Miguel Méndez Rodulfo 09 de junio de 2018
América
Latina, en general es un subcontinente privilegiado en cuanto a disponibilidad
de agua de superficie. En este sentido, Chile cuenta con una de las mayores
reservas de recursos hídricos, en la zona austral de ese largo país, con los
llamados campos de hielo norte y sur; sin embargo, el líquido de la vida no
está armónicamente distribuido en su territorio: una zona norte árida, con una
disponibilidad de 500 m3/habitante/año, y una zona sur que sobrepasa los
160.000 m3/habitante/año. La falta de agua en el norte ha dado origen a una
gran conflictividad social y a una pugna permanente entre los campesinos y los
indígenas contra las compañías mineras y otros consorcios. Esta pugna se ha
visto avivada, además, por la aparición de los llamados derechos de agua.
En
efecto, el Código de Aguas chileno de 1981, sancionado durante el gobierno
militar, es una legislación que le otorga al agua un carácter dual: por una
parte un bien nacional de uso público, pero por la otra un bien económico. Esta
última condición permite la gestión del agua según los criterios y conveniencia
de la propiedad privada, con lo cual se anula de hecho la figura pública. Lo
económico deja la gestión del recurso a los “mercados del agua”, espacios donde
se privilegia la oferta y la demanda, en detrimento de las necesidades humanas
de las poblaciones arraigadas. Estos derechos son otorgados gratuitamente y a
perpetuidad, no existiendo, en los medios rurales, cobros diferenciados por el
uso del agua, ni impuestos específicos, tampoco pagos por descargas de aguas
servidas. Pero además, el Código de Aguas permite separar la propiedad del
recurso del dominio de la tierra; esta facultad consagra una enorme iniquidad
al despojar a cualquier propietario de terreno del uso del agua que irriga su
parcela, ya que ésta pertenecería a cualquier compañía minera o consorcio
agrícola, al que se le hubiese asignado la propiedad del agua. Esto es ni más
ni menos que un despojo de los recursos hídricos, no solamente a los pequeños
productores y campesinos, sino a las comunidades ubicadas en el territorio, las
cuales tienen derecho humano al agua.
El
favorecimiento de los consorcios exportadores ha generado una latente
conflictividad social y a una permanente lucha entre intereses contrapuestos.
Además ha dado lugar a una concentración de la propiedad del agua, a
limitaciones de la población al recurso, a aumentos progresivos de tarifas y a
una afectación grave de las cuencas hidrográficas donde escasea el agua.
Un
ejemplo de lo anterior es lo que ocurre en Petorca ubicada en los denominados
valles transversales, en la zona de transición entre el Norte Chico chileno, y
la zona central de dicho país. Los ríos que ocupan estos valles son
generalmente de régimen nivoso-pluvioso, es decir, surgen de áreas de nieves en
la cordillera y se alimentan con los deshielos primaverales, asimismo sus
afluentes. Debido a la escasez de precipitaciones en estas regiones, la lluvia
no juega un papel relevante en la alimentación del caudal de estos cursos de
agua. En esta región caracterizada por su falta de agua y aridez, se cultiva
extensivamente el aguacate y se hace para la exportación masiva. Hay que dejar
claro que estas enormes plantaciones consumen cantidades ingentes de agua para
su cultivo. Para producir un kilo de aguacate, unas tres piezas, se necesitan
hasta mil litros de agua, una cantidad mucho mayor que para cultivar la misma
cantidad de tomates o patatas. La región es presa de una pertinaz escasez de
agua. Los cauces están secos desde hace años y muchas personas dependen de
camiones cisterna para abastecerse de agua. Mientras tanto, las grandes
explotaciones riegan sus miles de hectáreas de aguacates con agua proveniente
de represas artificiales. Esta apropiación fraudulenta, perjudica seriamente a
los pobladores ancestrales y a los demás productores.
Las
grandes plantaciones forestales, para producir madera, constituidas por
siembras de bosques de monocultivos de eucaliptus, así como de pinos, ubicadas
en la región central chilena, son voraces depredadoras de agua. Los pinos y
eucaliptos tienen hojas más pequeñas que las de las especies nativas. Esto
implica que ocupan una mayor superficie, tanto para la evapotranspiración como
para la fotosíntesis. Es decir, al tiempo que pierden más cantidad de agua que
las especies nativas, requieren más agua para llevar a cabo sus procesos de
fotosíntesis. Las exportaciones chilenas, sobre todo de aguacate, pero también
de madera, son virtualmente una transferencia de agua de regiones secas de
América Latina a Europa, donde están sus principales clientes.
Miguel
Méndez Rodulfo
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