FÉLIX PALAZZI 10 de junio de 2017
@felixpalazzi
La
crisis ha sido el signo distintivo de nuestra historia reciente. En las crisis
predomina fundamentalmente un factor social, económico o político. Pero toda
crisis es siempre una coyuntura híbrida en la que se entrecruza un amplio
espectro de factores. Aunque, es común que predomine un aspecto, sea éste,
político, económico, social o étnico. Lo medular que se encuentra involucrado
en toda crisis es la realidad humana. Es nuestra humanidad la que se encuentra
más afectada y eventualmente comprometida.
En
esta situación de “crisis globalizada” no es extraño que surja una cierta
“retórica” sobre la tolerancia. Es bastante común encontrar en los discursos
actuales el apelar al principio de la tolerancia para, en el fondo, amparar
situaciones de profunda desigualdad e injusticia. De esta forma se tiende a
exaltar el valor que conlleva la “tolerancia” mientras se lo vacía de todo
contenido y significado. Se reduce pues la tolerancia al ejercicio de
sobrellevar, permitir y soportar situaciones adversas. En consecuencia, la tolerancia
vaciada de todo contenido, se transforma en un “slogan”, un término en boga o
de “moda”. Usada como clave vital de una retórica carente de referente real,
que sirve para aludir la necesidad de la convivencia y así aminorar las
tensiones evidentes en todo grupo humano o en cualquier conflicto.
El
miedo
En este estado de crisis global, el miedo ha profundizado las raíces de toda intolerancia. El miedo se nos ha transformado en la “obsesión de nuestro tiempo” y en la herramienta más útil de los regímenes autoritarios y fundamentalistas para implantar su ideología y ganar o mantener cuotas de poder. Por ello no es de extrañarnos que, junto con el miedo, la intolerancia se haya instaurado como el factor común que caracteriza y se deriva de esta era.
El miedo
que distingue nuestra época encuentra distintas expresiones; desde el desenlace
cósmico de un calendario del pasado, hasta su expresión concreta en el uso de
la violencia que recorre nuestras calles, el punto de chequeo de un vuelo
internacional; la represión y tortura por los medios del Estado o el posible
uso de armas químicas en manos terroristas.
Fines
En los países oprimidos por sistemas autoritarios o por una ideología fundamentalista se evidencia que el miedo es el medio más eficaz desde el que se ha justificado y expandido la lógica de la violencia, la exclusión y el odio. Esta lógica tiene como objetivo la consecución de fines políticos, económicos, religiosos o privados que vacían de contenido todo valor ético. Desde ella el otro es presentado como un posible agresor o enemigo, haciendo de aquél que se nos presenta como lo “distinto” una ocasión y excusa para el desencuentro y la exclusión que es en definitiva la forma más sutil y cruel de opresión. El estupor frente a lo extraño o desconocido se nos ha transformado en el miedo que deriva comúnmente en el rechazo, la evasión o la exclusión.
Es por
ello que la tolerancia como valor ético implica el respeto, custodia y cuidado
de la dignidad humana. Sin esta preocupación por la dignidad humana
la tolerancia no es más que un pacto de no agresión construido sobre las bases
frágiles de la circunstancias que acompañan a la historia. No se puede llamar
tolerancia a lo que en realidad es complicidad. La tolerancia se construye
sobre la base del encuentro real que vence todo miedo, ya que
se funda en el deseo del mutuo reconocimiento.
Félix
Palazzi
Doctor
en Teología
@felixpalazzi
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