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domingo, 5 de mayo de 2019

Constructores de fraternidad en una sociedad fragmentada (Parte I), por @CiJusticia ‏




Rosa Ramos 05 de mayo de 2019

La realidad con sus luces y sus sombras es el punto de partida de una ética, de una teología, y una pastoral contextual, siguiendo el principio de encarnación.

Todos, cristianos o no, estamos desafiados a la construcción de fraternidad, somos parte de lo mismo, parte del problema y parte de la solución. La fragmentación es un problema que nos involucra. El desarrollo científico técnico económico dominante, ha generado dos pobrezas, una material y una espiritual. Dos terceras partes de la humanidad ha sido condenada a la primera, pero si nos alcanza la indiferencia por la suerte de los hermanos, es que nos alcanzó la pobreza espiritual. Como cristianos tenemos que vencer dos tentaciones peligrosas: la del mesianismo y  la del abstencionismo.

Llamados a seguir a Jesús encarnados y encarnándonos en la historia

El estilo de vida y cercanía, el modo de construir fraternidad, no puede ser otro que el de Jesús, y priorizando lo que él priorizó y a los que él priorizó.

Nuestro compromiso como cristianos tiene una razón de ser, un sentido, y una fuerza que nos viene de nuestro Maestro. De ahí la necesidad de beber de la fuente, de la persona histórica de Jesús. Es tiempo de “volver a encontrarnos” con Jesús de Nazaret. ¿Dónde, en qué tiempos y sociedad, en qué escenarios se movió, de quiénes se rodeó, a quiénes en particular “salvó” Jesús?

Si volvemos a Jesús, constatamos que allí donde alguien queda caído en el camino, allí donde una viuda llora a su hijo muerto, allí donde un mendigo, o un pecador, quedan fuera de la mesa compartida, allí donde una mujer o un niño sufren la violencia o son “ninguneados”, allí donde la gente tiene hambre… En todos esos “allí” siempre encontramos a Jesús “salvando”, rescatando de esas situaciones de injusticia, consolando, invitando a comer, abrazando, mirando a los ojos y dialogando, enviando a los discípulos a dar de comer, bendiciendo el pan a ser compartido… Luego en el libro de los Hechos se resume la vida de Jesús: “pasó haciendo el bien” (Hc. 10, 38).

Jesús predica y hace presente el reino con muchos signos

El propio Jesús es esa novedad de Dios que irrumpe en la historia, y la significa con gestos sanadores, incluyentes. Mateo lo expresa diáfanamente en la respuesta de Jesús a Juan el bautista cuando manda preguntar desde la cárcel si es él o hay que esperar a otro (Mt. 11, 5-6).

En los relatos evangélicos queda clarísimo que, sin hacer acepción de personas, hay en Jesús una peculiar sensibilidad y solidaridad para con los más pobres, y con los que sufren todo tipo de marginación. Y esa es una clave ineludible para nosotros, Jesús hoy también nos llama a optar y estar junto a todos los invisibilizados, los nadies, los descartables o sobrantes de la sociedad del consumo, los que los medios de comunicación estigmatizan, los que la cultura del confort nos lleva a olvidar…

“Los infiernos de la historia son también lugares teológicos”, dice González Buelta. No falta el drama oscuro, el miedo, el dolor lacerante, pero tampoco falta la esperanza, la generosidad, la solidaridad, signos inequívocos de la presencia de Dios. Por eso los infiernos de la historia no son mudos, son también lugares de revelación divina.

Y esto sucede –quizá- porque cuanto más herido y frágil, más sensible es el ser humano al abrazo de Dios y de los hermanos, más desnudo está para sentir su tibieza, y más libre para aceptar una nueva oportunidad de vida plena. Así lo vivieron los contemporáneos de Jesús, tantos desvalidos que lo buscaban.

Jesús salva desde sus entrañas de misericordia

El encuentro con ese Jesús “tan humano que sólo puede ser divino”, como dice Leorardo Boff, nos pone hoy también en camino al oír una vez más su voz: “ve y haz tú lo mismo” (Lc. 10, 37). Este llamado nos pone tras sus huellas con renovado entusiasmo y humildad (Miq. 6, 8).

Ser cristiano es “seguir a Jesús” (una categoría de movimiento y no estática). Seguirlo supone mirar como mira, creer como cree (más que tener fe en Jesús, se trata de vivir la fe al modo de Jesús), amar como ama (misericordiar, dice Francisco), trabajar como trabaja, vivir como vive y estar dispuestos –si fuera necesario- a morir como muere… Porque ya sabemos que las opciones radicales exigen pagar el precio.

Ese es el compromiso del bautizado, ser testigo, y caminamos acompañados-guiados por “una nube de testigos”, tantas y tantos que han regado la historia con su sangre o con su sudor cotidiano, en la construcción de fraternidad.

Estamos llamados a seguir a Jesús hoy, y aquí, en tiempos difíciles y complejos (donde hay que evitar tanto interpretaciones como acciones simplistas) tenemos el desafío permanente de la encarnación, una encarnación continua, como fue la de Jesús: asumiendo los límites y las posibilidades epocales. Por el principio de encarnación, no basta responder a los efectos devastadores de la crisis, urge entender las dinámicas de exclusión que están en la base de la fragmentación que nos interpela. Por tanto la respuesta a los desafíos presentes deberá apelar a las mediaciones científicas: políticas, económicas, sociológicas, epistemológicas. No alcanza la buena intención, la complejidad del mundo actual exige inteligencia y acciones coherentes.

Estamos llamados a desocultar las causas, la génesis y lo que hoy se presenta como epifenómenos naturalizados (negando así su historia y su posibilidad de cambio). Y a actuar en consecuencia, con lucidez y eficacia. ¡Pero no como francotiradores solitarios e intermitentes!

(En el próximo “capítulo” veremos la necesidad de la comunidad y del discernimiento comunitario).


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