La historia de la humanidad
está llena de aportes valiosos hechos por personas despreciables. Muchos
individuos con conductas cuestionables, cómplices o ejecutores directos de
hechos abominables nos dejaron en herencia ideas brillantes, obras inspiradoras
e inventos imprescindibles.
Esto debería resultar
suficiente para obligarnos a renunciar a la falacia ad hominem, a no juzgar un
acto a partir de la sospecha que tenemos sobre su autor. Pero este, que es un
impulso difícil de dominar para quienes practicamos autodisciplina, es
imposible para el resto. La mayoría de las personas nunca intentaron controlar
su carácter, no tomaron resoluciones ni pusieron a prueba su determinación
contando sólo con la fuerza de su voluntad. O lo hicieron y fracasaron. Y a continuación
desistieron, que es peor. Fracasados y vencidos se odiaron a sí mismos por su
incapacidad para el logro y la perseverancia pero, en vez de autodestruirse, se
dedicaron a escudriñar en las historias de quienes se destacaban hasta
encontrar datos que les ayudaran a desacreditarlos. Y así, abandonándose a sí
mismos y difamando al resto, se convirtieron en peleles a quienes todos
manipulan por sus vísceras. Sí, los más fáciles de manejar son quienes no
tienen control de sí mismos y estos son los individuos más nocivos para la
sociedad. De esta materia están hechos los clientes que llevan a los populistas
al poder.
Claro que eso no sería posible
sin amplificar sus grotescas voces. La prensa amarillista nació a finales del
s. XIX con ese destino y hoy en día parece no haber prensa de otro color. En
ese pecado original están involucrados un par de apellidos celebérrimos:
Pulitzer y Hearst. Me parece que el primero apenas tuvo un poco más de
escrúpulos que el segundo, pero eso no le restó claridad para vaticinar en 1904
lo que hoy podemos constatar como propio en muchas latitudes: “Nuestra
República y su prensa se erguirán o caerán juntos. Una prensa idónea,
desinteresada, con espíritu público, con inteligencias formadas para distinguir
lo que es correcto y el coraje para hacerlo, puede preservar esa virtud pública
sin la cual un gobierno popular es una farsa y una burla. Una prensa cínica,
mercenaria y demagoga con el tiempo dará origen a un pueblo igualmente bajo. El
poder para moldear el futuro de la República estará en las manos de los
periodistas de generaciones futuras”.
Controlado -como sabemos y
para lo que sabemos- el papel periódico, el amarillismo se practica con
libertad en internet, donde la prensa no es sólo el sitio web que aloja la
información sino también sus redes sociales usadas para estimular el tráfico
hacia el sitio. En estas últimas abundan las características amarillas del
titular escandaloso y exagerado, que suelen conducir a una información
sustentada en poca o ninguna evidencia, producto de cualquier cosa menos de la
investigación periodística. A veces, las menos, sí hay investigación pero
está infestada de prejuicios, sesgos o comentarios de sus autores que mezclan
en el mismo texto la obligación que tienen de informar con el derecho a opinar,
dejando su reputación de lado para incidir en la opinión pública que es lo que
le facilita a la prensa conseguir inversionistas y a los periodistas, su
sustento.
William Woo hizo carrera
durante 34 años en el St. Louis Post-Dispatch (principal periódico de Missouri,
EE.UU., fundado por Pulitzer y aún en manos de sus herederos); durante los
últimos 10 ocupó el cargo de editor jefe. Después fue profesor de periodismo en
la Universidad de Stanford durante 10 años más. Tras su muerte (en 2006) se recopilaron
y publicaron las cartas que semanalmente escribía a sus alumnos, por
considerarse que contenían los valores que vale la pena preservar sobre el
periodismo. Woo insistía en recordar que la prensa que es rehén de sus
inversionistas, no es más libre que la que es rehén del Gobierno.
13-01-18
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