional que de la relación con los compatriotas que
usan sus derechos a expresarse en el lenguaje de la protesta.
Vendrán cambios que deberían
seguir la ruta del entendimiento, la negociación y una forma de gobierno
adecuada para esa construcción.
10-06-17
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