Trino Márquez 05 de enero de 2018
@trinomarquezc
2018
despunta con una situación económica sin precedentes en la historia nacional.
Ni siquiera las fiestas decembrinas lograron ocultar la crisis. Al contrario,
la mostraron en algunas de sus facetas más agresivas y humillantes: la gente
humilde salió a las calles a protestar por un pernil de cochino, por la falta
de alimentos, agua, electricidad y transporte colectivo. No hubo Noche Buena,
ni Año Nuevo. Estas expresiones tradicionales sonaban como una cruel ironía en
un país hambriento y miserable como el que han ido construyendo con tesón y sin
tregua Nicolás Maduro y sus socios. Las características más resaltantes de esa
sociedad en escombros han sido descritas con precisión de cirujano por Ricardo
Hausmann, el economista venezolano con mayor proyección internacional.
En su
artículo El día D para Venezuela propone resolver los graves problemas que
atraviesa el país con una solución extrema: la legítima Asamblea Nacional debe
destituir a Nicolás Maduro, designar un nuevo gobierno y, en vista de las
imposibilidades de darle cumplimiento a las decisiones del foro político,
solicitar ante los países de la región y más allá la creación de una fuerza
internacional que ayude a los factores internos a restituir el orden
constitucional y permita detener la hambruna que se ha desatado, que amenaza
con alcanzar la dimensiones de la que hubo en Ucrania entre 1932 y 1933,
Holomodor.
Coincido
con Hausmann en la caracterización que plantea del régimen de Maduro. Se trata
de una dictadura a la que será muy difícil sacar del poder por la vía electoral
porque dirige un proyecto hegemónico con pretensiones de eternizarse en
Miraflores. Comparto la importancia que le asigna al apoyo internacional. No
tengo la menor duda de que sin ese auxilio será imposible sacudirse la satrapía.
La diferencia reside en el tipo de apoyo que debe buscarse. Considero que
incurre en algunos errores apreciables.
Ya
Maduro fue destituido por la AN en 2016, cuando el cuerpo legislativo decretó
su abandono del cargo, sin que tuviese ninguna consecuencia jurídica nacional o
internacional. Es altamente probable que ante una nueva destitución ocurra lo
mismo.
Su
propuesta es inviable. La decisión debería contar con la aprobación de la OEA,
aunque la intervención incluya otras naciones fuera del continente.
Una
medida como esa requeriría una votación calificada de los dos tercios o, al
menos, una sólida mayoría de los miembros de la organización. Hasta ahora no ha
sido posible ni siquiera aplicar la Carta Democrática Interamericana, a pesar
de todas las abiertas violaciones a los derechos humanos y a lademocracia
cometidas por el régimen. Sin el acuerdo de la OEA ningún país latinoamericano
va a arriesgarse a participar en una expedición militar, por humanitaria y
necesaria que parezca. Crearía un antecedente inconveniente para los gobiernos,
siempre convencidos de que son capaces de resolver los conflictos internos sin
la presencia de tropas extranjeras. Dejarle la responsabilidad sólo a los
Estados Unidos ahondaría la brecha entre Latinoamérica y el Norte, además de
que será improbable que sin el soporte de la OEA, Trump tome la iniciativa, a
pesar de las ganas que ha manifestado tenerle a Maduro.
Otros
países de la región han pasado por coyunturas económicas, sociales y políticas
más graves que la venezolana, logrando resolver sus dificultades sin
intervención armada internacional. En algunos casos, tales incursiones han sido
catastróficas. Bahía de Cochinos sólo logró atornillar la incipiente tiranía de
Fidel Castro y le dio combustible a los comunistas por un largo rato. En
Nicaragua la presencia de la Contra, también internacional, no logró solucionar
la crisis, sino que la hizo más agresiva y destructiva. El problema se resolvió
cuando la presión interna e internacional obligaron a los Ortega a acudir a
unas elecciones supervisadas ganadas por Violeta Chamorro, eventualidad que
parecía imposible dado el control militar e institucional que mantenían los
cubanos y los sandinistas, quienes habían asaltado el poder por la vía de las
armas. No se trata de incursiones militares como las plateadas por Hausmann,
pero dado que son regímenes del mismo signo ideológico, la analogía sirve para
ilustrar la eficacia de las intervenciones armadas extranjeras.
No hay
duda de que la situación sanitaria y alimentaria venezolana es grave, sobre
todo porque el colapso se produjo en un período muy breve. La gente está
sorprendida y desconcertada frente a la incuria oficial, pero Venezuela no se
encuentra a las puertas de una hambruna como la de Ucrania.
En esa
ocasión, Stalin resolvió de forma deliberada destruir a los ucranianos porque
no se sometían a sus dictámenes. A los rebeldes ucranianos les bloquearon todas
las posibilidades de producir y distribuir alimentos. Fue una política de
exterminio, genocida. En Venezuela ha cristalizado una combinación letal de
ineptitud, negligencia y corrupción, que se ha tratado de aliviar con los Clap,
fórmula que únicamente funciona con cierto grado de eficacia cuando los dólares
abundan, pues sus componentes son importados.
Como
las divisas escasean y la voracidad persiste, los Clap ya no sirven de paños
calientes. En Venezuela, detener los padecimientos del pueblo pasa por un giro
en las políticas económicas, que Maduro ciertamente se niega a materializar. En
la Rusia de Stalin, la política era arrasar los ucranianos. En Venezuela, el
objetivo consiste en mantener al pueblo en el umbral de la subsistencia para
clientelizarlo y manipularlo.
La
proposición de Ricardo Hausmann en vez de propiciar la unidad de la oposición,
la acentúa; y en vez de debilitar al gobierno, le da oxígeno para seguir
hablando de una oposición apátrida, proimperialista y tonterías similares.
Podría desatar una discusión bizantina entre intervencionistas y nacionalistas.
En el trance tan difícil que vive la oposición, se requieren iniciativas que
desmineralicen las posiciones, las acerquen y limen sus perfiles más áridos.
Por ejemplo, ¿qué hacer para recuperar el prestigio de la Asamblea Nacional,
tan erosionado? ¿Cuáles acciones comunes podrían reunificar la oposición y
fortalecerla ante la comunidad internacional? ¿Qué hacer en República
Dominicana?
La
ayuda internacional resulta imprescindible. Para potenciarla la oposición debe
resolver sus contradicciones internas y aparecer unificada en torno de un
programa, una organización y un líder. Estas carencias reales no las resuelve
una intervención extranjera.
Trino
Márquez
@trinomarquezc
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