Rafael Luciani 10 de junio de 2017
Los
cristianos creemos que la práctica histórica de Jesús es el criterio de
discernimiento para comprender nuestra relación con la política, la economía y
la religión. Él nos muestra cómo la vida de cada persona es sagrada, y nos
enseña que toda relación debe buscar nuestra humanización en el marco de una
libertad corresponsable que nos haga sujetos, y no objetos o súbditos.
Cuando
olvidamos, o desconocemos, la praxis histórica de Jesús, aparecen dos grandes
tentaciones. Por una parte, creer en un cristianismo apolítico, es decir, en
una fe sin relación con los procesos de humanización social, limitada a la
devoción y al culto. Por otra, vivir un cristianismo político identificado con
un sistema de gobierno que se propone como la presencia del Reino de Dios en
este mundo. Ambos casos niegan al Dios de Jesús.
Podemos
estar viviendo una fe vacía, que se quedó en el culto y la devoción, como si
estos fueran actos mágicos que sustituyen la relación personal con Dios y con
el hermano (St 2,15-17). O tal vez hemos caído en la tentación de la idolatría,
mediante la promoción de adhesiones absolutas a sujetos o sistemas políticos,
económicos y religiosos, que se proclaman salvadores y exigen culto. Nos hemos
acostumbrado a ceder el espacio de Dios a otros (Dt 6,4-6).
Es
preciso, pues, recordar que la condición política del cristiano no puede ser
idolátrica, como tampoco ideológica. No es excluyente porque se sostiene en la
fraternidad solidaria y no violenta de Jesús, donde todos somos hijos de Dios y
hermanos unos de otros, antes que hijos de la patria o camaradas del proceso (Col
3,11).
Ciertamente,
esto pasa por un compromiso personal con el desarrollo de todo el sujeto humano
y de todos los sujetos, independientemente de su posición ideológica, económica
o religiosa (Lc 6,27-28.35). Es la auténtica apuesta por la causa fraterna de
Jesús (1Jn 2,4).
No
podemos dejarnos encantar solo por el fin último y las metas de un determinado
sistema de gobierno, así sea el más noble que pueda existir. Hay que discernir
la validez ética y la verdad moral de los medios que se utilicen. Podemos reconocer
la veracidad de una determinada acción política, si acierta respecto a los
problemas reales de la sociedad o no. Incluso, es posible formular un juicio
sobre su eficiencia o no. Sin embargo, desde el seguimiento a Jesús estamos
llamados a preguntarnos por la verdad de dichas prácticas y la validez de los
medios que se adoptan.
Una
práctica política no es moralmente verdadera cuando promueve discursos y
actitudes de desintegración social, exclusión de grupos y manipulación de
conciencias, generando cultos idolátricos a sus líderes y proclamándoles
adhesión eterna. Es aquí donde una sociedad mide su verdadero talante humano,
así como su fe. Como enseñó Jesús: “uno es vuestro Maestro y todos vosotros
sois hermanos” (Mt 23,8). No hay dos Señores.
Rafael
Luciani
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