Julio Materano 17 de abril de 2018
Daniela,
una sargento de 26 años —que por seguridad prefirió resguardar su apellido—
reconoce que ingresó a la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) por
necesidad, para tratar de aliviar la pobreza que doblega el presupuesto en su
hogar y que hoy, en medio de la crisis económica más cruda, priva también a su
madre del tratamiento antihipertensivo. “No consigo los medicamentos para mi
mamá y tenemos que hacer de todo para medio comer en casa”. Ella, al igual que
el resto de la tropa que la acompaña, tiene previsto irse del país. Su plan aún
no está definido y baraja Colombia y Francia entre las naciones destino.
Con
Daniela, quien tramita su solvencia en la sede de Seguros Horizonte en el
Instituto de Previsión Social de la Fuerza Armada (Ipsfa), están otros cinco
jóvenes. Son en total 12 sargentos de tercera venidos de Tinaquillo, estado
Cojedes, pero están diseminados: cada quien en lo suyo. El grupo, que se dice
cansado de comer sardina con arroz, se vislumbra todo en la calle, sin
presiones políticas ni órdenes de superiores que intentan doblegar la voluntad
de quienes sirven. El reclamo es unísono, enérgico. A la voz de rechazo se suma
también el disgusto por el machismo y la discriminación política que permea a
la FANB.
Los
funcionarios de entre 24 y 27 años de edad son el pulso de la diáspora. Buscan
entender la ciudad con urgencia, no conocen Caracas y llegaron la mañana del 1°
de marzo para tramitar sus solicitudes de baja. Esperan retornar ese mismo día
a sus casas pero tienen un alud de documentos a medio hacer y la mañana cobra
ventaja.
Daniela
aspira vivir en el primer mundo, pero sabe que requiere de mucho dinero para
hacerlo: necesita trabajar antes de marcharse del país y tiene el tiempo en
contra para reunir el monto del pasaje: por lo menos 1200 euros. Tal vez se
dedique a la economía informal, el salvavidas sobre el que descansan algunos
funcionarios para sortear la crisis en los cuarteles. La sargento se apoya en
sus familiares residenciados en el extranjero para tratar de zafarse de lo que
considera el peor momento del país. “Me cansé de comer solo pasta, en el mejor
de los casos. Creo que merecemos un trato digno”, se lamenta.
Fuentes
militares aseguraron que hasta la última semana de febrero, la Unidad de
Tinaquillo, en Cojedes, registraba 80 bajas de sargentos de primera, con tres
años de formación, según informaron sus miembros. La coyuntura desarticula los
cuarteles y deja las tropas profesionales desmanteladas.
“La
vida del militar es muy miserable, tienes que hacer silencio así no estés de
acuerdo con las órdenes de tu superior. Todo el mundo calla para no pelear, no
entrar en diatribas. Si te quejas por la crisis, te tildan de apátrida, de
opositor y eso podría traerte consecuencias a ti y a tu familia”, dice Daniela.
Fabiola,
una sargento que también aguarda con los otros seis militares en las afueras
del Ipsfa, desmenuza su vivencia en la Guardia Nacional Bolivariana. “Me cansé
de ser humillada, de comer arroz solo. Cada mes debemos pagar 20.000 bolívares
en efectivo en nuestra unidad para asegurarnos un plato de comida, pero los
alimentos no alcanzan para todos. Hay compañeros que se desmayan porque se
quedan sin comer. No se justifica que la comida sea un asunto de azar. Si
desayunas, no almuerzas y si almuerzas no cenas. Es algo inaudito por donde se mire”,
comenta la joven de la Unidad de Tinaquillo, estado Cojedes.
Cree
que sus tres años de formación no pasaron en vano, se lleva la sagacidad de
quien ha aprendido a vivir con lo mínimo, pero la domina también el sinsabor de
la represión, del rechazo. “Hay mucho machismo. En una ocasión mi superior me
pidió que le lamiera sus botas, pensé que era una broma, pero su insistencia
fue aterradora. Por supuesto que no lo hice”, suelta. Su voz quebrada delata su
frustración. Fabiola no quiere regresar a la FANB y su familia está de acuerdo,
la apoya incondicionalmente.
Las
discusiones sobre la huida de funcionarios, coinciden los jóvenes de
Tinaquillo, transcurren en silencio, en pequeños grupos de almuerzo y de tropa,
que disienten en voz baja para no levantar sospechas.
La
prolongada coyuntura económica los aflige a todos. “Aquí no hay nada que hacer,
hermano. Se perdió el respeto hacia el país y hacia la gente, hacia la FANB que
debería garantizar el orden interno”, remata un joven que prefiere resguardar
su nombre. Entre sus quejas, asoman las maniobras de los oficiales que intentan
sobrevivir al margen de cualquier actividad ilícita, o del habitual “matraqueo”
de algunos efectivos.
“No
todos roban, hermano, pero hay quienes se desbocan en ese camino de supervivencia,
porque eso es lo que hacemos, sobrevivimos a un sabotaje que viene de nuestros
propios superiores. No le interesamos a nadie”, comenta.
Él y
sus compañeros intentan tomar el Metro para llegar a Chacao, están a
contrarreloj. Sus caras reflejan angustia. En el Ipsfa la atención es expresa.
Les exigen una carpeta marrón y otra amarilla con las copias de sus documentos.
Sin conocer Caracas, planean la ruta de ida a Chacao, a la otra sede de Seguros
Horizonte. Saben que tienen cerca el Buscaracas en Los Símbolos y lo toman,
desconfiados, hasta el Metro de La Bandera. El viaje de la tropa a Tinaquillo
está truncado por la falta de efectivo. Insisten en su retiro.
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