Por Gregorio Salazar
Compartiendo al lado del
hombre de a pie, allí en esos espacios donde toda impotencia tiene su asiento,
pareciera que la rebeldía del pueblo, que aquella vocación respondona del
venezolano está siendo domeñada en las colas, en esas esperas interminables
donde la resignación ante la incertidumbre va socavando el ánimo y las
esperanzas.
Ya se ha hecho patente una
fosa existencial con su espantoso remolino que nos sumerge, día tras día,
cada vez más profundamente en el mar de las imposibilidades, la de comer y
mantener la salud en primer lugar. Y el simple ciudadano siente que no le queda
más que contener sus ímpetus, mirar y esperar callado, labrar como la gota
sobre la piedra su paciencia. Sin transporte en las calles y en los terminales
de pasajeros; buscando el papel moneda en los bancos o en los
telecajeros; para la compra de cualquier alimento que sea accesible a sus
posibilidades porque lo dispensa un gobierno “protector”; para pagar en el punto
de venta los pocos bienes que todavía aparecen.
Ocioso sería abundar en los
padecimientos en que la obra devastadora de la demencia ideológica ha sumido al
pueblo venezolano. Todo se resume en el estado de parálisis general que vemos
avanzar paulatinamente. La destrucción recorre de arriba a abajo la actividad
económica. Las empresas no pueden completar la cadena productiva. Una persona,
una unidad productiva unipersonal, no puede ni dedicarse a vender café y
si lo logra ya sabe que en algún momento le van a faltar los insumos básicos:
agua, café y azúcar.
Así mismo las voces de la
disidencia están tan apagadas que nadie diría que hemos entrado en el tan
ansiado año electoral, ese que verdaderamente permitiría hacer realidad la
consigna “Maduro, vete ya”. Una mutua orfandad es el marco que se aprecia en el
campo de la vastísima y mayoritaria franja opositora. El pueblo respecto de su
dirigencia, porque siente la ausencia de una guía que le responda la gran
pregunta que todos nos hacemos: frente a esta tragedia mayúscula en la que está
en juego el futuro de varias generaciones de venezolanos, ¿qué vamos a hacer?
Pero no de cualquier forma, sino de manera contundente y fundamentalmente
unitaria.
Y orfandad también del lado de
la dirigencia que debe estar consciente que ninguno de los dos espacios donde
tiene su presencia institucional, como lo son la Asamblea Nacional y la mesa de
diálogo con el oficialismo, levantan en estos momentos un ápice de expectativas
de la población, no solamente para la superación definitiva de esta tragedia,
sino incluso para que aparecieran algunos paliativos.
No sé si se podrá decir
sorprendente, pero lo cierto es que durante la primera semana de enero la
discusión en las redes estuvo generada por la tesis del economista Ricardo Haussman
quien, convencido de que no hay nada que hacer en el campo democrático, sólo
una intervención armada salvaría a Venezuela de una catástrofe humanitaria.
Dos académicos de universidades extranjeras, Sean Burges y Fabricio Chagas, le han respondido reconociendo que su corazón está del lado correcto, pero su propuesta de una intervención militar “simplemente no va a suceder. No funcionaría”. Y abundan en razones geopolíticas, militares y de la dinámica interna de los Estados Unidos y de Venezuela y las tradiciones diplomáticas del continente.
No vamos a salir de esto como
quien le baja la manija al inodoro. Se necesita un liderazgo que hable claro,
que relance la unidad, que levante el ánimo y las esperanzas del venezolano, y
que sea capaz de neutralizar las convocatorias que hace una vocería muy bien
apuntalada desde el exterior a la abstención. Nada de eso asoma todavía en el
horizonte. Sólo la certeza de que seguimos cayendo por el despeñadero.
07-01-18
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