Por Luis Vicente León
Quiero compartir mi confusión
alrededor del proceso político que vivimos. Por una parte, entiendo la
frustración de quienes no creen en participar en un proceso electoral sesgado,
opaco y manipulado. Si añadimos que el costo de salida del gobierno es
infinito, la probabilidad de que entreguen el poder es muy baja, excepto si
proviene de una implosión que, por ahora, sólo es una especulación académica.
No podemos descartar esa posibilidad, pero tampoco basar el análisis en un
“cisne negro” que necesita que estén alineadas demasiadas estrellas.
Pero, a la vez, entiendo la
tesis de quienes creen que ir a un boicot electoral tiene una probabilidad de
éxito prácticamente nula. Las explicaciones de los proboicot sobre cómo es que
eso producirá un cambio son muy pobres y la capacidad de generar amenazas
creíbles es más pobre aún, a excepción de las amenazas de acción internacional
contra el gobierno, lo que hace que los proboicots dependan de una acción que
no controlan y que, además, se plantea como sustituto y no como complemento de
una acción propia, algo muy decepcionante en términos de resultados esperados.
En todo caso, si la única
fuerza opositora del ala boicot son las sanciones, esto me genera otra
confusión. Si hablamos de sanciones personales, supongo que su objetivo es
crear presión para generar la implosión del chavismo. Entonces, llegamos al
escenario donde Falcón podría representar, por ejemplo, una opción de
negociación con los chavistas disidentes, convirtiéndose en una forma de salir
de Maduro a través de la presión del propio chavismo para el reconocimiento del
triunfo electoral opositor, atado a una negociación de salida que proteja al
chavismo en su conjunto. Una especie de huida hacia adelante para quienes
sienten la amenza de verse envueltos en saciones personales en el futuro. Pero,
para que eso ocurra, Falcón tiene que sacar más votos que Maduro, lo cual es
una inconsistencia con la propuesta de boicot.
Las sanciones económicas,
financieras y petroleras son otra historia. Ahí la teoría indica que se va a
por todo. Pero la evidencia ha demostrado que no funcionan. No estoy analizando
la teoría, ni la lógica, ni la ética de la propuesta. Simplemente su
eficiencia. Cuba, Corea, China, Rusia y Zimbabue muestran su fracaso. Y, en
realidad, también Irak, Libia y Siria, donde se derivó en otra cosa. Entonces,
parece que la propuesta de sanciones está basada en un error de apreciación de
eficiencia o en la necesidad de hacer “algo”, aunque no funcione. Es como el
padre que castiga sabiendo que no resolverá el problema, pero le da
remordimiento no hacer nada. El problema es cuando lo que se hace, para cubrir
un complejo ético, es peor para la vida de la población que se pretende ayudar.
Ya sería fronterizo pedirle sacrificios a quienes viven dentro, mientras yo los
veo desde afuera. Pero es aún más complejo pedirle a un pueblo que asuma costos
brutales, sabiendo de antemano que la probabilidad de éxito es muy baja.
El resultado de todo esto
podría ser que la mayoría más grande que ha tenido la oposicion en toda la era
chavista no vote masivamente, sin tener una propuesta alternativa, dejando a
Maduro en el poder y provocando la agudización de sanciones generales que
empeorarán la vida de los venezolanos en general sin provocar un cambio de
gobierno.
Claro que puede ocurrir el
otro escenario. Que en el camino la gente se anime a votar contra Maduro, el
chavismo implosione y los chavistas disidentes defiendan el resultado electoral
como una vía para buscar una negociación transicional y salir del problema lo
más elegantemente posible. Pero, para eso, otra vez, Falcón tendría que tener
votos para ganar, algo que los opositores institucionales ven como un pecado
mortal. Clarito, ¿no?
15-04-18
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