Gerardo Rosales 15 de julio de 2017
Venezuela
está viviendo momentos de mucha dificultad. Hoy, cada discurso, cada artículo
de prensa, cada entrevista televisada, de cualquier político o persona de poder
religioso, intelectual o de otra índole, que no haga mención sobre un pueblo
desbordado en las calles, hambriento y enfermo, no puede ser creíble. Porque si
en nuestra mente, para armar un discurso, bloqueamos lo más sagrado para Dios:
la humanidad humanizada, entonces sólo estamos dando patadas catárticas
ideologizadas.
Lo
cierto es que los venezolanos de a pie están pasando hambre. Hay familias que
están malcomiendo una o dos veces al día. No sabemos cuál es la mortalidad
infantil (el Estado desde hace años se negó a dar las estadísticas reales),
pero lo que se logra ver es que, una cantidad significativa de neonatos están
muriendo por falta de medicamentos, de incubadoras o, simplemente porque se va
la luz en el hospital cuatro horas y las plantas eléctricas no funcionan,
entonces les toca a los médicos, padres y enfermeras pasar las cuatro horas
bombeando el oxígeno manualmente.
Cada
vez que el Estado-Gobierno-Partido, en bloque, porque son la misma cosa, ha
convocado diálogos, siempre termina escuchándose a sí mismo. Trae sus
personeros, coloca sus manifestantes en los puntos estratégicos mientras otros
son reprimidos y distanciados de los entes públicos, y finalmente, publica a
través del 70% de los medios de comunicación que controla (y obliga por ley al
otro 30% publicar y pasar por TV sus determinaciones).
Pero
ya la situación no se puede esconder. Me explico. Usted, en Venezuela, si usa
su teléfono o cámara de video para grabar las largas colas en los
supermercados, es judicializado, y las fuerzas militares o policiales que
quitan o le rompen su aparato. El problema de hoy, en este mes de mayo
especialmente, es que ya no se puede dejar de ver y escuchar el clamor del
ciudadano venezolano.
En
medio de toda esta situación que ahoga, deprime y coloca en frágil actitud
violenta a todos los ciudadanos, la CEV nos ha alentado con un comunicado
profético. Cuatro ideas atraviesan vertebradamente el texto: a) evitar por
todos los medios la violencia, venga de donde venga; b) escuchar el clamor y
ver la realidad devastadora que viven todos los ciudadanos, sin discriminación
o distinción alguna; c) los venezolanos no pueden dejar que les siembren en sus
corazones y su acción la resignación, que se les excluya en la invisibilización
y el silencio asfixiante y, d) No dejar entrar en nuestra vida la desesperación
y la desesperanza. Cada una de las ideas vertebradoras del documento tienen una
finalidad: el respeto a la vida y la solidaridad.
Estas
cuatro ideas están atacando otros ideologismos que se intentan sembrar en el
corazón de los ciudadanos. Primero, una ideologización del vocablo pueblo, que
es sólo el pobre en cuanto empobrecido según lo conceptualice el Estado. Por
ejemplo, si usted tenía una bodeguita en el barrio, ya usted era burgués y
escuálido (opositor, traidor de la patria), entonces queda fuera del pueblo,
aunque tenga que seguir viviendo en el mismo barrio. Este tipo de pueblo
conceptualizado por el Estado-Gobierno-Partido, ha perdido su categoría
democrática de ciudadano, pues los derechos y deberes los interpreta el poder
tripartito que manda hoy, ya ni siquiera la constitución los puede avalar.
Segundo,
La ideologización del vocablo “imperio”. Ser imperialista es atreverse a salir
a las calles y protestar porque las políticas gubernamentales no funcionan. Ser
imperialista es exigir el derecho a tener calidad de vida, aunque sea que se
parezca a la mitad de la que ostentan los ministros, diputados y alto mando
militar, ya sea de la vieja burguesía o los llamados boliburgueses (burguesía
psuvista y bolivariana). Dentro del país, el imperialista, el pitiyanqui, es
todo aquél que no aguanta una cola más para comprar una harina de maíz para
hacer la arepa, nuestro alimento cotidiano y sale a las calles a reclamar su
derecho a la alimentación.
Imperialistas
son aquellos que desean comer un trozo de pan, pero el gobierno dice “el pan es
europeo, el pueblo bolivariano no debe comer pan”. El problema es que no hay
pan, pero tampoco arepa. Imperialistas son quienes exigen el derecho a revocar
un mandato presidencial, otorgado en la carta magna, y el Consejo Nacional
Electoral inventa leyes de último minuto para ralentizar el proceso.
Valga
sólo esos dos ejemplos de cómo, en Venezuela, se han resignificado los vocablos
que provocan y mueven el rechazo a la opresión, pero para sostener a una clase
política que nos está reprimiendo más que las misma y amenazadora mano
invisible de los imperios. Valga decir que, además en Venezuela cambiamos de
imperios aliados, ya no son Estados Unidos, Japón e Inglaterra; ahora son
imperios aliados: Rusia, China y Corea del Norte.
Los
católicos no escapamos de las divisiones políticas. Aunque ya no se puede
llamar división porque no son partes iguales; los ciudadanos desean que en
Venezuela se produzca un cambio paradigmático en el ejercicio del poder
político, económico, cultural y religioso. Ya no estamos queriendo sólo
doctrinas, dogmas y discursos ideológicos, en ningunos de los ámbitos sociales
cotidianos.
Si
algo hemos aprendido los católicos en estos últimos 18 años de proceso
político, es el discernimiento del Espíritu de Jesús: que no busca y ejerce
violencia mortal; que no ahoga los argumentos del otro para imponer el propio;
que le duele y actúa cuando el otro pasa hambre agoniza en su enfermedad o
sufre cualquier forma de exclusión.
Amigos,
los católicos venezolanos estamos clamando por la vida. Las luchas ideológicas
se vuelven opresoras, perversas y destructoras, cuando se colocan por encima de
la vida humana. Los venezolanos hemos aprendido algo de nuestro señor Jesús:
nada se puede absolutizar, ni siquiera la idea de Dios que tenga el catolicismo
o cualquier otra religión. Todo lo que se absolutiza ya es un fetiche gigante
que aplastará y denigrará lo propiamente humano y lo verdaderamente divino.
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