El diputado señala que
“nuestro esfuerzo de calle requería mucho más que solo la convocatoria. Todo se
dejó en manos de la espontaneidad. Y no puede ser solo la emoción de lo
espontáneo, porque cuando eso falla qué músculo tienes para resistir en una
hegemonía como la que estamos viviendo”.
A lo largo de la conversación
el diputado Miguel Pizarro vuelve una y otra vez sobre una expresión: “rebanar
poder”. No se trata de defender espacios, lo que plantea es ir operando por
etapas, ir ganando peleas en diferentes escenarios hasta lograr debilitar a un
sistema de gobierno que actúa solo para controlar más poder. Tarea fácil no es.
En este contexto nada resulta sencillo ni con la velocidad que demanda una base
opositora que quedó con el ánimo golpeado tras la elección de la Asamblea
Nacional Constituyente y que, llevada por las emociones, asumió los más de 100
días de protesta de calle como un escenario de todo o nada con una fecha
definitiva: el 30 de julio.
Lo que ha quedado sobre la
mesa es la anunciada lucha electoral que parece ser mejor entendida en las
regiones que entre los opinadores de Caracas y más allá. De modo que el trabajo
es mucho: alentar al voto y al mismo tiempo dar la cara ante los reproches,
algo que Pizarro aborda desde una posición de autocrítica que debería
generalizarse en el liderazgo político y llegarle al colectivo por vías más
efectivas y directas.
Existe la impresión de que
después de la elección de la ANC la unidad opositora quedó desconcertada, sin
saber qué hacer. ¿Qué pasó en realidad?
—Dentro de lo inédito del
proceso político que vivimos hay algo que nos obliga al aprendizaje si queremos
poder avanzar. Una de las primeras cosas es que probablemente en el camino los
tableros nos cambien sin que nos cambie el objetivo. Lo que en un principio
tuvo mucha presión institucional derivó en un proceso de presión de calle muy
importante, luego tuvo un capítulo de presión internacional que ha sido clave
en este tiempo. Esto ha tenido un corte de cuenta ese 30 de julio, pero no en
términos políticos sino pedagógicos. Cuando se habla de ese espíritu de
desconcierto, creo que el primer paso es empezar por la autocrítica. La
política no puede ser el ejercicio de siempre tener la razón. Creo que en esa
pedagogía debemos ver qué ocurrió antes del 30 de julio, qué significa el 30 de
julio y la imposición a sangre y fuego de la Constituyente y dónde estamos parados
hoy.
El 30 de julio ocurrió en
nuestro país un fraude sin precedentes para construir un poder que en la
práctica nación muerto. Ese poder tenía tres objetivos: endeudarnos y lograr
recapitalizar en términos financieros al gobierno de Maduro y eso se estrelló
contra el muro de más de 40 países desconociendo a la Constituyente; el segundo
objetivo era la paralización de la dirigencia política, que el sentido de
persecución de la inquisición disfrazada de comisión de la verdad hiciera que
todos nos paralizáramos y que empezara esa vieja práctica de “si yo no hablo
tanto puedo ver cómo sobrevivo”, eso tampoco lograron hacerlo…
Todavía tienen tiempo. Apenas
empiezan…
—Todavía están a tiempo. Pero
hay algo a tomar en cuenta y te lo digo como me lo enseñó un señor en Petare:
uno en un atraco se asusta desde que ve la cacha de la pistola, no hace falta
que te la peguen en la frente. Ves que el movimiento empieza y te asustas y de
ahí en adelante ya tienes medido cuál es tu reflejo. Algunos reflejos son
pensados, otros automáticos. En el tercer objetivo de la Constituyente es donde
creo que hoy tenemos que dar la pelea más importante: construir un ambiente de
desesperanza y de condena en la ciudadanía.
En las asambleas de vecinos
siempre planteo revisar nuestra montaña rusa emocional del 30 de julio. ¿Cómo
fue ese día? Nos paramos temprano, vimos todos los centros vacíos, todo era
risas y euforia porque no tenían a nadie. Después vino la hora en la que
llegaba la parte de las protestas y empezaron la violencia, la represión, los
asesinatos, los excesos y se dio la frustración de “no me dejan expresarme”. La
gente se recogía, llegaba otra vez a sus casas y volvían a ver los “carómetros”
en la televisión. Pero todo el mundo sabía que Maduro al final del día iba a
celebrar, que iban a inflar la cifra, la iban a convertir en otra cosa, en una
victoria que no era victoria…
Sin embargo el 30 de julio se
propuso como una fecha límite…
—Sí, el todo o nada. Yo sigo
creyendo que en términos prácticos la Constituyente es un asunto existencial.
Su existencia o no tiene que ver con la corrección de la visión del todo o nada
en el discurso, pero la Constituyente es un asunto existencial. ¿Y por qué?
Porque a partir de ese día nuestro tablero político es otro. A partir de ese día
no basta con saber que eres mayoría para ganar una elección, sino que ahora
tienes que tener siete u ocho eslabones de seguridad extra para saber que
puedes ganarla. A partir de ese día los formalismos democráticos fueron
destruidos por la construcción de un supra poder que aunque en la práctica no
logra sus objetivos, ahí está e inventa, modifica y persigue. Pero además es un
asunto existencial porque para quienes hacemos política pensando en el futuro,
eso nos cambió el tablero y hay quienes pueden actuar en negación. Tienes un
elefante en la sala y podrías pensar que si no hablas de él nadie se va a dar
cuenta, pero está en la sala. Hay un tablero diferente a partir del 30.
Lo que has dicho es como si
también negaras la verdadera capacidad de la ANC, que sigue, está ahí y va a
hacer las cosas que se propone hacer, al menos en lo que se refiere a destruir
al oponente…
—Claro, ellos cumplen sus
promesas de destrucción, no las de cosas buenas. Pero no tiene que ver con la
negación de su existencia sino con entender el tablero en el que estamos. ¿El
tablero de la lucha política hoy es quién hace la ley o la resolución tal o es
la lucha por el cambio definitivo del poder y del modelo? Tienes que tener un
balance de tus prioridades a la hora de la confrontación. Si vemos esto con la
visión tradicional de luchar sobre la existencia de lo que ahí está, entonces
nuestra lucha sería pelear el tema de los dólares o los yuanes, sería el modelo
de controles de precios, etcétera, porque ese es el tablero al que nos quiere
llevar el Gobierno con la Constituyente. Ahora, hay un tablero que es mucho más
de fondo, más básico y sencillo y es ese modelo que hoy tiene la pata de la
ANC, pero antes era la pata del TSJ y de la Habilitante porque siempre ha
logrado construir un marco sobre el cual actúa. Nuestro reto tiene que ser
trascender la visión tradicional y entender que hay un problema medular que
parte de dos cosas básicas.
Lo primero, es que hay un
modelo económico y político que no importa quien lo justifique o qué poder le
dé piso, que ha fracasado. Y lo segundo tiene que ver con nosotros asumir cuál
es la lucha que estamos dando. ¿Es para que la Constituyente no inhabilite a
alguien? Esa no puede ser nuestra pelea. ¿Nuestra pelea de cara a las
regionales es para que haya una fiesta electoral y salga un tipo a prometer
autopistas o es rebanarle el poder a una dictadura que se fundamenta hoy en el
ejercicio bruto de la fuerza? Si cambiamos nuestra lógica de análisis,
cambiamos la forma de avanzar en un programa de lucha que tenga mucho más
sentido. Sin negación. No tengo la menor duda de que la Constituyente va a
servir para meter presa a gente, de que van a inhabilitar a candidatos, de que
van a intentar reformar las reglas de juego a mitad del partido. No tengo dudas
de que eso va a ocurrir, pero si tenemos la mirada puesta en la pelota y
entendemos cuál es el objetivo de fondo de cada estación en la que estamos
luchando, podemos tener una escala de priorización de dónde peleas y dónde no.
Parece que es mucha gente la
que culpa a la MUD de “enfriar” la calle. Ahora que lo puedes ver desde cierta
perspectiva de tiempo, ¿por qué se paralizó la protesta?
—Yo empecé en política pública
en 2007. ¿De dónde veníamos? De la abstención parlamentaria de 2005, el mayor
error que cometió la oposición. Y del segundo mayor error que fue la cantada de
fraude de 2006. Cuando llegamos en el 2007 empujamos hacia la participación
electoral siendo eso casi tan impopular como es hoy en día en algunas partes de
Caracas y en algunas partes del país. Y combinamos calle con ejercicio
electoral. Logramos convertir en calle el ejercicio de organización popular de
los barrios, el ejercicio de pedagogía de qué significaba en la práctica la
reforma constitucional. Hago este recuento porque para poder responder lo de
esta coyuntura hay que ver de dónde venimos.
Después tuvimos un segundo
pico donde fue obligatorio el espacio de calle para poder cobrar lo que existía
en términos de resultados, que fue en 2010. De menor intensidad, pero lo
tuvimos que hacer. Vino el 2014, que a mi modo de ver fue un error tal como
estaba planteado ese esquema de lucha. Y después llegó 2017. En el momento del
pico, en el momento del flujo, todo el mundo cree que eso es un estadio
permanente hasta lograr el objetivo y cuando vienen los reflujos volvemos al
ejercicio de nunca poder cobrar nuestras pequeñas victorias en el camino.
Siempre llegamos a una forma de cierre conclusivo en la que decimos “se acabó,
¿y ahora qué?”
Vivir en una dictadura no es
nada más para echar el discurso de que estás en una dictadura. Vivir en un
modelo como este no es nada más para que te sirva para justificar errores y en
los aciertos actúes de otra forma. Esto tienes que verlo como un presente
continuo, como una línea que en el tiempo tendrá picos y baches, avances y
retrocesos.
Sobre la calle, hoy hay que
evaluar varias cosas: alcance y profundización. Hay sitios del país que no se
movieron. ¿Por qué? ¿Qué hay que hacer para que se muevan? Hay factores de la
sociedad que no fueron tan determinantes como debieron serlo, ¿qué hay que
hacer? Hay grupos que generan opinión y movimiento, como las fuerzas
empresariales y sindicales y tenemos que revisar cómo podemos incluirlas.
Además, tenemos que discutir qué es útil y qué no lo es en términos de calle.
Hay quienes creen que calle solamente es marchar o trancar una vía. Es más que
eso. Calle también es estar cuando en José Félix no llegue el Clap, cuando en
La Pastora tranquen porque no llega el gas. Pero también calle es conseguirnos
en ejercicio de resistencia en espacios para discutir la política, para
profundizar organización. Nosotros tenemos poca cultura del corte de cuenta y
eso nos hace daño. Creo que debemos tener la capacidad de hacer análisis y
medir. Nuestro esfuerzo de calle requería mucho más que solo la convocatoria.
Todo se dejó en manos de la espontaneidad. Y no puede ser solo la emoción de lo
espontáneo, porque cuando eso falla qué músculo tienes para resistir en una
hegemonía como la que estamos viviendo.
Requería incluso de más gente…
—Sin duda alguna. Pero, ¿cómo
llegas a más gente solo utilizando la emoción? La emoción es un motor que
empuja, pero hay un esfuerzo de organización y profundización del reclamo que
tiene que llevarnos a entender que calle es mucho más que el “represódromo” de
la Francisco de Miranda. Nos tocará reconstruir ese tablero, pero sin caer en
el error de convertir a los medios en fines en sí mismos. La calle, el
mecanismo electoral, la presión internacional, la presión institucional, todos
son medios para llegar a un fin: que los venezolanos podamos salir de esto
pacífica, cívica y electoralmente.
Se vendió la idea de que
protestando en la calle el gobierno de Maduro iba a salir del poder. ¿Por qué
ese error reiterado de elevar tanto las expectativas?
—A veces eso tiene que ver más
con la euforia. Alguien hace poco me reclamaba que cómo era eso de que el
camino es electoral. Le dije: ¿tú viste mis declaraciones durante más de 120
días? Todos los días dije que teníamos cuatro exigencias, una de ellas era que
los venezolanos con nuestro voto podamos decidir el futuro. Hay momentos donde
el pico anímico hace que se vayan distorsionando o se olviden en el camino
cuáles son las herramientas que tienes a tu disposición. Creo que la calle por
sí sola no saca al gobierno, pero sin calle no hay forma de salir del gobierno.
Y eso hay que tenerlo claro. Sin presión popular no hay forma de que una
hegemonía abra pequeños espacios que permitan tener desahogos que generen
cambio.
Sobre el mensaje. Yo siempre
me cuido de usar frases como “estamos a la vuelta de la esquina” porque a veces
pareciera que estamos manejando en el páramo El Zumbador, en Táchira, en el que
ruedas durante horas y buscas la bendita esquina y lo que hay son curvas. El
realismo es impopular. No es popular decirle a la gente “este es un proceso
largo y está lleno de obstáculos, nos van a moler a mitad de camino, antes de
mejorar se va a poner peor”. Eso no saca aplausos ni sonrisas. Y algunos, por
razones que no entiendo, prefieren actuar siempre como si estuvieran en una
campaña electoral. El momento de hoy nos exige hacer lo que es correcto y lo
que es correcto será impopular algunas veces. Para poder reconstruir el músculo
de calle tienes que pasar por dos ejercicios: sincerar la magnitud y el peso de
la calle y partir del principio de que necesitas articular más allá de donde
tradicionalmente lo has hecho, no solo en términos geográficos sino también
sociales.
Otra percepción es que tras el
anuncio de las regionales, el liderazgo de la MUD pasó a otro tema sin mayor
trámite y esquivando la reflexión y el balance necesarios para sumar a la gente
al nuevo escenario. Es decir, que no dieron la cara a quienes esperaban
orientación y explicaciones ¿Sientes que esa crítica es justa?
—En política no basta con
tener la razón o saber que hay un camino que es correcto, tienes que convencer.
Por eso empezaba por la autocrítica. Hay cosas que son muy fáciles de comunicar
y a veces pareciera que el comunicado lo redactan los de la OEA, que para
entender lo quieren decir hay que leerlo siete veces y ver qué dijo cada
canciller. Aquí la verdad es que antes de poder avanzar en etapas tienes que
hacer un balance de la etapa anterior. Tienes que decir qué ganaste, qué
perdiste, qué salió bien, qué salió mal, porque si no te queda la sensación del
todo o nada. Y el todo o nada es mortal para los procesos de cambio en
cualquier país.
Hay quienes dicen “miren todo
lo que hicimos y no sirvió para nada”. Y eso tiene que ver con no hacer corte
de cuenta. Tiene que ver con no hacer entender que no solo es que logramos que
la fiscal defendiera la Constitución y se abriera, que lograste que magistrados
de pronunciaran, que has hecho que diputados del Polo Patriótico se sumen a la
Asamblea, que dos jefes de inteligencia del Gobierno —el Pollo Carvajal y
Rodríguez Torres— tengan hoy una postura diferente; y que lograste que el mundo
caracterizara como dictadura a este proceso. Ahora, hay unos costos que fueron
altísimos y que tampoco pueden ser mirados solo como estadística: son humanos,
son vivenciales. Y esos costos vivenciales requieren el gesto mínimo de la
discusión, de la reflexión conjunta para que después no andes justificándote y
defendiéndote, sino que puedas arrancar desde el primer día en el camino
correcto.
Ya no se hizo…
—Claro, y no hay máquina del
tiempo. La verdad es que el arranque no estuvo bien planteado. Y no estuvo bien
planteado porque no basta con tener la razón. ¿Participar en las regionales es
correcto? Estoy absolutamente convencido de que sí. ¿Plantearse las regionales
como una elección tradicional es permitido? Creo que eso es estúpido. Creer que
alguien va a ser gobernador para empezar a pensar dónde va a distribuir
presupuesto y dónde hacer el ambulatorio, es no entender la realidad en la que
estamos. Tú vas a una elección que es un ejercicio de resistencia, donde tienes
que rebanarles poder, donde tienes que derrotar al árbitro y donde tu principal
objetivo tiene que ser seguir desnudando al régimen para que o tenga que quitar
la elección, o la desnaturalice o al final se tenga que confrontar con una
derrota. Pero incluso tienes que persuadir y explicar poniendo a la gente un
poquito más allá.
¿Somos más fuertes o somos más
débiles con Requesens en Táchira o con Vielma Mora? ¿Somos más fuertes o más
débiles con Carneiro que con Olivares en Vargas? Y esa reflexión que hoy no la
vemos, también nos tiene que poner a entender cuál es el sentido la lucha a la
que vamos: 1 millón de personas dependen nominalmente de las gobernaciones. Ese
millón de personas hoy son víctimas de chantaje, de persecución. ¿No se
requiere que ellos también sean parte de nuestra lucha? Y también está la
simbología del poder. Si llegamos a esa elección y logramos superar todos los
obstáculos y ves a Vielma Mora salir de la residencia de gobernadores o a
Carneiro entregando la Casa Guipuzcoana, ese día el que hoy está desmoralizado
se para con otro ánimo y con otra fuerza.
¿Por qué esas ideas no se
comunican bien?
—Hay una parte que tiene que
ver con el sistema: hay cosas que nunca vas a ver en televisión. Para tener
información y pedagogía el primer paso del político es dedicarse a hacer
política más allá de las redes y más allá de los canales. Es caminar, es
exponerte a que te saquen la madre a veces, pero a que después de la mentada de
madre te ganes el derecho a que te escuchen. Es hacer asambleas de vecinos, es
no hacer giras como una reina de carnaval saludando desde un carro sino
parándote en cada punto para escuchar y explicar. Después de mucho tiempo
siendo sustituida por el marketing, hoy la política es política otra vez. Y nos
obliga a ser políticos. No es a pensar en cómo nos vemos bien o hacer cosas
simpáticas, sino cómo cumplimos con nuestro rol en una sociedad en las
circunstancias en las que estamos viviendo.
¿Qué perdió y qué ganó la MUD
tras esta experiencia?
—Creo que perdió un poco de su
cultura de la organización, que había sido difícil de construir. Si hay algo
que rescato de la experiencia desde el 2015 hasta acá es que veníamos
entendiendo que la única forma de derrotar a estos sistemas es teniendo un
nivel de organización que permita hacerle frente a la hegemonía. Y creo que eso
se perdió un poco durante los días de protesta. Uno no es dirigente para que el
destino se encargue de las acciones, uno tiene que ser dirigente para poner
rayas de cal al campo. Y eso tiene un costo.
Haber perdido la visión de la
estructura organizada como fundamento de la acción también hace que el
corretaje de información hoy nos tenga en un ambiente de explicación y de
justificación en lugar de haber tendido un teflón que permitiera seguir
avanzando en el mismo camino. Eso pasa cuando la emoción dirige a la política.
¿Qué ganamos? Ganamos legitimidad internacional a unos niveles que no teníamos,
ganamos la capacidad de articularnos con sectores que no piensan como nosotros;
ganamos un aprendizaje colectivo. Y eso va más allá de la MUD. Todos entendimos
que el único futuro posible es el que nos ganemos en el presente y que este
país no es el que teníamos antes. Otra cosa importante, es que hay una
decantación de formas de liderazgos y de actores políticos a la que la
movilización ayudó y eso sigue avanzando en un camino que creo que es correcto.
El ciudadano aprendió —y
nosotros mismos— que este proceso nos va a permitir construir cuál es la política
en la que creemos. Hoy no basta con estar en contra de Maduro, no basta con
decir que la cosa está mal, hay que predicar con el ejemplo también. En esos
días de protestas el ciudadano decidió a qué dirigente escuchar no por cómo
hablaba, sino por cuánta legitimidad tenía sobre lo que decía y cuánto hacía de
lo que decía que había que hacer.
Y porque estaba ahí presente…
-Sí, pero no porque estaba
solo para declarar, sino porque estaba hasta el final, estaba para acompañarte,
para cuidarte, para explicarte. No creo que el liderazgo se mida por metro
cúbico de gas lacrimógeno inhalado, sería simplificar la acción política, pero
sí te da una legitimidad distinta el acompañamiento y la empatía de cara al
proceso que vive el país. Y eso no empezó con estas protestas, viene desde
antes de las parlamentarias. Aquí ha habido un proceso de cambiar mecanismos
políticos y sigue avanzando. Hay unas formas que han empezado a agotarse y hay
maneras, estilos y hasta un nivel de honestidad, que permiten que hoy haya una
decantación en ese sentido y creo que es una ganancia por donde lo veamos.
¿Ha habido claridad en el
liderazgo opositor para enfrentar a este gobierno autoritario o la verdad es
que nadie sabe cómo lidiar con esto?
—Hay una claridad de
principios y de valores. Existen cosas que no estamos dispuestos a hacer para
salir de esto y otras que sabemos que tenemos que hacer. No estamos dispuestos
a matar ni a ir a una guerra para salir de esto. Y estamos obligados a hacer
otras cosas: hay que ser coherentes, hacer sacrificios personales, entender que
el rol de dirigencia nos obliga a ponernos de primeros en cada paso que estemos
dando. Pero no es que haya un manual que diga cómo salir de dictaduras y somos
los únicos tontos que no lo hemos leído. Esto no es la Ucrania que ven en el
documental por Netflix. No existe un manual ni hay experiencias previas que nos
sirvan para aplicar aquí. ¿Por qué? Porque esta no es como una dictadura
tradicional del Cono Sur, pero tampoco es como una dictadura ideológica de la
cortina de hierro. Y tampoco es la visión cartelizada de Noriega y de
Centroamérica.
Al final tienes aquí lo peor
de los tres mundos. Tienes un reducto ideológico, un reducto corporativo
militar y tienes un reducto de privilegios económicos oscuros incluso vinculado
a los peores negocios, todos conviviendo en un mismo espacio de poder. En una
asamblea de vecinos me reclamó un señor que no habíamos seguido el manual de
lucha no violenta de Gene Sharp. Le respondí: todo lo que dice el manual lo
hemos hecho. Pero estás en un modelo híbrido que requiere que inventemos cuál
es el método de salida. Y en el proceso vamos a cometer errores. Pero el
problema no es cometer errores, el problema es no asumirlos. Cuando algo sale
mal hay que decirlo.
El Gobierno volvió a llevar a
la oposición a un escenario “pacificado”: las regionales, que anula la protesta
de calle. ¿Cómo fue que pasamos de la desobediencia civil y el 350 al terreno
electoral?
Empecemos por el término
pacificado. Un país donde nadie come, no es un país pacificado. Un país donde
se muere la gente en un hospital, no es pacificado. Un país en el que si sacas
el celular a las seis de la tarde te pueden pegar un tiro para quitártelo, no
es un país pacificado…
Digamos entonces apaciguado…
—Un país donde cada vez que el
Clap no llega trancan las calles del barrio, no es apaciguado. Un país donde
las mamás al llegar a un hospital y registrar a su hijo buscan a la
organización de madres para reclamar atención, no es un país apaciguado… Ahora,
hay un país que requiere una articulación de lo no pacificado que existe. Y ahí
hay un deber de la política, es un vacío que tenemos que llenar: que es la
articulación de realidades, que cada quien sepa que las tragedias individuales
son tragedias colectivas y que son causas políticas y sociales. No creo que
haya un país pacificado y no creo que el tablero político nos ha llevado a que
se pacifique el país. Al contrario. Creo que se ha cambiado el método de
resistencia y de participación. Y vuelvo al ejercicio de las regionales: aquí
si alguien quiere perder la elección que vaya y haga una campaña tradicional,
pongan a unas modelitos a volantear, unos camiones de sonido, contraten 25
vallas y piensen que eso les va a hacer la elección. Eso es no entender al
país. Este es un espacio de visibilización de problemas, de articulación de
realidades, de profundización de organización.
Y vamos con el ejercicio de
desobedecer: un Gobierno que te plantea una elección fuera de tiempo, que te
inhabilita candidatos, que te imposibilita tarjetas, que te cambia el
cronograma, que no te da fecha definitiva, que no te permite hacer primarias
bajo los procesos de siempre, ¿es un gobierno que quiere que vayas o que no
vayas a elección? ¿La desobediencia es abstenerse o participar?
Cuando todas las condiciones
están diseñadas para que no participes, la desobediencia es la participación.
Además, en una dictadura una
elección no es una transacción mágica donde un grupo A se mide con un grupo B y
uno de los dos gana. No, en un modelo como este un grupo A que quiere ir
rebanando el poder se enfrenta contra un todo y tiene que ir rebanando hasta
que llegas hasta arriba.
¿Entonces seguimos en
desobediencia?
—Es una forma de
desobediencia. Pero traduzcamos mejor lo que es la desobediencia. Hace unos
días una señora en una asamblea en Santa Paula me decía “hay que nombrar a un
Estado paralelo”. Muy bien, nombramos a todos los poderes hoy. Mañana te paras
y vas a la panadería a comprar un café y un cachito. ¿A qué Seniat le vas a
pagar el IVA? ¿Al de la facturación o al que yo nombré? Después sales y por
mala suerte te chocan el carro y le destruyen la parte delantera. ¿A qué juez
de primera instancia vas a ir? ¿Al que nombró mi magistrado o al que está
despachando en el tribunal? A veces nos gusta pensar que Disneylandia existe y
eso nos pasa cuando confundimos los medios con el fin. La desobediencia es una
forma de asumirse frente a realidades como estas. Desobedecer es no permitir
que te conviertan en uno de ellos. Desobedecer es no regalar las trincheras de
lucha. No se trata de la conquista de espacios, se trata de rebanarles poder,
de asumir cada coyuntura como una oportunidad.
El barrio, los sectores
populares, ¿quieren protesta de calle o elecciones?
—La combinación de ambas. La
protesta es diferente en el barrio. Es un poco frustrante escuchar a la gente
de clase media alta decir “esto
se va a acabar el día que bajen los cerros”. ¿Y usted cree que
ese que va ahí adelante marchando de dónde es? El sector popular siempre se ha
manifestado, pero hay una cosa del barrio que es diferente en cómo convive con
la violencia y cómo es su forma de expresión. Esa cultura hay que entenderla.
Una barricada no es igual en Altamira que en el 12 de octubre. Y eso hay que
entenderlo para la acción política.
La forma más importante de
insubordinación y de rebeldía en el barrio es el voto. ¿Por qué? Porque allá
sacrifican el Clap, la bombona de gas, sacrifican la posibilidad de tener un
título de propiedad, de que el consejo comunal los tome en cuenta en el censo.
Es decir, hay un nivel de sacrificio alrededor de la participación electoral
que es una de las formas de protesta más importante y más sólida que tenemos. Y
es lo mismo si vamos más allá de las zonas urbanizadas, si te metes en regiones
como Delta Amacuro, Amazonas, Portuguesa, que dependen del Estado, allí una
victoria electoral es el ejercicio insurreccional más grande que puedas hacer
porque te enfrentas a todo lo que te da condición de vida y nadie puede decir
que ese es un camino cobarde ni de traidores, porque hay que ver lo que es
poner en riesgo la comida tuya y la de tus chamos para votar por una opción
diferente a la que te quieren imponer. A veces eso vale mucho más que trancar
cinco horas El Rosal.
Fuera de Caracas, en el
interior del país, las relaciones de la gente y el destino de las regiones
depende mucho de la figura del gobernador. Has estado acompañando a algunos de
los candidatos, ¿hay mayor conciencia entre la gente del interior sobre la
necesidad de participar en las elecciones, se le da más importancia?
—No solamente es que tienen
mucha más importancia, es que tiene un sentido de lucha mucho más arraigado. ¿A
quién acusan de asesino en Táchira? ¿A quién acusan de ser el dueño de la
corrupción que acabó con el estado Bolívar? ¿Quién es el responsable de la
destrucción de Carabobo?
En el interior hay una cultura
del gobernador que no tenemos nosotros, pero además no la tenemos por una
razón: hace nueve años conquistamos esa lucha en Miranda. Pero cuando este
estado estuvo en manos de Diosdado Cabello fue una elección importante porque
tenías que sacar a Diosdado. Y al día siguiente de que perdió esa elección
empezó el declive político de Cabello como figura y salieron sus casos de
corrupción. Eso lo permitió esa victoria. Como es un espacio conquistado, el
“caraqueñocentrismo” nos hace pensar a veces que lo demás no importa. En el
interior hay otra forma de entender esto. Y lo es también por el sistema de
dominación que implican los gobiernos regionales en algunos estados. En esos
estados que he visitado encuentro entre la gente que hay un sentido de pasarle
la factura a quien los ha condenado, a quien los ha extorsionado e intentado
dominar, que está implícita en la participación electoral.
¿Con qué argumentos convences
a un opositor desencantado de ir a votar en las regionales?
—Yo también estoy desesperado
y frustrado. Me gustaría que estuviéramos haciendo ahorita una elección para
escoger a un presidente, pero la vida real es esta que nos tocó. Y ante la vida
real hay dos opciones: o nos asumimos como víctimas y solo hacemos diagnósticos
o nos asumimos como protagonistas y vemos cómo ganamos los espacios. En
sistemas como este habrá espacios de lucha que nosotros vamos a decidir y habrá
otros que nos impondrá nuestro adversario. Y entonces, ¿si los puso el
adversario no los vamos a pelear? Y si podemos ganárselos hay más razón para
pelearlos.
Y ahora te hablo desde el yo:
dos de las personas fundamentales de mi vida están fuera del país, son mis dos
hermanos. Mi hermana, que es como mi mamá, está afuera porque necesita una
inyección al mes para que no le crezca un tumor cerebral. Y mi hermano tenía
una empresa importante que quebró. Hoy trabaja en un autolavado para poder mantener
a su hija. Claro que estoy desesperado porque esto cambie. Pero si a mí la
frustración y el desespero me nublan el criterio, Maduro va a gobernar toda la
vida. No hay salida mágica, esta es la vida que nos tocó. Y si no lo asumimos
con criterio de lucha entonces vamos a estar condenados a estar llorando todos
los días y comiendo helado viendo televisión.
¿Cómo percibes el riesgo de la
abstención en las regionales?
Siempre es un fantasma. En un
país donde 9 de cada 10 personas quieren cambio solo pierdes contigo mismo.
Esta elección es contra nosotros, contra nuestros fantasmas, contra nuestros
mitos. Y contra nuestros opinadores que simplifican las cosas.
Las condiciones que dieron
origen a la protesta de calle empeoran. Nada se solucionó. ¿Todavía hay
conexión y se puede generar la energía suficiente para volver a salir a
protestar?
—Estoy seguro de que sí.
Nuestro país es una olla de presión a la que le han cerrado cada día más la
tapa. Creo que el problema hoy de la protesta no tiene que ver con conexión
sino con contenido. No tiene que ver con empatía emocional, tiene que ver con
objetivo estratégico de cara a la calle. Si miras los flujos y reflujos de la
protesta, los días que fueron más concurridos fueron esos en los que la gente
sintió que su participación de ese día influía en algo. ¿Cuáles fueron las
marchas más grandes? El día de ir a la OEA, el 19 de abril, el de la sesión del
TSJ.
Uno de los grandes retos es
cómo dotar de objetivos estratégicos y tácticos a un esfuerzo que requiere
contenido. No se trata de que alguien mande tres tuits pidiendo a la gente que
salga a la calle. Ya tenemos algunas semanas viendo eso. Pero aquí el sentido
de masa tiene que ver con el sentido de objetivo. Y lo que hay que construir es
un sentido lógico, real, palpable y no de expectativas inalcanzables, del
esfuerzo de la calle como medio para lograr un objetivo. Estoy seguro de que
eso se reconstruye y se reconstruye porque es lo legítimo: un país que se está
muriendo de hambre tiene todas las razones para protestar.
Fotos referenciales: Mariana
Mendoza/Miguel González
10-09-17
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