Por Fernando Pereira
“Se quedó con ganas de ver a
su mamá en Navidad”, abuela que llevaba nieta a Perú. Le violaron los Derechos
Humanos a nuestros niños”. Fue esa la frase con la que Mari Salcedo
describió lo que tuvieron que pasar los más de 80 niños que fueron retenidos en
el Aeropuerto Internacional Simón Bolívar de Maiquetía (Iaim), tras
la anulación de sus pasaportes y la cancelación de un vuelo
privado de la compañía aérea Avior que los llevaría a Perú. Algunos niños
y niñas iban al país a reencontrarse con sus padres y otros a
buscar medicamentos para sobrevivir”, podemos
leer en Efecto Cocuyo al reseñar este hecho a mediados de diciembre.
Las autoridades denunciaron un
caso de trata, tráfico de niños aludiendo a permisos fraudulentos. Los
organizadores y familiares contradecían esta versión planteando que los niños
iban al encuentro de sus padres que habían migrado a Perú.
Este hecho revela un fenómeno
que ha pasado inadvertido. Se habla de las miles de familias que dejado el
país, los jóvenes que se están aventurando a luchar por un presente que le es
esquivo en el país; pero poco se habla de los niños que se quedan en el país
mientras el papá, y en algunos casos también la mamá, se ven forzados a buscar
el sustento en otro país.
¿Por qué se les llama así?
Se denomina “niños dejados
atrás” a quienes la inmigración económica ha dejado abandonados. Son
niños o adolescentes cuyos padres deben dejar el hogar para irse a trabajar a
otro país (incluso a otra ciudad) por meses o incluso por años.
Unicef plantea la
dificultad que representa no contar con estadísticas actualizadas en
la región. Estima que en Ecuador 218.000 niños tenían al menos a uno de
sus progenitores viviendo en el exterior en 2005. En México, el 17%
de los niños ve a uno de sus progenitores migrar al menos una vez durante su
infancia.
No se disponen de datos sobre
la cantidad de niños que fueron dejados atrás en Venezuela pero no se puede
desestimar. Niños que son dejados al cuidado de abuelos, familiares,
amigos e incluso hermanos mayores.
¿Cuáles son las consecuencias?
Abel Saraiba, psicólogo
de Cecodap, advierte que: “La vivencia de abandono, miedo,
soledad e incertidumbre que estos niños atraviesan es un drama real,
invisibilizado y que marca una vida”. Vivir con un familiar no mitiga el
sentimiento de abandono, de tener que vivir sin mamá o papá. Por más que se le
diga que lo hicieron por tu bien, no subsana el impacto emocional de la
pérdida. De tener a quien contarle cómo le fue en la escuela, decirle que
sientes triste o tienes miedo por algo, que te cuente un cuento antes de
dormir.
A otros niños y adolescentes
les tocará más fuerte. Estarán expuestos a privaciones e incluso maltrato
y abuso. Se verán sometidos a restricciones en los períodos de
amamantamiento, consultas médicas preventivas, contar con el esquema completo
de vacunación, tratamientos médicos. Tendrán dificultades para continuar en la
misma escuela, proseguir los estudios o tener éxito escolar. Podrán
incorporarse precozmente al mercado de trabajo o ir a la calle como un
mecanismo de sobrevivencia.
La crisis ha afectado la alimentación,
salud, educación, recreación y, para muchos niños, el crecer con sus
padres. Los niños dejados atrás padecen el olvido en silencio ante la
vista inerte de un país que se queda atrás.
11-01-18
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