Por Ángel Oropeza
Por los años cincuenta del
siglo I, Saulo de Tarso, mejor conocido en la historia como san Pablo, llega a
Corinto, ciudad portuaria griega de gran poder económico y comercial para la
época. La comunidad cristiana que deja luego de dos años de estadía, tuvo una
primera fase de entusiasmo y crecimiento. Pero al cabo de un tiempo, como suele
pasar con los procesos colectivos, comenzó a experimentar desaliento y
conflictos internos. Y uno de los primeros síntomas fue la amenaza de división,
producto de la discusión sobre cuáles tareas eran más importantes, y cuáles
acciones resultaban más valiosas y decisivas que otras. La pelea era sobre quiénes
estaban haciendo lo correcto y quiénes no.
Tratando de orientar, Saulo
les dirige una carta a finales de la década de los cincuenta, en la que les
recuerda algunas de esas cosas que, como muchas de las que después nos resultan
obvias, suelen pasar delante de nosotros sin ser vistas: “Las partes del cuerpo
son muchas, pero todas son importantes. El ojo no puede decir a la mano: no te
necesito. Ni tampoco la cabeza decir a los pies: no los necesito. Si todo el
cuerpo fuera ojo, ¿cómo podríamos oír? Y si todo el cuerpo fuera oído, ¿cómo
podríamos oler? Si todos fueran el mismo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Por
muchas que sean las partes del cuerpo, todas forman parte de él y todas hacen
falta”.
En Venezuela, la inmensa masa
humana que se opone a la dictadura lo hace desde varios sectores y
agrupaciones, a veces tan disímiles y distintos como la propia naturaleza
heterogénea y diversa de los venezolanos. Ninguna de estas organizaciones ni
tampoco sus modalidades de acción puede decirle a la otra que es inferior, que
no es importante ni mucho menos que sobra.
Es psicológicamente normal y
previsible que los ejecutantes de cada modalidad de acción consideren que la
suya es la mejor y que quien no la comparta está equivocado o no está haciendo
lo que hay que hacer. Tal creencia, sin embargo, no es otra cosa que lo que se
conoce en psicología social como una “ilusión perceptual de endogrupo”, una
distorsión explicable pero errónea que lleva a pensar que las actividades y
naturaleza del grupo al que se pertenece son siempre mejores y más acertadas
que las del resto. Los humanos funcionamos así, lo cual no impide que se
aprenda a actuar distinto.
En política, como en el
cuerpo, cada quien tiene un papel que cumplir. Es inconveniente, además de
falso, desdeñar alguna de las partes porque no es necesaria, o pensar
ilusoriamente que solo con una de ellas haremos que el cuerpo funcione.
El concepto de “estrategia”
hace referencia a un conjunto de acciones planificadas sistemáticamente para
lograr un determinado fin. La estrategia política, por definición, incluye
varias modalidades de lucha social y de acción pública, lo que a su vez supone
la coexistencia e integración de organizaciones y sectores que, aunque
diferentes en su naturaleza y especificidad, comparten un mismo objetivo. En el
mundo democrático venezolano, a pesar de su inevitable y al mismo tiempo
deseable diversidad, el “qué” es el mismo –superar la dictadura madurista como
única forma de resolver la inmensa crisis humanitaria y global que sufre el país–
aunque haya sobre la mesa varios “cómos” posibles sobre las formas más eficaces
de lograrlo. El Frente Amplio es precisamente una instancia de encuentro,
comunicación y coordinación de acciones entre los defensores de todos los
“cómos” que actualmente existen. Reforzarlo es el mejor favor que se puede
hacer a la lucha del pueblo venezolano por su liberación y la amenaza más
temible para la decadente oligarquía oficialista.
Pero así como a nadie le sobra
un ojo porque ya tiene uno, o renuncia a un pie porque la mano es más
importante, es crucial no olvidar que en este combate todos valemos, cada uno y
cada grupo desde su particular naturaleza y función. La lucha, como el país, es
plural y es de todos. Sin que nadie sobre y sin que nadie crea que puede prescindir
del otro solo porque la haga desde su propia y distinta especificidad.
06-08-18
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