Fernando Mires 10 de febrero de 2018
Para
comenzar, un poco de orden.
Primero:
las negociaciones que tuvieron lugar en la República Dominicana no fueron
convocadas por la oposición venezolana. No podría haberlo hecho. La oposición
asistió debido a la presión internacional, sobre todo la que provino del Grupo
de Lima. Bajo esas condiciones, la oposición organizada no podía sino asistir.
Quien quiera criticar a la oposición por haber asistido a la RD debe en primer
lugar criticar al Grupo de Lima.
Segundo:
la mayoría de los gobiernos latinoamericanos presionó a favor del
diálogo-negociación por una razón elemental: ellos no podían adjudicar al
gobierno de Maduro el carácter de una dictadura sin obtener las verificaciones
formales pertinentes. Entre ellas, la más decisiva: elecciones libres.
Tercero:
todas las demandas de la oposición fueron estrictamente constitucionales.
Cuarto:
desde el momento en que Maduro ordenó patear la mesa adelantando las elecciones
presidenciales y negándose a otorgar las mínimas garantías constitucionales, la
mayoría de los gobiernos latinoamericanos obtuvo la carta de verificación que
necesitaba para constatar que la de Maduro es, inapelablemente, una dictadura.
No otra fue la razón por la cual el Grupo de Lima emitió un comunicado en el
cual desconocía la legalidad de las elecciones en los términos planteados por
el régimen.
Quinto:
la del Grupo de Lima no fue un llamado a la oposición venezolana a no votar.
Pues una cosa es la posición jurídica de los gobiernos y otra, la política de
la oposición. Esta última está determinada por las relaciones concretas que se
presentan en un plano político nacional.
Sexto:
Habiendo fracasaso el diálogo, la oposición deberá determinar el curso de su
futuro político. Ese curso se puede resumir en una pregunta: ¿Participar o no
en las elecciones presidenciales convocadas por la dictadura?
NO PARTICIPAR
Después
del fracaso de las negociaciones, no participar luce como opción lógica. Dicha
opción se basa en el hecho de que al no aceptar las propuestas de la oposición,
el régimen ha cerrado la vía electoral. Las que pretende realizar el 22 de
abril no serán elecciones en el exacto sentido del término sino un simple acto
de confirmación del poder dictatorial.
Para
los partidarios de la no-participación, en elecciones bajo condiciones
determinadas por la parcialidad del CNE, con cientos de presos políticos, con líderes inhabilitados, con miles y miles de
exiliados a los que se ha arrebatado el derecho a voto, con puntos rojos
establecidos para conducir el proceso electoral, con todos los medios a
disposición del dictador, todo eso y mucho más, significaría contribuir a la
legitimación del poder dictatorial.
Como
repiten los defensores de la tesis de la no-participación, acudir a las
elecciones significaría llevar a la ciudadanía al matadero, contribuiría a una
derrota no solo electoral sino, además, moral. Una derrota de la cual la
oposición no podría recuperarse jamás.
Participar,
aducen, significaría reconocer de hecho a la Asamblea Constituyente, organismo
supra-constitucional elegido en una de las elecciones más fraudulentas de las
cuales se tiene noticia. Significaría, además, no reconocer el plebiscito del
2017.
Y, no
por último, agregan, significaría oponerse a la propia comunidad internacional.
Más aún, debilitaría notablemente las sanciones en contra del régimen. ¿Cómo
sancionar a un gobierno que no solo permite elecciones sino, además, cuenta con
la participación electoral de la propia oposición? La pregunta es lógica, y
debe ser tomada en cuenta.
Creo
que de modo correcto he expuesto las principales posiciones de los
no-participacionistas
OBJECIONES A LA OPCIÓN DE NO-PARTICIPAR
Las
objeciones a la opción de no-participar parten del supuesto de que no siempre
lo que es lógicamente formal es políticamente lo más adecuado. No participar en
las elecciones llevaría a los defensores de esta opción a entregar toda
iniciativa a la dictadura, o lo que es peor, a regalar la elección sin oponer
nada en contra. Opción que parte de una situación real: más del 70% de la
ciudadanía está definitivamente en contra de Maduro. ¿Cómo desperdiciar ese
enorme capital electoral?
De
acuerdo a la opción participativa, no la participación sino la no-participación
-al hacer aparecer a la oposición como un conglomerado anti-electoral-
contribuiría a legitimar a la dictadura.
La
dictadura no quiere elecciones. Convocar a elecciones no es un regalo a la
oposición, pero sí una concesión -formal pero concesión al fin- a la opinión
pública internacional. Lo que en fin necesita la dictadura, si no impedir las
elecciones, es devaluarlas. La no-participación contribuiría fuertemente a esa
devaluación, argumentan los defensores de la opción participativa.
El
argumento del reconocimiento de la AC dictatorial –agregan los de la opción
participativa- sería en este caso redundante pues no solo la AC es
anti-constitucional. La dictadura, al ser dictadura, también lo es. Sin
embargo, en todas las elecciones en las que ha participado la oposición ha
reconocido a la dictadura. Luego, participar no es bajo estas condiciones un
tema jurídico. Es antes que nada un tema político.
Frente
al argumento de que al participar quedarían inhabilitadas las acciones de la
llamada comunidad internacional, la opción participativa opina lo contrario. La
decisión del grupo de Lima, al desconocer las elecciones solo puede ser
verificada en caso de fraude. Sin participación de la mayoría opositora, la
dictadura no necesita del fraude. Luego, declarar fraudulentas a las elecciones
no puede ser interpretado directamente como un llamado directo a no participar.
La oposición ha participado en muchas elecciones fraudulentas. En cierto modo,
todas las llevadas a cabo durante Maduro han sido fraudulentas, incluso las del
6-D.
Sin
lugar a dudas los catorce firmantes del grupo de Lima más el apoyo activo de
los EE UU y de la UE constituyen una oposición internacional poderosa. Pero eso
no significa que la dictadura está aislada en el mundo. Además de contar con el
apoyo de por lo menos tres naciones latinoamericanas y con la neutralidad de
otras dos, la dictadura forma parte de “otra” comunidad internacional de
carácter supracontinental: una verdadera internacional de dictaduras
hegemonizadas por la Rusia de Putin.
El
apoyo de la comunidad democrática a la oposición es por cierto, insustituible.
Puede llegar a ser decisivo, pero por sí solo no es determinante. Ni el más
imponente apoyo internacional puede sustituir el rol de la oposición
venezolana.
Por
supuesto, los defensores de la no-participación señalan que su opción no es un
llamado a los ciudadanos a quedarse en casa. Todo lo contrario: hablan de una
no-participación activa. El problema es que las formas de activación
no-electoral no las ha definido nadie. Parece ser difícil que acciones
políticas no-electorales puedan llevar a cabo manifestaciones más
multitudinarias que las activadas por una campaña electoral bien
organizada. Es por eso que, quienes defienden
la opción participativa, aducen que la realización de elecciones y las
convocatorias de masas no son excluyentes sino incluyentes. Más aún si se tiene
en cuenta que los defensores de la opción no-participativa no cuentan con mucha
capacidad de convocación. Y aún en el caso de que la tuvieran, las
demostraciones quedarían en manos de grupos militantes y estudiantiles, y sus
resultados no serían distintos a los de las grandes demostraciones del 2017.
Panorama no muy alentador.
Hay
por último un argumento pragmático que habla a favor de la opción
participativa, y es el siguiente: la opción no-participativa, para tener éxito,
debe ser perfecta. Perfecta quiere decir: absoluta, unánime y total. Bastaría
que un solo partido de la unidad se descuelgue de esa opción para que fracase
de inmediato. Y es sabido que la unidad opositora no es monolítica, ni
homogénea ni, mucho menos, disciplinada. Una sola candidatura de un partido
opositor a Maduro bastaría para conferir a las elecciones un carácter legal y
legítimo.
¿HAY OTRAS ALTERNATIVAS?
Alternativas
intermedias a participar o no participar no hay. La no-participación, aunque la
llamemos activa, lleva definitivamente a la derrota electoral. La participación
en cambio, entraría aparentemente en contradicción con la propios postulados de
la oposición en la RD. Al haber rechazado la oposición a las condiciones
electorales propuestas por la dictadura en la RD y luego llamar a votar, sería
visto –aunque no fuera así- como un acto de incoherencia. La abstención
–alentada con furia por el abstencionismo militante- crecería en forma
gigantesca y el fenómeno de las elecciones regionales -donde la oposición,
siendo absoluta mayoría, al acudir dividida, sin mística ni entusiasmo, fue
derrotada- sería nuevamente reiterado.
¿Significa
que la oposición está condenada a dividirse en dos partes irreconciliables? Esa
sola posibilidad lleva a repensar más intensamente el problema. Pues el hecho
de que no haya alternativas intermedias no significa que no existan
alternativas distintas. Una de ellas - ha sido sugerida en las redes- es la de
una participación electoral no tradicional.
Bajo
el concepto de participación electoral no tradicional entendemos la de acudir a
las elecciones no para competir sino para sentar presencia política nacional. O
lo que es igual: hacer de las elecciones un fin en sí y no un medio para la
conquista del poder.
Una
posibilidad de participación electoral no tradicional sería por ejemplo llamar
a votar por el candidato Cero, es decir, participar con el voto nulo o en
blanco. De este modo la mayoría de la ciudadanía participaría, votaría y al
mismo tiempo convertiría a la elección en un rotundo NO a la dictadura.
Siendo
una opción plausible, la del voto nulo tiene, sin embargo, un inconveniente.
Una oposición sin rostro es como una ópera sin tenor.
La del
candidato Cero o Nulo sería una participación puramente negativa. Con un simple
NO, Maduro tendría todo el espacio para decir y proponer lo que quiera, sin
contradictor que lo desmienta o lo acuse. De ahí que la posibilidad de llevar
un candidato único no para competir ni para ganar –lo que no quiere decir para
perder- sino para denunciar los crímenes
cometidos por la dictadura, las múltiples violaciones a los derechos humanos,
el hambre y la miseria inducida por el régimen, y tantas otras cosas, no debe
ni puede ser deshechada.
Un
candidato-líder tendría más efecto, incluso sobre la opinión pública mundial
que un candidato Cero. Un candidato-líder, aún perdiendo la elección-
entregaría un claro testimonio de la realidad venezolana, no entraría en contradicción
ni con la historia de la oposición –que ha sido y será una historia electoral-
ni con la comunidad internacional. Un candidato que, si no de todos, sería el
de la gran mayoría.
Naturalmente
también hay problemas frente a la posibilidad de una candidatura no
tradicional. Los candidatos carismáticos, unitarios y con formato político (con
otro formato no sirven) no se venden en las farmacias. No obstante, sin
necesidad de dar nombres, todos sabemos que en Venezuela hay personas
honorables e idóneas que podrían jugar perfectamente el papel asignado.
Después
de todo: no hay peor batalla que la que no se da, ni peor política que la que
no se hace.
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