Pedro Trigo SJ 09 de junio de 2018
La
tesis es que en Venezuela hemos pasado de un régimen totalitario a
una vulgar dictadura decimonónica, o, si preferimos llamarlo así, a
una tiranía.
Quisiera
comenzar diciendo que escribo con mucho dolor, con más dolor que indignación.
Ante todo, porque lo que está pasando es muy malo para el país y el país somos
todos y por eso nos afecta muy profundamente; pero además porque también son
mis hermanos los causantes de esta tragedia y quiero que caigan en cuenta del
mal que están causando y vuelvan sobre sí[1].
LAS DOS RAÍCES DEL TOTALITARISMO CHAVISTA
Este
régimen comienza siendo totalitario, sobre todo por dos motivos. El primero,
que Chávez, el caudillo, tomó la presidencia de la república con una ideología
militar según la cual, el Presidente de la República, era para él como el Comandante
en Jefe de las Fuerzas Armadas, en el sentido preciso de que tenía que ser
obedecido de modo no deliberante. Esta manera de entender la conducción del
país, asimilándola a la de las Fuerzas Armadas, es absolutamente incompatible
con la democracia.
Entró
a gobernar con esta concepción, pero no la pudo aplicar con toda consecuencia
sino a medida que tuvo el control de todos los poderes y, sobre todo, de la
opinión. Fue tan obvio para todos que el presidente ejercía la Presidencia de
la República como Comandante en Jefe, es decir, que ése era su talante, que lo
empezaron a llamar comandante, hasta que en la última década todos los suyos,
tanto los funcionarios como la gente popular, terminaron llamándolo así. Y,
obviamente, no era un insulto sino un reconocimiento y él lo recibía de ese
modo.
Es el
bonapartismo, que es el modo como el estudioso de nuestra política, Juan Carlos
Rey, caracteriza al régimen chavista [2]. Por eso todo lo que planteó fueron
misiones, campañas, batallas. Como el enemigo principal era interno, aunque las
ganara todas, siempre perdían venezolanos, en definitiva, siempre perdía
Venezuela. Ésta es la tragedia, que él no tuvo en cuenta, porque en una guerra
lo imperativo para el que la vive como contendiente es vencer. Pero gobernar no
es hacer la guerra ya que el gobernante es mandatario de todos los venezolanos,
es decir su representante, que por eso tiene que responder ante ellos, incluso
administrativa y penalmente, no el que está sobre ellos mandando no
deliberantemente.
Hay
que señalar, y es importante hacerlo en esta coyuntura, que esta ideología
militarista no viene determinada por ser militar de carrera ya que durante toda
la democracia y aun antes ha habido militares que han distinguido el modo de
relaciones característico de las Fuerzas Armadas del de la sociedad civil,
donde está ubicada la política y en concreto la estructura democrática. También
se puede señalar el caso de políticos que se relacionan dentro de su
organización de modo caudillista, dificultando o impidiendo la verdadera
democracia, aunque subsistan las formas[3].
Decíamos
que Chávez fue obrando cautelosamente hasta lograr el control de la opinión.
Ese control lo obtuvo por hegemonía, pero no en el sentido democrático sino al
modo del líder carismático. Hegemonía significa, en el sentido original
aristotélico, que los dirigidos perciban que sus intereses están representados
en el interés del que gobierna porque en definitiva es parte de ellos[4].
Además
el modo como hace ver esta coincidencia de fondo y que legitima la
representación es el diálogo: la propuesta limpia de lo que propone y actúa, y
el examen por parte de los representados y la discusión abierta y franca,
orientados todos por la honradez con la realidad. Ésa es la hegemonía
democrática.
En
cambio el líder carismático, según la concepción clásica de Max Weber[5], encanta a las masas de tal manera que en
su entusiasmo siguen al líder, abandonándose a él. Así, inconscientemente para
ambos[6], el líder se los traga, de manera que él
es la patria y que todos son él. Así fue el liderazgo de Chávez. Por eso pudo
decir y dijo que él era la patria y por eso cundió el slogan “yo soy Chávez”,
“todos somos Chávez”. Realmente tuvo una capacidad de encantamiento de
dimensiones desconocidas en nuestro país y que apenas tendrá paralelos en la
historia republicana de Nuestra América[7].
La
segunda fuente del totalitarismo fue la adopción del modelo revolucionario
cubano. Puede discutirse si ya estaba en su mente desde el comienzo, por sus
encuentros sistemáticos con la parte más ortodoxa del Partido Comunista, con la
que se reunía sistemáticamente durante la década que duró la conspiración, que
incluyó dos intentos de golpe de Estado y que acabaría llevándolo al poder
electoralmente, o si fue arrastrado a ese modelo tras el paro patronal, el
golpe de Estado y la huelga petrolera. De todos modos, hay que reconocer la
responsabilidad de los dueños de los principales medios de comunicación y de
los grandes empresarios, obviamente que no todos, en ese corrimiento de la
política de Chávez. Aunque en definitiva la última responsabilidad la tuvo él.
Lo
cierto es que él llegó a creerse el hijo, el sucesor, de Fidel, en el sentido
preciso del que ocuparía su lugar en América Latina[8]. Y también lo es que Fidel alentó esa
percepción con la finalidad o al menos con el resultado del apoyo masivo del
gobierno chavista al gobierno cubano y de la cubanización del gobierno
venezolano.
Toda
revolución, al pretender que todo lo anterior había sido negativo y que con
ella comienza la positividad política[9], es totalitaria. Y esa percepción
negativa de nuestra historia, incluida la democracia, la inculcó Chávez
sistemáticamente. En efecto, ese corte con la historia y ese nuevo comienzo,
que distorsiona completamente la realidad y en concreto que distorsionó nuestra
historia republicana, sobre todo, la de la democracia[10], trae como consecuencia que los
revolucionarios son el verdadero sujeto político y que los demás ciudadanos son
o adherentes que tienen que ser moldeados por la revolución para que se
conviertan en sujetos de ella y por tanto, según su percepción, en personas
positivas, o personas neutras que tienen que ser reeducadas por el Estado
porque ellas son incapaces de ver lo que les conviene y de ponerlo en práctica,
o enemigos porque por su obcecación o por defender sus intereses, que en el
fondo para ellos es lo mismo, se oponen a la revolución.
Esta
manera de entender la historia y la política trae como consecuencia que, bajo
cualquier fachada política, el Estado no sea democrático. Ante todo, porque no
es responsable: si con él empieza todo, no tiene sentido la rendición de
cuentas[11]. Si, como en el caso venezolano a causa
de la hegemonía carismática del líder, eso se puede llevar a cabo con
elecciones y parlamento, mejor. Pero lo fundamental no es la forma sino la
conducción revolucionaria, que no es deliberativa. Por eso no es democrático.
Las deliberaciones quedan, en el mejor de los casos, para el comité central del
partido, aunque, si hay carisma, como es el caso venezolano, el jefe lo
resuelve todo[12]. Por eso Chávez tuvo claro que tenía que
copar el parlamento para asegurarse el control de todos los poderes. Y eso fue
lo que hizo. Una vez logrado, todo se hacía con fachada democrática, pero el
parlamento no era ningún foro de discusión abierta sino el modo de bajar la
línea del jefe y de elegir los cargos para los demás organismos del Estado, no
a personas aptas, moralmente solventes e independientes, según el mandato
constitucional, sino peones del jefe[13].
El
momento en que se evidenció que las elecciones eran pura fachada y
absolutamente nada más, fue cuando Chávez propuso el referéndum para la reforma
de la Constitución en el sentido de Cuba. Chávez perdió el referéndum (2007).
Pero, como no era demócrata, implementó, mediante decretos presidenciales, todo
lo que le había sido negado en el plebiscito. Con esto quedaba probado que su
contacto con el pueblo era sólo para convencerlo: para bajar la línea, según la
jerga marxista. Se probó que no era una interlocución abierta en la que él
pudiera rectificar obedeciendo su parecer. Él, como comandante en jefe y como
líder de la revolución, tenía la primera y la última palabra. Al pueblo le
correspondía entrar por su camino. No había más camino. Totalitarismo puro y
duro.
TOTALITARISMO: IMPONER UN MODELO TOTAL
Así
pues, lo fundamental del totalitarismo es imponer un modelo no sólo político
sino económico e ideológico, un modelo total que moldee a las personas y a las
instituciones y a toda la fisonomía del país. “El totalitarismo es un sistema
en el cual el liderazgo centralizado de un movimiento de élite esgrime
sin limitación los instrumentos tecnológicamente avanzados del poder político,
con el fin de promover una revolución social de carácter total, incluido el
condicionamiento del hombre, sobre la base de ciertos supuestos ideológicos
arbitrarios proclamados por el liderazgo, en una atmósfera de unanimidad
impuesta a toda la población”[14]. Descriptivamente Friedrich propone los
siguientes elementos: “una ideología oficial, un partido único de masas, un
monopolio casi total y condicionado tecnológicamente de todos los medios de
combate armado eficaz y de comunicación masiva eficaz, y un sistema de control
policial terrorista”[15]. Un programa característico de un
régimen totalitario que cumplió Chávez a cabalidad es el que pone Juan Carlos
Rey, citando a Neuman: “además contar con el monopolio de la coerción y con el
respaldo popular, como ocurre en el bonapartista, necesita además “controlar
la educación, los medios de comunicación y las instituciones económicas y
engranar así el conjunto de la sociedad y de la vida privada del ciudadano con
el sistema de dominación política” (Neumann [1968]: 221)” (oc).
Para
Aron, lo fundamental es también el partido único con los mismos propósitos que
los anteriores: “el monopolio de la política reservada a un partido, la
voluntad de imprimir la marca de la ideología oficial en el conjunto de la
colectividad, y, en fin, el esfuerzo por renovar radicalmente la sociedad que
tiene como culminación la unidad y fusión definitiva de la sociedad y el
Estado”[16]. Es claro que hacia eso nos quiso llevar
Chávez. Pero, como hemos indicado, la diferencia es que él personalmente
comandaba a las Fuerzas Armadas, él era el poder y no ellas, como cuerpo, ni la
policía; ni tampoco el partido[17], que no era más que correa de trasmisión
de sus dictados. Esta soledad del hombre fuerte al frente de todo es para
Arendt la marca de los totalitarismos. Chávez podía exclamar como Hitler: “El
destino del Reich depende solamente de mí”[18]. Madueño cita una expresión muy
significativa de Chávez: “Ustedes guiarán el gobierno que no será el gobierno
de Chávez, porque Chávez es el pueblo. Será el gobierno del pueblo” (En Ramos,
oc 60). Así lo dice también Guerrero: “de esta realidad móvil, no simple, lo
que ha resultado es una concentración y centralización del ejercicio del poder
real y del poder simbólico en una sola persona. Al Presidente Chávez le ha
tocado ese rol, por ser la personalidad relevante en el proceso desde 1992”[19].
Para
Arendt la aquiescencia de las masas es absolutamente imprescindible para que
haya totalitarismo porque no es cierto que el régimen se sostiene sólo por el
copamiento de todos los poderes y por tanto por la imposibilidad física de
arbitrar una alternativa. Estamos de acuerdo con esta apreciación; pero no en
la caracterización de esta masa como el populacho carente de toda calidad[20]. Creemos que esta dejación de la propia
responsabilidad y esa ebriedad del poder, al seguirlo como un solo hombre
siguiendo al líder, acontece en personas de cualquier clase social. Estamos de
acuerdo en que cuando se da, el hecho “demuestra que la transformación de las
clases en masas y la concomitante eliminación de cualquier solidaridad de grupo
eran la condición sine qua non de toda dominación total”[21]. En el caso de nuestro país, al comienzo
la conducción de Chávez no creo que masificó sino que por el contrario,
politizó, en el sentido preciso de llegar el pueblo a tomar entre manos las
cuestiones del país y en concreto la gestión del Estado, deliberando sobre ella
y evaluándola. Después de la crisis del 2002 y a medida que se afianzaban las
misiones, la conducción se fue tornando más ideologizada y más monolítica hasta
llegar a la implementación del referendum que perdió, con lo que se puso al
descubierto que su política sobre el país no era democrática y que su tiranía
iba en la dirección totalitaria.
Una
característica del conductor totalitario que pone de relieve Arendt ha seguido
impertérrita en el régimen chavista hasta hoy: “La calificación principal de un
líder de masas ha llegado a ser una interminable infalibilidad; jamás puede
reconocer un error”[22]. En el chavismo el problema viene
siempre de la guerra del imperialismo y el fascismo y de los vendepatrias
criollos; nunca proviene de ellos.
En el
totalitarismo, la Constitución y las leyes tienen dos fases distintas: en la
primera parece arribarse a una nueva legalidad, pero poco a poco se echa de ver
que las leyes no son importantes. En la Alemania nazi se respetó la
constitución de Weimar y en Rusia se hizo una nueva constitución, como en
nuestro país, donde se dio un proceso constituyente realmente participativo y
muy cualificado, aunque en último término todo lo rehízo Chávez a su regreso de
China; pero de hecho lo que funcionó fueron los dictados del Jefe. La
constitución, dice Arendt, “fue completamente marginada, pero jamás abolida”[23].
Hay
otro paralelismo de la Alemania nazi, con nuestra situación: la duplicación de
organismos, en nuestro caso cuando el puesto está en manos de un opositor[24]. Y otra mayor: el que la administración
fuera líquida, para usar el término de Baum: en nuestro caso los ministros y
otros funcionarios relevantes están constantemente rotando y apenas duran en su
cargo, por lo que no pueden hacerse cargo y encaminar solventemente su
ministerio. De este modo no se llega a un nuevo establecimiento sino que se
mantiene el “movimiento”[25].
A este
“movimiento” contribuye también el arte de la mentira, tanto para mantener a
los simpatizantes y aquietar a la opinión pública internacional, como para
asegurar la supremacía en el uso del poder[26]. Arendt habla de “una permanente y
consecuente discrepancia entre las palabras tranquilizadoras y la realidad de
la dominación, desarrollando conscientemente un método de hacer siempre lo
opuesto de lo que dicen”[27].
Al
movimiento perteneció, como una dimensión constitutiva, la lucha mundial contra
el imperialismo y la expansión del movimiento a toda la América Latina. Chávez
nunca estuvo confinado a Venezuela[28].
Las
formas democráticas (separación formal de poderes, algún canal de opinión
libre, algún tipo de protesta) pueden mantenerse en tanto sean buenas
conductoras de ese modelo (como en los totalitarismos mesiánicos) o en tanto se
las pueda obligar a servirlo en último término, ya que es más factible mantener
esa dirección, en definitiva, ese modelo, de manera que haya varios canales que
si el canal es único. Ya que en este último caso se evidencia más su carácter
totalitario y provoca más resistencias. Por eso en general los totalitarismos
han conservado las formas democráticas, es decir los distintos organismos de
gobierno (poder ejecutivo, legislativo y judicial), pero carentes totalmente de
independencia.
Para
que se comprenda mejor lo que decimos, tomemos otro caso de totalitarismo: el
de la dirección dominante de esta figura histórica globalizada[29]. Esta dirección es comandada por las
corporaciones globalizadas y, en el fondo, el capital financiero. Es una
dirección totalitaria porque todo lo enfocan a su modelo y a su propuesta, que
no es mera propuesta sino imposición no deliberativa y con todas las
consecuencias, incluidas las vidas humanas sacrificadas masivamente. Y se
sirven de todas las instituciones para logarlo, mediatizándolas y por tanto
vaciando la democracia. Lo fundamental para ellos es que rija sin contrapeso el
esquema de la seducción de las mercancías y la imposición del sistema
mercantil, que tendencialmente se equipara al mundo ya que se extiende
progresivamente a todo: todo se oferta, no sólo cosas sino el éxito, la salud,
los amigos, la paz, hasta Dios y el amor y la posibilidad de orbitar la tierra
y la posibilidad de supervivencia cuando se vea cómo revertir la muerte. Pero
el mercado no es libre: es oligopólico. Ahora bien, cada vez más la primacía no
la tienen las corporaciones globalizadas, digamos los fabricantes, sino los grandes
financistas y ellos en definitiva dominan por el miedo que causa la amenaza de
no invertir o de que baje estrepitosamente la bolsa y todo se hunda. Ante esta
amenaza de que “los mercados han perdido la confianza” (en realidad los grandes
inversores, muy pocos, en definitiva), los políticos ceden a todas sus
exigencias: bajan los impuestos directos y desregulan el mercado de trabajo y
acaban con los restos de la seguridad social. Estamos, pues, ante un sistema
totalitario, más aún, fetichista, ya que vive de víctimas: millones de
víctimas, y no para instaurarse sino permanentemente[30]. Es inflexible en lo que tiene que ver
con el modelo; pero extraordinariamente versátil en todo lo demás, para que no
se polarice la opinión en torno a lo férreo de su imposición y las
consecuencias, no sólo deshumanizadoras sino atentatorias contra la vida.
Ahora
bien, respeto de este último punto tenemos que confesar que la postura personal
de Chávez chocaba frontalmente contra el atentado directo contra vidas humanas,
característica masiva de los totalitarismos históricos, como el de Stalin y el
de Hitler[31]. La razón es que él empezó a insurgir
contra el régimen a la vista del caracazo. El que el ejército fuera usado en
gran escala para reprimir a la población a sangre y fuego lo llevó a la
determinación de planear otro orden de cosas en que eso no volviera a suceder.
Sus sucesores se han visto implicados en casos de asesinatos, sobre todo por
parte de colectivos y, más todavía, de las OLP, y, sobre todo, de detenciones
sin juicio ni crimen en condiciones inhumanas y atentatorias contra la salud
mental y la vida. Aunque lo que logró el terror en los regímenes totalitarios
lo está logrando en éste de Venezuela, el hambre y la falta de medicinas, la
falta de trabajo productivo y de dinero y la inseguridad impune, ya que somos
el país más violento del mundo.
LA INCAPACIDAD MINÓ EL PROYECTO
ALTERNATIVO
En
nuestro caso venezolano quiero asumir la advertencia de Hannah Arendt en el
prólogo a la tercera parte, de la tercera edición de su obra Los
orígenes del totalitarismo, que tiene por título Totalitarismo[32]: “Lo que
en nuestro contexto resulta decisivo es que el Gobierno totalitario resulta
diferente de las dictaduras y tiranías; la capacidad de advertir esta
diferencia no es en manera alguna una cuestión académica que pueda abandonarse
confiadamente a los ‘teóricos’, porque la dominación total es la única forma de
gobierno con la que no es posible la coexistencia. Por ello tenemos todas las
razones posibles para emplear escasa y prudentemente la palabra
‘totalitarismo’”[33].
Desde
esta sana advertencia tenemos que reconocer que, aunque la pretensión de Chávez
era totalitaria, no llegó a serlo de hecho. Mientras se mantuvo la bonanza
petrolera y el carisma del líder, la propuesta totalitaria fue ganando terreno
a la medida de su capacidad para configurar lo que decretaban. El problema fue
que esa capacidad brilló por su ausencia[34]. En los primeros lustros de su
existencia, la revolución cubana pudo alardear de sus éxitos en salud,
educación, seguridad y atletismo y con ello contrapesaban las acusaciones que
les hacían de encuadrar tan férreamente a la población. Sin embargo, la revolución
de Venezuela no conoce más éxito que el de la propaganda y el de la capacidad
de destruir el aparato productivo, la institucionalidad y la cohesión social[35]. El primero, pura imagen que enmascaraba
la realidad, y el segundo, un éxito miserable ya que el contenido es destruir,
no construir. Aunque también subraya Arendt respecto de la URSS que “el
resultado de la deskulakización, la colectivización y la Gran Purga no fue ni
el progreso ni la industrialización rápida, sino el hambre, las caóticas
condiciones en la producción de alimentos y la despoblación (…) los métodos de
dominación de Stalin lograron destruir toda medida y capacidad técnica que el
país hubiese adquirido”[36].
Esa
incapacidad ha sido tan notoria, que lo único que han sabido hacer es ocupar espacios,
no desarrollar procesos productivos y humanizadores[37]. Pero espacios vacíos, sin vida, sin
convivencia, sin producción. El caso más significativo son las manifestaciones.
Me he cruzado cientos de veces con los funcionarios que van a la marcha porque
les toman lista, obligados, y por eso van sin hablar, sin mirarse, sin marchar,
sin ningún entusiasmo, sin ninguna causa. Sólo van, y en cuanto pueden se van.
Se ocupa la calle, pero no sucede nada. Una vez sentí tanta pena ajena que
estuve por meterme en el exiguo grupo que en Miraflores estaba debajo de la
tarima del Presidente Maduro, que hablaba. Era notorio que no escuchaban. La
mitad de la plaza de Miraflores, hacia la salida, estaba ya medio libre por los
que se iban yendo, en la Urdaneta la gente se iba hacia la Baralt o la Sucre o
conversaban o algún grupo bailaba. Entre tanto el Presidente seguía hablando en
la avenida a través de unas pantallas gigantes y no lo escuchaba nadie. Es el
símbolo de todo lo del gobierno: ocupan todo el espacio, impiden que otros lo
ocupen; pero no pasa nada, no hacen nada, no hay ninguna alternativa; ni
siquiera indoctrinación.
El
resultado de esta ocupación, no sólo de espacios físicos sino, sobre todo, de
todos los poderes, no sólo los pautados por la constitución sino fuerzas de
choque fascistas[38], es el desánimo de la gente, que se
puede confundir con pasividad, pero que es impotencia. Dice Arendt respecto de
la URSS: “Un interesante informe de la OGPU, que data de 1931, subraya esta
nueva ‘completa pasividad’, esa horrible apatía que produjo el indiscriminado
terror contra personas inocentes”[39]. Insistimos en que en nuestro caso no es
apatía sino impotencia, aunque también perplejidad, por lo que resulta decisivo
ayudar a los conciudadanos a que tomen conciencia clara y distinta de lo que
pasa y de las verdaderas alternativas y no menos del camino hacia ellas, que
pasa por la no resignación, aunque también por no meterse en la misma vía del
gobierno de actuar por la fuerza sino ir agrupándose a diversos niveles para
tomar la vida en sus manos.
EN LA DICTADURA NO HAY PROYECTO, SÓLO
PODER PARA DOMINAR Y ENRIQUECERSE
Pero
como el vacío no se sostiene, el espacio se va ocupando, no ya en nada
alternativo sino en pescar cada quien en esas aguas revueltas, es decir en la
discrecionalidad, opacidad e impunidad absolutas. En primer lugar queremos
insistir que la diferencia entre la dictadura y el totalitarismo consiste en
que aquélla trata de congelar lo existente para mantenerse en el poder,
mientras que éste trata de subvertirlo todo: “A diferencia de la mayoría de las
dictaduras antiguas y actuales, los movimientos totalitarios que detentan el
poder no pretenden congelar a la sociedad en el status quo; por el contrario,
su objetivo es institucionalizar una revolución en la cual la amplitud y a
menudo la intensidad crecen a medida que el régimen se estabiliza en el poder”.
“El objetivo de las dictaduras es impedir que la historia marche a la par de
los tiempos”[40]. Es claro que Chávez se propuso
cambiarlo todo y reconfigurar a las personas de tal modo que se llegara a
instaurar una nueva Venezuela: “la patria bonita”. Estas consignas son
cascarones vacíos. No sólo no han construido nada nuevo sino que han llevado a
los venezolanos a un grado de postración inédito en la Venezuela moderna: no
hay alimentos ni medicinas ni dinero ni seguridad ni cohesión social ni
esperanza.
Como
no ha funcionado ningún proyecto, lo que se propone sirve únicamente para
repartirse el presupuesto. Se dice no al comercio; las alternativas, desde las
distintas cadenas de distribución, todas bolivarianas, hasta los Claps sirven
para lucrarse los encargados, para dar a los suyos y para someter a los demás.
Las horas perdidas en las colas son incalculables; pero como para una mayoría
creciente no hay nada más que hacer, se les obliga a mendigar al gobierno. No
hay pasaportes. Por tanto, se lo damos por quinientos dólares. Así pasa con
cada vez más cosas. La Guardia Nacional se ocupa de requisar a los que circulan
con algo o de cobrar a los agricultores para que no les roben la cosecha. Todo
esto es tristísimo, pero lo que ya parece demencial es entregar cada día más
parcelas del territorio nacional a bandas, que ocupan el territorio, desplazando
al Estado o en complicidad con él, e imponen su ley, cobrando un impuesto
mensual a vecinos, a los que no les alcanza para comer. La incapacidad del
gobierno lleva a que todo se haya anarquizado y en primer lugar el propio
Estado, en cuyas dependencias cada vez funcionan más las cosas por los caminos
verdes, es decir pagando al funcionario, y con cuenta gotas. Las cárceles son
el espejo de esta inversión total: los que mandan son los presos, obviamente
que los más peligrosos, se organizan como bandas, que son la autoridad efectiva
y cobran por imponer su orden y desde ellas, con una seguridad absoluta,
realizan todo tipo de extorsiones. Y todo, con la anuencia de las autoridades
centrales, que increíblemente exhiben internacionalmente este infierno como un tremendo
logro, y la complicidad de los funcionarios. Este estado de cosas lo plasma
Sanz con estos términos: “La desideologización y despolitización del proceso
global de organización de la población, que ha dado origen a prácticas
chantajistas y aberrantes, profundamente deformadoras de la participación
política del pueblo. A esto debe agregarse una tendencia a la desmoralización
ante el fracaso recurrente de organizaciones que nacen y desaparecen sin
explicación de ningún tipo, casi como un proceso natural que nadie controla,
explica o evalúa”[41].
Así
pues, ya se ha abandonado cualquier proyecto alternativo. De la revolución no
existe ni la sombra. Pero subiste el copamiento del espacio por parte del
“proceso” para lucrarse, es decir, mafiosamente. Si no hay ya ninguna
pretensión alternativa, no hay totalitarismo. Pero si la anarquización está
copada por el gobierno, que se lucra de ella e impide cualquier vía
alternativa, y sobre todo que funcionen los mecanismos institucionales, que son
los canales de la democracia, ante todo las elecciones, pero también la
Asamblea Nacional, es que estamos en una dictadura.
Podemos
calificarla así porque, aunque a nivel formal existen las instituciones, pero
están copadas por el gobierno y las que no controla, las neutraliza por
argucias, en contra de la Constitución. Lo típico de la dictadura es ponerlo
todo en función, no de un proyecto comprehensivo, como el totalitarismo, sino
del poder, del poder desnudo con el que dominan y se enriquecen. Como controla
el espacio, no hay manifestaciones. Como la gente está hambrienta y enferma y
amenazada siempre por la inseguridad impune ¿cómo se va a oponer al gobierno?
Por eso la inmensa mayoría de la gente está en contra de él; pero él sigue
controlando todos los espacios y desplaza sin contemplaciones a quien pretende
ocuparlos. Es una dictadura.
En lo
que esta dictadura es una vulgar dictadura decimonónica, algo, pues, muy
inferior, muchísimo peor, a las que hemos tenido en el siglo XX, es en que
éstas tenían una pretensión de echar adelante al país, al menos a nivel económico
y con predominio indiscutido de los propietarios. Por eso ponían orden,
controlaban drásticamente el crimen, con lo que se podía invertir con
seguridad. Ésta se basa, por el contrario, en que la inmensa mayoría está
contra el suelo y es exprimida sin piedad por los funcionarios y los aliados
del gobierno. Su fortaleza se basa en que han debilitado hasta el extremo a la
mayoría de los ciudadanos. Una dictadura miserable, abyecta, inhumana. En este
sentido, peor que las del siglo XIX, que ya es decir.
Queremos
recordar, porque nos falla la memora histórica, que en todas las dictaduras,
menos en la de Castro León y la de Páez, han persistido las formas
democráticas. Por eso ninguna se ha considerado dictadura. Pero nadie se ha
engañado y sí las consideramos como tales. En todos los libros de historia se
habla, por ejemplo, de la dictadura de Gómez. Y, sin embargo, había parlamento
y elecciones y poder judicial. Así pues, el gobierno no puede esgrimir que
existen esos poderes para decir que estamos en una democracia. Esos poderes
están secuestrados y no creemos que se vayan a permitir unas elecciones limpias
con la concurrencia de candidatos realmente de oposición, no capciosamente
inhabilitados.
¿QUÉ PODEMOS HACER?
Ante
ese estado ¿qué podemos hacer? Ante todo no plegarnos a esta anarquía, ante
esta propensión a aprovecharnos de la situación, ante el mecanismo excluyente.
Tenemos que conservar nuestra propia humanidad. Para nosotros no tiene que
valer todo. No podemos aceptar entrar en esa guerra sin cuartel para acabar con
el enemigo. No podemos vernos como el enemigo, como nos ve el gobierno. Tenemos
que conservar, a costa de lo que sea, nuestra dignidad y tratar a todos con
dignidad, hagan ellos lo que hagan.
Frente
al “con la revolución todo y sin la revolución nada”, tenemos que colocar la
polifonía de la vida, no reductible a esos esquemas simplistas. Tenemos que
valorar cada nivel de la realidad y cultivarlo. Tenemos que seguir cultivando
la convivialidad y tenemos que convidar a ella a todos, sin etiquetas. Tenemos
que seguir cualificándonos y trabajar por hacer las cosas bien; tenemos que
trabajar no sólo como medio de vida sino, más todavía, como modo de vida: de
habitarnos a nosotros mismos, de poner a funcionar nuestras cualidades y de
ayudar a los demás y prestar un servicio a la sociedad. En la familia tenemos
que suplir con cariño lo que falta de pan. Y tenemos que hacer del grupo de
trabajo una comunidad de solidaridad. Todo esto lo podemos hacer, a pesar del
mal ambiente. Y gracias a Dios, no pocos lo hacen.
Aunque
nos resulte muy cuesta arriba, tenemos que hacer verdad que “no sólo de pan
vive el hombre”, aunque todos sintamos en esta hora que el pan es muy necesario
porque tenemos hambre. Tenemos que probarnos a nosotros mismos que se pueden
hacer muchas cosas sin dinero, o con poco, es decir que se pueden hacer más
allá del mercado. Todo esto tiene que configurar una vida alternativa.
Si
esto no se da, si no empleamos energías sustanciales en esta reconfiguración
del sujeto y de la cotidianidad, no habrá ninguna posibilidad de una solución
alternativa. Hay que decir que, gracias a Dios, esta subjetualidad y esta
cotidianidad no se ha destruido del todo. Ni mucho menos. Impacta mucho a
quienes nos visitan observar manifestaciones como las que hemos expresado. Son
nuestro capital humano y tenemos que consolidarlo[42].
Pero
no basta. Sobre esta base tenemos que volver a ocuparnos de las comunidades de
base, de las de referencia y de las de solidaridad. Las primeras son las más
difíciles porque, como dijimos, el chavismo tiene copado el terreno. Pero ya es
hora de intentarlo, porque cada vez es más patente que están secuestradas y en
gran medida rutinizadas, es decir que no existen como verdaderas comunidades. Y
además mucha gente está muy quemada. Las que todavía existen van viendo que lo
del gobierno es ya sólo rapiña, que en la realidad no hay ninguna propuesta
alternativa, ningún plan verdadero, que casi no queda ya ni la fachada. Y que
ellas no pueden seguir asociadas a ese megalatrocinio en que ha venido a parar
una propuesta en la que creyeron y que los movilizó.
No se
puede entrar con propuestas específicamente políticas porque eso es lo que está
gastado y es muy pronto para intentar un recambio. Hay que entrar por la vida
para salvaguardarla, tanto la vida física como su integridad humana y la
convivencia destruida. Eso es lo que hay que rehacer. Desde lo que está a su
alcance hasta soluciones más estructurales, haciendo ver que lo que propone el
gobierno es en cada caso una versión más infeliz de lo que nunca ha funcionado.
Y que sólo sirve para corromperlos.
Esto
mismo hay que intentarlo en grupos de referencia y solidaridad a nivel de clase
media. El objetivo es recrear la vida, tan disminuida, amenazada y escarnecida.
Desde
ahí es que hay que formar el ambiente para que todos nos aboquemos a que haya
alimentos y poder adquisitivo para adquirirlos y producción en el país con alta
productividad, porque en cualquier otro caso nunca alcanzarán las divisas. Nos
tenemos que poner de acuerdo para que eso se dé. Esto mismo respecto de las
medicinas. Y respecto de la seguridad. Todo esto es tan decisivo que todo lo
demás tiene que ser aparcado hasta después que se resuelva esto. En primer
lugar tiene que ser aparcada la política partidista. Si no entienden esto los
partidos políticos, carecen de legitimidad, porque por su ceguera forman parte
del problema y no de la solución. La política es legítima, pero ésta no es su
hora. Ésta es la hora de lo que solemos llamar política con mayúsculas. En
concreto, abocarnos todos a resolver estructuralmente, no mediante operativos
que lo que hacen es correr la arruga, esos tres grandes problemas.
Para
eso es necesario lograr un acuerdo nacional. Es importante insistir a los
chavistas que el país los necesita y que para eso tienen que deslindarse de los
ladrones ideologizados e ineficientes que están en el poder. En caso contrario,
al uncir su destino al de ellos, caerán con el gobierno.
También
es importante insistir públicamente a los militares que no se han corrompido ni
ideologizado, que tienen que velar porque se respete la Constitución. Que eso
no es un golpe de Estado, que el golpe de Estado lo viene dando
sistemáticamente el gobierno. Es únicamente obligar al gobierno a que cumpla la
constitución.
Los
partidos tienen que atenerse a acompañar y, si es posible, liderar a la
ciudadanía a lograr esos tres objetivos interconectados y a lograrlos, repetimos,
estructuralmente, no mediante operativos que no resuelven nada. Cuando eso se
logre, volverá la política partidista. Antes no tiene lugar. Ahora bien, los
partidos tienen que tener muy claro que su legitimidad futura dependerá de su
desempeño en este objetivo irreemplazable.
[1] Para el
discernimiento histórico de la situación venezolana desde la perspectiva
cristiana, ver Trigo, ¿Cómo vivimos los venezolanos nuestra situación?
Aportes para la acción social desde una perspectiva cristiana. Caracas:
Centro Gumilla 2015. Un análisis de un historiador desde la perspectiva
política, Urbaneja, La política venezolana desde 1958 hasta nuestros
días. Temas de Formación Sociopolítica. Fundación Centro Gumilla/
Universidad Católica Andrés bello, Caracas 2015,110-163
[2] “5. El caudillismo
carismático bonapartista como refuerzo del militarismo” En Militarismo
y Caudillismo: Pilares del Régimen y de la República Bolivariana (publicado
en la Revista Electrónica Investigación y Asesoría Jurídica, de
la Asamblea Nacional de la República de Venezuela, publica en su 7ª edición,
correspondiente a Enero de 2017: http://www.estudiosconstitucionales.com/REDIAJ/25-85.pdf).
También Gurrero se hace eco de esta apreciación y concede que tiene visos de
realidad, pero piensa que puede ser sólo una fase del proceso y señala cinco
elementos de los que depende su superación o consolidación; el autor sí ve
peligro (12 Dilemas de la Revolución Bolivariana. El perro y la rana.
Caracas 2010,311-330)
[3] De eso se acusó a
los fundadores de los partidos de la democracia, sobre todo a Rafael Caldera y
Jóvito Villalba, aunque no tanto a Rómulo Betancourt, que sí dio paso a la
siguiente generación
[4] Aristóteles,
después de establecer que “gobernar a hombres libres es más noble y se aviene
mejor con la virtud que gobernar despóticamente”, insiste que no tiene sentido
que un pueblo vaya a la guerra para dominar despóticamente sobre otros: “El fin
adecuado de las prácticas de entrenamiento militar no es que los hombres puedan
esclavizar a los que no merecen la esclavitud, sino, en primer lugar, que ellos
mismos puedan evitar ser esclavizados por otros; y luego para que puedan lograr
una hegemonía en beneficio del pueblo sometido, pero no en orden a conseguir el
dominio despótico de todo el mundo; y en tercer lugar para ejercer un domino
despótico sólo sobre aquellos que merezcan ser esclavos” (Política, libro IX,
cap, 14. Obras. Aguilar, Madrid 1982,963)
[6] La manera como
creemos que entendió Chávez su hegemonía es la que describe Aristóteles a
propósito del rey. Es obvio que en la realidad no fue así, pero nuestra
hipótesis es que él pretendió únicamente servir a sus súbditos y pretendió
también que conocía su bien mejor que ellos: “El tirano no mira más que a su
interés personal, mientras que el rey mira al de sus súbditos. El rey es, por
definición, un ser completamente independiente y que excede a los demás hombres
en toda clase de bienes. Un hombre así dotado no tiene necesidad de nada más;
no podrá, pues, interesarse por lo que personalmente pueda serle útil, sino
solamente por lo que pueda servir a sus súbditos. Sin esto no sería más que un
rey designado por suerte. La tiranía es algo completamente distinto; el tirano
no busca más que su propio bien. Está, pues, fuera de duda que la tiranía es la
peor de las formas de gobierno” (Ética a Nicómaco, VIII,10).
[7] Ramos analiza en
el contexto latinoamericano el liderazgo popular mesiánico de Chávez (La
transición venezolana. Centro de Investigaciones de Política Comparada.
Mérida 2002,20-30). Dice Guerrero, desde dentro del chavismo, “casi el único
comunicador nacional creíble es Chávez en persona. Este hecho habla bien de
Chávez, pero resulta un desastre político”. Cita la afirmación de Sader: “el
único intelectual político de Venezuela es Chávez” y comenta: “Es una
exageración, sin duda, pero sirve para aproximarse a nuestra realidad” (Oc
,281). Ver en el mismo libro el artículo de Madueño, El populismo
quiliástico en Venezuela, 47-76
[8] Así lo dice
fervorosamente él mismo (Elizalde/Báez, Chávez nuestro, Casa
Editora Abril, La Habana, sin fecha, 365-3669)
[9] Para Ramos la
figura de Chávez como “presidente personal”, se presenta desde el
comienzo como “un nuevo poder que es asumido en el imaginario colectivo bajo
las características de un poder innovador, popular mesiánico y
revolucionario. De aquí que el mismo se presente primero, como liderazgo
desarticulador del pasado político y articulador de un ‘nuevo comienzo’. Luego,
como liderazgo popular mesiánico se encarna en el carisma de su titular, en la
medida en que éste dice expresar -y encuentra un público cautivo que lo
considera poseedor de ‘dotes excepcionales’- la soberanía del pueblo que sigue
a su jefe, particularmente bajo la forma de séquito weberiano. Y, en fin, como
liderazgo revolucionario, el mismo se presenta como el legítimo regime
builder, que se pone a la cabeza de una proclamada ‘nueva’ república
obedeciendo así a las aspiraciones políticas y sociales de cambio” (oc, 16-17).
El rechazo del pasado y el nuevo comienzo lo desarrolla en las páginas17 a 20
[10] Para un balance de
la democracia ver: Trigo, Cincuenta años de democracia: balance.
ITER Humanitas 9 (2008)61-81
[12] También Arendt,
refiriéndose al régimen de la Rusia de Stalin señala “que su estructura
grotescamente amorfa era conservada unida por el mismo principio del führer -el
llamado ‘culto de la personalidad’” (Los orígenes del totalitarismo.
Taurus, Madrid 1974,36)
[13] Es interesante
para hacernos cargo de la coyuntura en la que nos encontramos que, por primera
vez, una funcionaria de alto rango, elegida a dedo por el jefe, se ha atrevido
a discrepar pública y frontalmente de él. En efecto, Luisa Ortega, Fiscal
General, acaba de declarar que la sentencia de la Sala Constitucional que
otorga al Presidente todos los poderes para subsanar el vacío de poder por la
ausencia del poder de la Asamblea por desacato a la Corte, rompe el hilo
constitucional
[14] Brzezinski, Ideología
y poder en la política soviética. Paidós, Buenos Aires 1967,37.
Belda, Modelo de sociedad. En Vidal, Conceptos
fundamentales de ética teológica. Trotta 1992,685-687
[17] Juan Carlos Rey
subraya esta ausencia del partido como aparato disciplinado y eficaz: “En el
caso de Venezuela, el rasgo más importante que ha faltado ha sido la existencia
de un partido de masas totalitario, con una adecuada ideología, y la estructura
y organización propia de una partido de masas, pues es evidente que el MVR fue
un partido típicamente electoral y personalista, sin una ideología ni una
estructura adecuadas[17]. El nuevo PSUV, de acuerdo a los planes de Chávez,
pretendería a responder a esa necesidad, pero no está clara cuál sería su
ideología y su organización, y si en definitiva respondería al modelo de un
partido del tipo totalitario” (oc).
[26] La última fue
antier, domingo, 2 de abril: “Como cualquier país, Venezuela tiene sus
problemas y los resuelve en paz y constitucionalmente (…). Tenemos poderes
públicos autónomos e independientes que no responden a los intereses del
imperio. La única manera de solucionar los problemas del país es de forma
soberana” (Ultimas Noticias, lunes 3 de abril, pg. 8)
[28] Para Urbaneja ésta
es “la razón de la revolución” (0c 117-118). Para Arendt es un aspecto
infaltable en los totalitarismos: oc 503-504. Como confirmación de la
pertinencia de la lucha antiimperialista y de sus efectos, ver Golinger, El
código Chávez. Ed. Ciencias Sociales, La Habana 2005, que contiene multitud
de documentos desclasificados de la agencia de inteligencia de USA
[29] Este
totalitarismo, desenmascarado y fustigado sin cesar por el papa Francisco,
había sido denunciado ya el año 1987 por Hinkelammert, Democracia y
totalitarismo. DEI, Costa Rica 19902,187-209.
[30] Es la realización
de la advertencia que lanza Arendt a nuestro mundo que vive el fin de la
historia en el capitalismo salvaje y la democracia liberal: “el peligro de la
fábricas de cadáveres y de los pozos del olvido es que hoy, con el aumento de
la población y de los desarraigados, constantemente se tornan superfluas masas
de personas, si seguimos pensando en nuestro mundo en términos utilitarios (…)
Las soluciones totalitarias pueden muy bien sobrevivir a la caída de los
regímenes totalitarios bajo la forma de fuertes tentaciones, que surgirán allí
donde parezca imposible aliviar la miseria política, social o económica en una
forma valiosa para el hombre” (oc 557, última frase del libro)
[34] Rodolfo Sanz
reconoce que “las fuerzas de la Revolución Bolivariana somos hoy fuerzas
dominantes, pero no fuerzas hegemónicas”. Por eso asienta que lograr la
hegemonía supone que “el conjunto social perciba y acepte como viable el
discurso ideológico, ético y cultural de las fuerzas socialistas dominantes.
Pero además, que logren asociar coherentemente las realizaciones
económico-sociales de la acción de Estado y Gobierno con la naturaleza
ético-cultural del discurso político y teórico” (Hugo Chávez y el desafío
socialista. Ed. Nuevo Pensamiento Crítico, Los Teques, 2007,165,166). Es claro
que esas realizaciones no se dieron ni siquiera en el tiempo de máxima bonanza
de recursos. Y sin embargo, él tiene claro que “la existencia del Estado
socialista es precondición para el advenimiento real de una sociedad
socialista” (oc 169). Este Estado, vivo, articulado y productivo brilló por su
ausencia. Por eso se pregunta: ¿O será que la imposibilidad de construcción de
un poder popular estable es una de las más visibles debilidades de la
Revolución Bolivariana?” (oc 172)
[35] Por esto la
calificación del régimen chavista que hace J.C. Rey: “la categoría de totalitarismo
fallidos (failed totalitarisms), como aquellos regímenes
políticos que imitan a los totalitarios, y que son obra de “líderes políticos
que tienen la ambición necesaria pero a los que les falta una verdadera
vocación y capacidad para la política totalitaria”, de tal manera que “el
resultado es alguna forma de tiranía chapada a la antigua, pero disfrazada con
un ropaje fascista o comunista y, si acaso, imitando alguno de los aspectos de
la ideología fascista o de la comunista” (Walzer 1984: 191). Me inclino creer
que el caso de Chávez es de este último, pero esto no pasa de ser una conjetura
cuya confirmación va a depender de la suerte del PSUV” (oc).
[37] Esta
contraposición es un tema favorito del papa Francisco. Dice, por ejemplo, a los
movimientos sociales: “Ustedes son sembradores de cambio. Aquí en
Bolivia he escuchado una frase que me gusta mucho: ‘proceso de cambio’. El
cambio concebido no como algo que un día llegará porque se impuso tal o cual
opción política o porque se instauró tal o cual estructura social.
Dolorosamente sabemos que un cambio de estructuras que no viene acompañado de
una sincera conversión de las actitudes y del corazón termina a la larga o a la
corta por burocratizarse, corromperse y sucumbir. Hay que cambiar el corazón.
Por eso me gusta tanto la imagen del proceso, los procesos, donde la pasión por
sembrar, por regar serenamente lo que otros verán florecer, remplaza la
ansiedad por ocupar todos los espacios de poder disponibles y ver resultados
inmediatos. La opción es por generar procesos y no por ocupar espacios. Cada
uno de nosotros no es más que parte de un todo complejo y diverso interactuando
en el tiempo: pueblos que luchan por una significación, por un destino, por
vivir con dignidad, por “vivir bien”, dignamente, en ese sentido”
(Participación en el II Encuentro Mundial de los Movimientos Populares, Santa
Cruz de la Sierra 9 de julio de 2015). “Un buen político opta siempre por
generar procesos más que por ocupar espacios (cf. Evangelii
gaudium, 222-223)” (Visita al congreso de los Estados Unidos de
América, Washington 24 de septiembre de 2015). “No hay que dar preferencia a
los espacios de poder frente a los tiempos, a veces largos, de los procesos. Lo
nuestro es poner en marcha procesos, más que ocupar espacios. Dios se manifiesta
en el tiempo y está presente en los procesos de la historia” (Entrevista al
director de la Civiltá Cattolica 19/8/2013)
[38] Esto mismo recalca
Arendt respecto de Alemania nazi: las formaciones paramilitares “estaban
organizadas según el modelo de las bandas de delincuentes y eran empleadas para
el crimen organizado” (Oc 459-460). Hay que reconocer que esto es más verdad en
tiempos de Maduro que en los de Chávez
[42] No me resisto a
copiar parte de lo que escribió como despedida el peruano Daniel Pardo de la
BBC Mundo, ya que expresa que quienes conviven con nosotros de modo abierto son
capaces de percibir esta humanidad en medio del desastre: “A veces no me queda
claro si Venezuela es un lugar feliz o infeliz. Porque parece ambas cosas. Más
allá de las penurias que sufre el país, y por muy pesimista que esté, el
venezolano anda por la vida regalando gestos fraternales./ La gente más alegre
del mundo puede encontrarse en una cola kilométrica en el supermercado o en un
hospital quebrado y sin insumos. Y ese no-sé-qué que puede transformar
desgracias en un festín de risas es lo que más voy a extrañar de Venezuela./
Temo que pronto vaya a suscribir lo que decía Gabriel García Márquez, quien en
su “Memoria feliz de Caracas” (1982) escribió que “una de las hermosas
frustraciones de mi vida es no haberme quedado a vivir para siempre en esa ciudad
infernal”. Hasta Gabriel García Márquez se enamoró de Caracas./ En Venezuela,
donde estuve tres años como corresponsal de BBC Mundo, encontré el reto más
grande de mi vida. En este tiempo la crisis pasó de grave a alarmante, la
calidad de vida cayó en forma estrepitosa y la inflación se disparó. Entre
otros ejemplos, el litro de jugo de naranja subió 4.600%, los cigarrillos
aumentaron 3.900%, y legalizar documentos en consulados un 12.000%. Vi tres
cadáveres, viví 11 apagones y la policía me detuvo dos veces. Me salieron tres
canas y me dio alopecia en dos oportunidades./ Pero el recuerdo que me llevo es
más feliz que infeliz./ Incluso en las kilométricas colas es posible encontrar
sonrisas y gestos fraternales./ Porque en la esencia del venezolano, en ese
limbo entre felicidad e infelicidad, encontré enseñanzas para el resto de mi
vida, aquellas en la raíz de instituciones como “poco a poco se llega lejos”,
“esto es lo que hay” y “al mal tiempo, buena cara” (5 set. 2016).
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