Ahiana Figueroa 09 de agosto de
2018
@ahianaf
Un
estudio de investigación de la UCAB revela que desde 2004 el nivel de consumo
no se ha podido recuperar, evidenciándose una caída brusca en 2012 y 2013.
Resalta que entre 2013 a 2017 los precios de los rubros alimenticios aumentaron
5,7 veces
En la
última década se ha observado un cambio profundo en el consumo de los
venezolanos generado por una serie de indicadores, como el alza desmedido de
los precios, la caída en la capacidad de compra debido a la inflación y a la
restricción en la oferta de bienes.
Entre
esos cambios es evidente la caída en la demanda de alimentos a pesar de que
buena parte de los ingresos se destinan a estos rubros. Un estudio del
Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales de la Universidad Católica
Andrés Bello (UCAB) revela que el colapso en la demanda en el país comenzó hace
14 años, lo que conlleva a un largo período de deterioro en la capacidad
adquisitiva de los consumidores y a un cambio obligado de sus patrones de
consumo.
Para
la investigación se tomaron en cuenta 60 productos que forman parte de la
denominada “canasta básica”, agrupados en 18 rubros alimenticios. El objetivo
se centró en el comportamiento de los rubros desde 1999 hasta 2017 con relación
a la oferta, el grado de dependencia de las importaciones, el ingreso real de
los hogares, la evolución de los precios en términos nominales y la estructura
de los precios de los rubros básicos más significativos.
La
poca oferta de bienes se recrudeció por la menor importación producto de la
baja de los ingresos de divisas en el país, lo cual también ha hecho que rubros
como la leche y sus derivados, el café, la sal, las carnes y los cereales se
hayan contraído notablemente en su consumo tanto en cantidades (kilos per
cápita) como totales.
“En el
comportamiento general del consumo se pueden identificar tres períodos: Entre
2004 hasta 2007 caracterizado por la caída y posterior estabilización del nivel
de consumo; el segundo, desde 2007 hasta 2012 de aumento sostenido en el
consumo, y finalmente, el subperíodo que va desde 2012 hasta la actualidad, de
desplome del consumo”, resalta el estudio Evolución del consumo de alimentos en
Venezuela, publicado por Luis Zambrano Sequín y Santiago Sosa.
Venezuela
pasa por un proceso hiperinflacionario que se inició en octubre de 2017 al
mostrar tasas de incrementos de precios de más de 100% mensual, para cerrar en
julio con una variación anualizada de 82.766%. En un entorno donde la escasez
generalizada de bienes se mantiene.
La
investigación recalca que las carnes, leche y derivados, las hortalizas y
grasas visibles siguieron un comportamiento ligeramente diferente al del
consumo en general. Las carnes, leche y derivados no presentan el período de
caída inicial, mientras que las grasas y hortalizas muestran un nivel de
consumo bastante más estable hasta el 2012, cuando comienza el colapso general
en el consumo de alimentos.
“Otro
aspecto que es importante destacar es que, en casi la mitad de los productos,
el máximo histórico se ubica al comienzo del período. Es decir, el consumo de
alimentos se mantuvo siempre por debajo del nivel del 2004”
En el
grupo de los cereales -por su parte- el consumo de harina de maíz y pasta
alimenticia nunca volvieron a alcanzar los niveles del 2004. Mientras que el
atún enlatado presenta un aumento sostenido en su consumo a lo largo del
período. En cambio, la demanda de sardina enlatada y el pescado fresco cae
inicialmente y tampoco vuelve a recuperar los niveles de 2004.
“En el
caso del pescado fresco su comportamiento refleja el patrón
caída-estabilización-caída, mientras que el de la sardina enlatada es
caída-aumento-caída. Es decir, a pesar de ser del mismo grupo los tres
productos se comportaron de forma muy distinta, en contraste con el de las
raíces y tubérculos, donde los productos que lo integran evolucionaron de
manera más homogénea”.
También
es notable la caída en el consumo por persona de la leche líquida, sobre todo
para los años más recientes, es más fuerte que la de la leche en polvo.
Mientras que el azúcar y el café, bienes considerados complementarios entre sí,
muestran como es de esperar un comportamiento simétrico caracterizado por el
patrón que es más común en el período: caída-aumento-caída.
“De
los datos presentados, es evidente que entre 2012 y 2013 se inicia la caída
brusca en el consumo de alimentos, aunque la tendencia a la reducción en muchos
casos venía desde mucho tiempo atrás”, indica el estudio
En
este punto, resalta los casos del arroz y el pan de trigo cuyos consumos han
caído en los años recientes. “En el caso del pan, el consumo per cápita hoy es
aproximadamente la mitad de lo que sería recomendable”.
Igual
suerte ha tenido el consumo de frutas como la lechosa, el de pescado, pollo,
carne de res y sardina, que se han acercado progresivamente a los mínimos
recomendados.
“La
leche en polvo, la margarina, el cambur, la pasta alimenticia, las caraotas y
el azúcar desde mucho antes del comienzo de la más reciente crisis ya mostraban
niveles inferiores al promedio histórico. A partir del 2012, los déficits en el
consumo de estos alimentos se han incrementado notablemente, especialmente en
los últimos tres años cuando la debacle en los precios petroleros ha
profundizado la caída en el ingreso real de los consumidores”.
El
sector agroindustrial ha sido uno de los más golpeados por la conducción
económica del gobierno chavista en la última década, caracterizada por la
política de controles de precio y de cambio, la expropiación de tierras y
estatización de muchos canales de almacenamiento, distribución y venta; así
como de la disminución de insumos y materia prima para la producción.
En el
último año se ha generado un alza en el consumo de algunos rubros, quizás
asociado a la regulación de precios y a su distribución a través del programa
de alimentación CLAP.
El
impacto de la inflación
Sin
duda alguna que en la caída del consumo ha influido la baja del poder
adquisitivo producto de la alta inflación. El estudio de la UCAB resalta que al
comparar la evolución del Costo de la Canasta Alimentaria en la que se incluyen
16 productos con el Índice de Precios del Consumidor (IPC) estimado por el Banco
Central de Venezuela (BCV), se observa que a partir del 2005 el costo de la
canasta compuesta sólo por alimentos aumenta a una velocidad mayor que la tasa
de inflación promedio de todos los bienes y servicios que integran la canasta
de consumo. Esta divergencia se profundiza mucho más a partir del 2014, en un
contexto donde la tasa de inflación se acelera considerablemente.
“Esto
es importante ya que, a medida que la situación económica ha ido empeorando, el
gasto del consumidor promedio se ha ido concentrando en los rubros
alimenticios”.
Los
cálculos presentados en el estudio resaltan que entre 2015 y 2016 el ingreso
real por hogar, deflactado por inflación, cayó 40%; mientras que del 2016 al
2017 en 80%.
“Con
el tránsito de la economía a una situación hiperinflacionaria, naturalmente el
incremento del valor de la canasta, y por consiguiente el deterioro del ingreso
real de los consumidores, se espera que sea mucho mayor ya que difícilmente la
variación del ingreso nominal podrá compensar el incremento en el precio de los
alimentos”
El
aumento de los precios de manera nominal ha sido significativo en los últimos
años, es por ello que el Gobierno en un intento por disminuir el malestar en la
población que no puede acceder a los alimentos, decidió llevar a cabo una
reconversión monetaria para eliminar cinco ceros al bolívar, apenas 10 años
después de la anterior cuando se quitaron tres ceros a la moneda.
Durante
el período estudiado (1999-2017) los precios de los alimentos ha sido en todos
los casos superior al experimentado por el IPC. “Son de destacar los casos de
los cereales, los huevos, las hortalizas y las leguminosas cuyos precios
nominales han variado, en forma acumulada, más de 10 veces la variación que ha
experimentado el Índice de Precios al Consumidor (que además de los alimentos,
incluye otro conjunto de bienes y servicios)”.
Sin
embargo, hay que observar el notable contraste que se pone en evidencia cuando
se divide el lapso considerado en dos períodos: 1999-2012 y 2013-2017. El
primero de inflación crónica elevada y el segundo que incluye el tránsito de la
economía hacia una situación hiperinflacionaria.
En el
primer período (1999-2012), aunque los precios de los alimentos acumularon una
variación promedio superior a la del IPC, la desviación promedio de 1,6 veces
fue sustancialmente menor que la experimentada en el segundo período
(2013-2017) cuando los precios se elevaron 5,7 veces.
“Al
deflactar los precios nominales por la inflación, se pone en evidencia el
fuerte incremento en los precios reales que ha afectado a los alimentos en las
últimas dos décadas, fenómeno clave para entender la importante merma en el
nivel de vida de los habitantes en Venezuela. La tasa de variación promedio de
los precios reales para todo el período (1999-2017) fue de 668,9%, buena parte
de la cual se ha producido en los últimos 5 años (565,6%)”.
En los
primeros 14 años del lapso considerado (1999-2012), los precios reales de los
alimentos se incrementaron en casi 61% (una cifra ya considerable). Mientras
que el pescado fresco, las frutas, las hortalizas y los tubérculos registraron
un alza acumulada superior al 100%.
“Esta
situación cambió radicalmente en el subperíodo más reciente. En este caso todos
los productos vieron incrementarse significativamente sus precios reales,
llegando en algunos casos a magnitudes cercanas o superiores al 1.000%,
especialmente en cereales, embutidos y leguminosas”.
Recuperar
el consumo
Los
investigadores de la UCAB consideran que recuperar los niveles de consumo
exigirá, sin duda, un importante incremento sostenido en los niveles de ingreso
y, con seguridad en la producción interna e importaciones. En los últimos años
se ha observado una amplia dependencia de las compras externas tanto de
materias prima como de productos terminados lo que ha acabado con los
incentivos para producir en el país.
De
acuerdo al estudio hay bienes que registran una muy elevada dependencia de las
importaciones en más de 40%, incluyendo los casos más extremos como: El atún,
la leche en polvo, la caraota y las arvejas; así como la harina de trigo para
el pan, el maíz, la cebolla, el aceite vegetal y el café.
“Destacan
los casos de la carne porcina, el pollo, el atún en conserva, el café y el
arroz, rubros que han visto incrementar los volúmenes importados de manera
sustancial en estos últimos 20 años”
Pero
sustituir las importaciones con producción local es un trabajo arduo que
requerirá tiempo y financiamiento. No obstante, los educadores universitarios
llevaron a cabo un ejercicio de simulación para mostrar cuánto se debe producir
para bajar esa dependencia de las compras externas, si el objetivo fuese
sustituir plenamente las importaciones que se registraron, en promedio, en el
último quinquenio para el cual se dispone de información (2014-2010) y bajo el
supuesto de que tal sustitución fuese técnica y económicamente factible.
“A
partir de este ejercicio, en el caso de los cereales no es sorprendente el
esfuerzo que tendría que realizarse para sustituir las importaciones de trigo y
avena, rubros que como bien se sabe son difíciles de producir en el país dadas
las restricciones climáticas. En el caso del maíz y el arroz, aunque no todas
las variedades pueden ser sustituidas, las posibilidades de expandir la
producción internas son más factibles”.
En
este sentido, resalta que el aumento de la producción de maíz y arroz debería
ser de 106,3% y 33,5%; respectivamente, además de 333,6% en la siembra de
caraotas, 310,8% del aceite de soya, 7,1% de la grasa porcina, 9,4% de la
remolacha, 22.3% de la uva, 15,2% de la carne de bovino y 19,7% de la carne de
pollo, 0,9% en la producción de huevos, 6,7% del atún fresco, 121,6% de la
leche en polvo y 32,2% del cacao, entre otros.
Los
economistas concluyen que como consecuencia de los choques macroeconómicos
externos e internos, estos últimos más asociados a las decisiones de política
económica, la estructura de precios relativos de los alimentos, con respecto al
resto de los bienes y servicios asociados al consumo final y entre los propios
alimentos, ha sido modificada en forma considerable alterando de manera
permanente no sólo los niveles de consumo sino su estructura.
“Las
implicaciones de estos cambios estructurales todavía son difíciles de predecir
con la información disponible, pero, sin duda, van a afectar el desempeño del
sector agroalimentario venezolano en el mediano y largo plazo”.
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