Rubén Monasterios 06 de agosto de 2018
No se
crea que el gobiernóculo castrochavonarcocomunista es del todo improductivo
intelectualmente; véase: ha generado un nuevo género teatral; a las formas
tradicionales como la tragedia, creada por los griegos antiguos; el entremés,
cultivado por Cervantes y otros talentos del Siglo de Oro hispano, el drama
social de Miller y el drama psicológico introspectivo de Albee… ha sumado una
nueva forma: la farsa de escarnio magnicida o magnifarsa.
Tenemos
unos veinte años disfrutando de este espectáculo; se hizo tan reiterativo que
perdió eficacia, y en lugar de crear consternación en el público terminó dando
lugar a risa; amarga, pero risa al fin.
Con
todo, entre tantas farsas magnicidas falsas, es probable que una haya sido
auténtica; y esta fue la muerte del verídico creador del género y padre de la
tragedia nacional; en efecto, entre los observadores de la realidad
histórico-política de nuestra actualidad, no faltan quienes sustenten la
hipótesis de que ese deceso fue un magnicidio manipulado oscuramente; no
obstante, curiosamente, ha sido el único de la serie que no ha sido presentado
como tal.
La
última entrega ocurrió en estos días y exhibe características distintivas muy
ingeniosas. Los autores, advirtiendo el antes mencionado desgaste del recurso,
al parecer le incorporaron componentes a su puesta en escena para darle visos
de realidad, entre ellos un elemento de la más nueva tecnología, el dron, usado
como activador de la acción dramática.
O
quizá estoy yendo demasiado lejos en eso de atribuirle a los autores la
creación de un nuevo género teatral, y lo visto en una celebración oficialista
en Caracas sólo fuera un happening, esto es, un acontecimiento inesperado
destinado a alterar a la gente.
Aun
así, no deja de ser admirable el ingenio de los autores, por cuanto el
happening netamente improvisado o no planificado, vale decir, el que aprovecha
en función de la teatralidad un suceso cualquiera no previsto, a partir del
cual crea una situación dramática, es una de las formas más difíciles y audaces
de la representación. Viene a lugar el comentario porque se ignora si el
estímulo detonador del show ─al parecer, la explosión de una bombona de gas en
la cercanía del lugar usado como espacio escénico─ fue anticipado por los
creadores, o si estos se valieron del mismo para hacer su comedia.
El
happening es un género puesto en el término medio entre las artes dramática y
la plástica conceptual; no obstante su aspecto desordenado es difícil de resolver,
porque participan muchas variables que no están bajo control; de hecho, en un
happening puede ocurrir “cualquier cosa”; y el improvisado, o que se vale de
circunstancias no previstas como activador de la acción dramática, es aún más
difícil, por cuento exige en proporciones aumentadas algunas condiciones
propias de la personalidad del artista, tales como el desparpajo o
desvergüenza, o dicho en lenguaje coloquial: antiparabolismo, la perspicacia
para reconocer la circunstancia idónea para realizar la acción y la
inteligencia rápida para cambiar de dirección y mantener el control. Al menos
el parabolismo es un rasgo presente en el equipo de gobierno; la gente sin luz,
sin agua, sin medicinas, muerta de hambre… y ellos tan campantes; rozagantes,
bien trajeados con piezas de firma y exhibiendo espléndidas sonrisas, declaran
que todo marcha excelentemente bien. De haber aprovechado la circunstancia
imprevista del estallido accidental de una bombona de gas para hacer el show,
también dejan ver un indicio de perspicacia, una lucecita de inteligencia.
Otro
aspecto digno de destacar es el uso que los realizadores han dado a su
producción. La farsa grotesca y el happening son actos de protesta; quienes no
las aprueban dicen que son formas de joderle la vida al apacible vecino; algo
de razón tienen, porque su propósito suele ser alterar las estructuras mentales
convencionales del público, que con frecuencia participa en esa condición sin
proponérselo. A lo largo de toda su historia, que es larga, más de lo que uno suele
imaginar, con frecuencia, si acaso no siempre, han sido recursos para expresar
el descontento con lo establecido, y a veces transgreden el límite de la ley.
Por ejemplo, Alcibíades (Atenas, s. V a.C.), quien llegaría a ser general
(estratega) y notable político, en su juventud, cuando todavía era erómeno de
Sócrates, en una noche de farra con su pandilla rompió los falos de las
estatuas de dioses que las familias piadosas ponían en las puertas de sus
casas; los historiadores del teatro creen que es el primer happening
documentado.
Pero
los autores del último acontecimiento de Caracas le han dado la vuelta al
asunto: en lugar de usar el show con los propósitos de protestar y de crear
conciencia en la gente ante represión impuesta a su libertad, han hecho de él
otro medio de alienación: un recurso para distraer al público del empalamiento
que, por otra parte, están llevando a cabo en forma de apretar la bota puesta
en la yugular de la comunidad mediante imposición de un tal carné de la patria
y de un “censo”, y de evitar que la gente piense en el genocidio más o menos
solapado que están ejecutando mediante la carencia de alimentos, medicinas y
servicios básicos.
Lástima
que estos esfuerzos de creatividad teatral se encuentren maculados por la
pésima calidad de los actores, cuyo desempeño escénico deja ver las gruesas
costuras del entramado. La actuación de Cilia, por ejemplo, es notable en este
sentido. ¿Quién ha visto una supuestamente amorosa esposa, impávida al lado de
su marido en el trance de ser víctima de un atentado? Viene al caso evocar las
imágenes que muestran la reacción de otra esposa y Primera Dama. igualmente
vestida con ropa de firma, en una situación de magnicidio; aludimos a Jaqueline
Kennedy, en el acontecimiento de Dallas. Claro, este fue un magnicidio
verdadero, no una comedia.
Rubén
Monasterios
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