Por Carolina Gómez-Ávila
Dice Jaime Fernández Martín en
“Hitler. El artista del mal”, que una prolongada incertidumbre hace que los
pueblos sientan la necesidad apremiante de creer en alguien que les prometa
seguridad y solidez y que, cuando uno solo haya creído, poco a poco se le
sumarán otros hasta llegar al punto en el que nadie podrá evitar que sean
multitudes a menos que el clima de incertidumbre desaparezca. Y advierte que
mientras más gente se adhiera a este nuevo credo, menos importará la calidad
moral de lo que propone o de quien lo propone, porque lo importante es que
transmita consistencia.
Un ideario así, se construye
tomando el pulso a los motivos por las cuales el pueblo está o debería estar
indignado. Luego se señala a un culpable y se hace una promesa que no pueda
realizar por sí mismo, ofreciéndole un líder para ello. La retorcida receta se
adereza desacreditando a los representantes naturales de las aspiraciones de
las mayorías: los partidos políticos.
Por eso acepto el reto de
explicar por qué los Poderes Fácticos jamás representarán otros intereses que
no sean los suyos propios, hasta que se entienda que la ilusión de que un empresario
o un militar pueda cuidar de los venezolanos como un “buen padre” sólo cabe si
se ignora que la conducción de la nación va más allá de velar por las
necesidades individuales (por creerlo es que hemos sido clientes, presa fácil
de populistas). Para conducir el destino de la nación, es tanto o más
importante promover un criterio plural y equilibrado sobre las formas en que se
practican -por dar un par de ejemplos- la equidad y la justicia, nociones que
influyen en nuestra vida tanto como un plato de comida.
Acepto el reto de señalar la
supremacía de la antipolítica y el peligro que entraña. Aunque cada vez los veo
más parecidos al “incorruptible” Robespierre, por lo que supongo que tendrán
parecido final, mientras el Club de los Jacobinos se encarga advierto que
actúan como la alt-right nacional.
Claro, como es imposible que
tengan el componente racial nazi -¡maravillas del mestizaje patrio!- lo han
sustituido por la resignificación de valores, también nazi. Convirtieron
la meta de restituir la República en un proceso que pasa por una invasión
extranjera, ¡lo cual, por definición, disolvería la República! Ondean
banderas de dignidad mientras degradan a sus contrarios que -por cierto- no son
los de la dictadura y, al modo de los criminales nazis, satanizan la
cohabitación propia de las transiciones, dando pie a que sus perturbados
seguidores abracen la idea del exterminio. Se agarraron del artículo 350 -el
único que parecen haber leído de la Constitución de la República Bolivariana de
Venezuela- y obvian el resto de ella y del ordenamiento legal vigente para
proponer violaciones que corrompen el Pacto Social, delicado tramado que aún
sostiene el piso sobre el que deberemos mantenernos en pie, a pesar de todo.
Acepto el reto de señalarlos
como instigadores que no ofrecen canales legales para drenar la frustración, la
ira o el miedo. Quienes manipulan a este grupo que se cree dueño del nombre del
país, saben bien que acumular gases en una olla de presión provoca un
estallido, entonces pretenden un estallido social.
Y es por esto que atacan todo
lo que hace la Mesa de la Unidad Democrática, plataforma que une a nuestros
políticos demócratas. Sí, nuestros políticos demócratas son defectuosos, no muy
pulcros, muchas veces ineficientes, pero están siendo contenidos por lo único
que nos garantiza que no se monte otro gorila en el poder: las estructuras de
los partidos que representan.
Propongo y me ofrezco a seguir
dando razones por las cuales nunca más debe llegar un antipolítico al poder,
como pasó en 1998. Aquí y donde me inviten.
02-12-17
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