Por Gregorio Salazar
Ver blindados antimotines
bloqueando las principales vías de acceso a Miraflores y emplazadas en las
puertas del propio palacio de gobierno, como ocurrió el pasado domingo, grafica
cabalmente la imagen de un gobierno bajo asedio de la población y más
exactamente de los sectores populares que están en la vecindad de la casa del
poder en Venezuela.
Poco importa que Maduro,
temeroso de una eclosión de la ira popular, se haya mudado a Fuerte Tiuna o que
despache sus desatinos desde un bunker bajo tierra. Miraflores sigue siendo el
símbolo del poder y hacia allá se dirigen a expresar sus airados reclamos las
familias de La Pastora, Altagracia, Agua Salud, El Silencio o avenida Sucre
agobiadas por la falta de agua y electricidad.
Si algo debería convencer al
régimen dictatorial de Maduro del repudio popular son esas manifestaciones que
cada vez con mayor frecuencia irrumpen en las céntricas avenidas Baralt, Sucre
o Fuerzas Armadas, levantando barricadas y quemando cauchos para exigir
paliativos a sus muchas tribulaciones. Lejos de sensibilizarse, Maduro
atrincherado en el odio hace llamado tras llamado a los sanguinarios
colectivos, purita gente de bien según Maduro y Cabello, “a mantener la paz”.
Ya se sabe como: a punta de tiro de pistola, revólver y fusil.
Si algo ha abultado el
prontuario de la “revolución” en materia de violaciones a los derechos humanos,
ejercidas cada vez más de manera desfachatada y brutal, son esos llamados
presidenciales a sus paramilitares. Tras dos décadas de prédica e incubación de
la violencia los venezolanos han comprendido muy bien que, como insistía el
caudillo, la revolución no solamente “es pacífica pero armada”, sino
también desalmada.
Y esto último atañe no sólo
a su demencial decisión de arremeter con las armas contra cualquier clamor de
agua, luz o comida, sino también a negarse a facilitar desde hace muchos años
la entrada de la ayuda humanitaria desde el extranjero. Recuérdese si no a esos
médicos que fueron detenidos y sacados a rastras sin contemplaciones de los
hospitales donde laboraban sólo por recibir donaciones de medicamentos.
La noche del 3 de febrero de
1992 apenas dos horas antes de la intentona golpista del 4F y cuando ya habían
transcurrido tres años del supuesto paquete hambreador de Pérez, pude pasar sin
trabas ni inconvenientes por la esquina de Bolero donde están ubicados el
palacio Blanco y el de Miraflores. Ahora el tránsito frente a la sede del Poder
Ejecutivo permanece cerrado las 24 horas del día y el anuncio es que el
lugar será completamente militarizado. Los golpistas de antaño no ocultan
su temor al pueblo y al mismo tiempo que se aferran desesperadamente al poder
militar bloquean toda posibilidad de una salida pacífica como la que pudo
haberse dado mediante el referéndum revocatorio que se solicitaba en 2016.
Esta semana desde la llamada
asamblea nacional constituyente, tan espuria como inútil para cumplir las
ofertas de una nueva constitución y la solución a la crisis económica, se oyen
gritos de ¡paredón! para los “traidores a la patria” y es muy posible que desde
el otro extremo radical también se piense que ese grupo que mansamente se ha
subordinado a los designios y al saqueo económico de la dictadura cubana y la
entrada de militares rusos también se lo merecería. Venezuela no puede
manejarse entre ambos extremos de odio exacerbado.
Guaidó ha dicho que los
venezolanos no temen una guerra civil. Dijo que no la temían porque el 90 % de
los venezolanos quiere un cambio “y nadie está dispuestos a inmolarse por un
dictador que no le ofrece soluciones al pueblo”. Es cierto, pero el
temor a una conflagración fratricida debe ir mucho más allá de eso. Debe partir
también de la conciencia de que un baño de sangre entre hermanos, además del
irreparable costo en vidas, alejaría por un tiempo indeterminado las
posibilidades de que Venezuela vuelva a la normalidad de su vida republicana,
que es decir de volver a tener la posibilidad de generar oportunidades de
superación, prosperidad y satisfacción de sus necesidades fundamentales en
todos los órdenes.
Maduro al bloquear la vía
electoral mantiene también bloqueada la paz y las posibilidades de un mejor el
futuro para todos los venezolanos.
07-04-19
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