Por Hugo Prieto
Desde una perspectiva
liberal, nos falta mucho por recorrer y los desafíos son enormes. Andrea
Rondón* traza un recorrido por el proceso político que convirtió a Venezuela en
el país más pobre de Suramérica. Los gérmenes de la destrucción de la
democracia venezolana, de sus instituciones y de la propiedad privada
germinaban con anterioridad al ascenso al poder de Hugo Chávez. La nacionalización
del petróleo marca un punto de inflexión en las relaciones entre el Estado y el
sector privado. Un claro desequilibrio y una funesta concentración del poder.
Paradójicamente, el juicio al expresidente Carlos Andrés Pérez vino a dar el
puntillazo. Hubo voces de alerta que dieron la campanada, pero lamentablemente
no pudieron impedir lo que parecía una realidad inevitable.
La democracia, el libre
mercado, el liberalismo como expresión política y forma de gobierno son
conceptos que parecen no tener eco en la sociedad venezolana. Puede haber
muchas razones. ¿Qué reflexión harías alrededor de este planteamiento?
En lo que hemos vivido
durante estos 20 años, hubo condiciones previas que corresponden al período
democrático en Venezuela. Un proceso político precario, en el que no se tuvo
como objetivo formar ciudadanos conscientes de que así como tenemos derechos,
también tenemos deberes. El libre mercado, por ejemplo, no se trata
exclusivamente de un tema económico. Al fin y al cabo es una de las mayores
expresiones de libertad. En consecuencia, no es algo que atañe solamente al
empresario o al que tiene una propiedad o un bien, nos atañe a cada uno de
nosotros, en la medida en que nacemos libres y aspiramos a ser libres. Tenemos
que recordar, por ejemplo, que al día siguiente de que se promulga la
Constitución de 1961 se suspenden los derechos y las garantías económicas. Eso
nos dice mucho del escaso talante democrático que pudo haber habido para la
época. Incluso cuando no se respeta la propiedad, que no solamente te permite
llevar a cabo tu proyecto de vida, sino que es una institución fundamental del
estado de derecho.
Para los venezolanos en
general, la propiedad privada se reduce a la vivienda, los enseres del hogar y
el carro. Simplemente, la propiedad es un bien de consumo del cual se puede
disponer. Por esa vía, en caso de profundizar, ¿a dónde llegamos?
Estás tocando dos puntos
medulares. Uno, el caldo de cultivo previo que generó las condiciones para que
llegara Chávez. Y la pregunta que a veces me hago, vamos a ser honestos, es
¿cómo no llegó antes? Está la idea que restringe la propiedad a los bienes de
consumo, pero ¿qué hemos visto en las nuevas generaciones, cuyo aprendizaje ha
sido en carne propia y desde el dolor? Que nuestra primera propiedad es,
precisamente, nuestro cuerpo y nuestras ideas. En consecuencia, cuando atacan a
la propiedad, todos somos susceptibles, todos somos vulnerables a esos ataques.
Esa conciencia es la que tratamos de difundir desde hace 35 años desde Cedice
Libertad. No es nada nuevo. Hay autores que lo vienen haciendo desde finales
del siglo pasado, pero, lamentablemente, por la ausencia de formación
ciudadana, somos presa fácil del discurso populista de los políticos que
restringen la propiedad a los bienes de consumo. Como atributo de la propiedad
tienes la posibilidad de disponer de lo que posees o tienes de la mejor forma y
como lo desees. Pero hay un límite: los derechos y libertades del otro. Eso es
importante y, lamentablemente, nunca se ha exteriorizado. Cuando atacan al
liberalismo y nos señalan como extremadamente individualistas, es cierto. Pero
individualistas que formamos parte de una sociedad y de un país y, dentro de
esa misma conciencia, llevas a cabo tu proyecto de vida sin dañar, sin
perjudicar el proyecto de vida del otro. Esta conciencia, de la que estoy
hablando, no la teníamos antes de que el señor Hugo Chávez llegara al
poder.
No sabría decir si la
principal víctima del chavismo ha sido la propiedad privada. Quizás fue así
hasta 2013. El miércoles pasado, por ejemplo, se conoció el informe de Naciones
Unidas que señala al señor Maduro y a los mandos de su gobierno como autores de
crímenes de la humanidad. Víctimas hay de toda índole.
Absolutamente. El año pasado
publiqué el libro La supresión de la propiedad privada como crimen de lesa
humanidad (en coautoría con Ricardo M. Rojas). Por supuesto, crímenes de
lesa humanidad son asesinatos, desapariciones forzosas, torturas y tratos
crueles, que los ha habido, a lo largo de estos 21 años, no de forma continua,
pero sí en momentos determinados. Sostenemos que, de manera indirecta y con
efectos de mediano y largo plazo, la violación a la propiedad privada conlleva,
igualmente, a crímenes de lesa humanidad. ¿Por qué? Porque al eliminar las
condiciones para que puedas sobrevivir, alimentarte o cuidar tu salud, tienes
efectos similares a actos violentos que pudieran aniquilarte como persona. Sólo
que se ralentizan. Pero ciertamente hay una relación de causa efecto entre la
crisis humanitaria compleja (2017) y las medidas económicas que se tomaron a
partir de 2003 —control de cambio, control de precios; ataques a la propiedad
de la tierra, fuente primaria de la actividad agropecuaria; posteriormente
atacaron a las empresas que son clave en la producción, distribución y
comercialización de alimentos, así como las empresas farmacéuticas—. Cuando
afectas las cadenas de producción y violas la propiedad privada juegas un papel
preponderante que te lleva a la crisis humanitaria que actualmente estamos
viviendo.
Cedice patrocinó la reciente
edición del libro Franklin Brito Anatomía de la Dignidad.
¿Cómo encaja la figura de Brito en la tragedia creada por el chavismo?
Franklin Brito muere el 30
de agosto de 2010. Sin duda, un año álgido. La muerte de Brito marca un antes y
un después. En esta dictadura, que empezó hace 21 años, con la Constitución del
99, podemos identificar hitos en la violación de derechos y libertades individuales,
en la destrucción de instituciones fundamentales para proteger y garantizar la
vigencia de esos derechos. Dentro de esos hitos está Franklin Brito. Él fue
víctima de un expolio, no de una expropiación —expolio es un despojo violento
de la propiedad privada—. Su hacienda no tendría más de 300 hectáreas, fue
objeto de la Ley de Tierras, uno de los primeros instrumentos «legales» que
entra en vigencia a partir de 2005, justamente, para atacar a la propiedad
privada. Las leyes más agresivas, las primeras que escuchamos y de las cuales
fuimos testigos, fueron las reformas a la Ley de Tierras que —entre otras
cosas— permitieron las cartas agrarias que afectaron la propiedad de
tierras supuestamente ociosas o improductivas. Se utilizaron criterios
ambiguos, arbitrarios. Uno de ellos exigía demostrar la propiedad mediante una
cadena titulativa, anterior, desde los años 1800, una prueba diabólica,
imposible de cumplir. No bastaba con mostrar un documento debidamente
protocolizado. Se manipuló nuestro ordenamiento jurídico. Por eso es tan
importante Franklin Brito. Es el perfecto ejemplo del avance de una política
pensada, dolosa e intencional, por parte de los distintos poderes públicos
(Ejecutivo, Legislativo, Judicial).
El economista Luis Zambrano
Sequín sostiene que, a raíz de la nacionalización del petróleo, se inició un
nuevo tipo de relaciones entre el Estado y el sector privado que podríamos
denominar «no sanctas». ¿Qué opinión tienes alrededor de este punto?
Entonces somos,
afortunadamente, varios los profesores que desde la UCAB pensamos y divulgamos
esas ideas. El profesor José Valentín González (Escuela de Derecho) sostiene
una opinión similar y lo ha dicho. Vuelvo al principio de la entrevista: aquí
hubo condiciones previas para que llegara Chávez. Ciertamente, la
nacionalización del petróleo fue uno de los golpes más importantes contra
la democracia. Tú necesitas instituciones sólidas, instituciones que limiten el
poder del Estado en una democracia. ¿Pero con la nacionalización del petróleo
qué es lo que logras? Identidad entre el poder económico y el poder político en
un mismo ente: el Estado. Lo que estás facilitando es la concentración del
poder. Y eso es nefasto. Entonces, busquemos los pesos y contrapesos naturales
frente a esa concentración del poder. Se supone que un contrapeso natural del
Estado es el sector privado. El problema es que en los años 70 —y Carlos
Rangel lo dijo en el auditorio de la Cámara de Comercio de Caracas, en
un discurso que además está documentado—: «Nosotros no tuvimos verdaderos
empresarios, porque esos empresarios crecieron y se fortalecieron bajo el
amparo de ese Estado petrolero, de ese Estado paternalista», y no son realmente
empresarios, en el sentido de creer en el libre mercado, de creer en la libre
competencia, sino más bien buscaron privilegios —créditos blandos, barreras
arancelarias— para garantizar sus espacios.
Andrea Rondón retratada por Evelyn Crende | RMTF
Al escucharte me pregunto:
¿estos señores que quisieron actuar como empresarios no se dieron un tiro en el
pie?
Absolutamente, pero también
ha habido excepciones en lo que está pasando. Pero como sociedad nos tenemos
que revisar, porque tenemos una responsabilidad al haber permitido que
lleguemos al punto donde nos encontramos. Alrededor hay hitos previos.
¿Mencionas la nacionalización del petróleo? Totalmente de acuerdo. También se
menciona el juicio contra el expresidente Carlos Andrés Pérez y en el que
lamentablemente participaron muchos intelectuales —el grupo de los notables—,
un episodio que está documentado en el libro La rebelión de los
náufragos de Mirtha Rivero, en cuyas páginas queda en evidencia algo que
ya he mencionado: la importancia de los pesos y contrapesos para contrarrestar
la concentración de poder —en este caso del Poder Judicial— que en esa ocasión
tampoco funcionaron. Eso es algo que tenemos que atender: el valor de las
instituciones. Su autonomía, su independencia. Que definitivamente el poder
económico esté deslindado del poder político. Eso no lo tiene que saber un
abogado únicamente, sino todo ciudadano.
Te preguntas ¿por qué Chávez
no había llegado antes? ¿Tienes alguna hipótesis?
Cuando hablo de pesos y
contrapesos también estoy hablando de sociedad civil organizada. La regla puede
ser lo que hemos venido hablando, pero también ha habido individualidades y
excepciones, uno de ellos, insisto, es Carlos Rangel. También hubo empresarios
que creyeron en el libre mercado, en las instituciones, organizaciones de
Derechos Humanos que hicieron un trabajo de contraloría cívica, instituciones
que han contribuido a difundir ideas que pudieron generar un cambio o al menos
dudas en algunas personas. En su libro, Mirtha Rivero también habla de
ciudadanos, de individualidades, que no pudieron frenar lo que parecía o era
inevitable. Los venezolanos teníamos esa cultura «liberticida» —homicida de la
libertad— y a la vez estatista.
Carlota Pérez, una de las
economistas venezolanas más influyentes, dijo que en «América Latina la izquierda se suicidó apoyando al
chavismo y suponiendo que la redistribución era la solución; la derecha se suicidó
enamorándose del libre mercado y creyendo que su enriquecimiento era
perdurable». ¿Hay un dogma del libre mercado? ¿Tenemos
que creer en él?
A mí no me gusta expresarme
en términos de izquierda o derecha. Yo creo que son términos del pasado, que inducen
a error en cuanto a lo que se desea comunicar o transmitir. Yo hablo de
liberalismo y totalitarismo. En esos extremos me defino. Utilizo esos baremos
para evaluar una determinada situación o circunstancia. Yo no considero que
exista una izquierda buena, porque pareciera que hay algo de eso detrás de esa
afirmación: que la izquierda se suicidó al apoyar a Chávez. No creo, por
ejemplo, que Allende sea la representación de una izquierda buena, porque
fueron tres años que llevaron a una situación de violencia y de hambre a un
país como Chile. Y por el otro lado, cuando se habla de libre mercado y se lo
presenta como dogma, tal vez se piense equivocadamente en lo que nosotros, los
liberales, entendemos por libre mercado. Hablamos de libre albedrío. De decisiones
individuales de cada uno de nosotros. El ser humano nace con fines y
propósitos, se fija un proyecto de vida y elige la forma y los medios en que va
a llevar a cabo ese proyecto de vida. Y en ese hacer, necesita de otros.
Principio de la división del trabajo, porque dentro de las bellezas del ser
humano están las diferencias, la diversidad. Y eso nos permite que cada uno
aporte lo que mejor pueda según sus capacidades y virtudes. Una vez más,
principio de división del trabajo. Hay un intercambio voluntario en ello. Como
dice Adam Smith: «el carnicero no te vende la carne porque le caigas bien sino
porque hay un interés del carnicero y del cliente, en venderte y en adquirir el
producto». En ese intercambio ambos salen beneficiados. El libre mercado es un
intercambio espontáneo de voluntades para que cada quien alcance sus fines y
propósitos. ¿El libre mercado es perfecto? No. Al fin y al cabo estoy hablando
de seres humanos tomando decisiones. Es ensayo y error y cuando falla se hacen
los ajustes, pero ahí no puede intervenir el Estado.
A estas alturas de la
catástrofe del chavismo ya deberíamos haber aprendido una lección. Sin embargo,
hay sectores de la sociedad venezolana que creen que radicalizando la
autodenominada revolución bolivariana se puedan resolver los problemas del
país. ¿Qué piensas alrededor de este punto?
Creo que cada vez son menos
los venezolanos que creen en este proyecto, del cual prácticamente no queda
nada. Ya los controles no los vemos. La dolarización de facto ya tocó a las
puertas. Si tomamos en cuenta los índices de violación a la propiedad privada
veremos que los ataques han disminuido y se concentran en lo poco activo que
queda en el país. Al mismo tiempo creo que al vivir en carne propia esta
situación se ha formado un sistema inmunológico en las nuevas generaciones que
son mucho más abiertas a leer a autores (Adam Smith, Friedrich von Hayek,
Ludwing von Mises, entre otros), que hasta hace muy poco eran satanizados o
defenestrados en las universidades venezolanas. Hoy en día, hablar de estos
autores es algo prácticamente natural. No han podido destruir las bases del
país y por eso tenemos esperanza. Cada vez hay más personas que aspiran a ser
ciudadanos en un sentido amplio e integral. Eso no quita que tengamos pendiente
un trabajo muy difícil.
Hay varias propuestas
alrededor del cambio político. De lo que sería una transición. ¿Lo ves posible?
¿Qué elementos políticos, económicos, deberían ser parte de esa transición?
No lo veo en este momento, y
tal vez tampoco en el mediano plazo. Digamos, una transición hacia lo que
nosotros deseamos. Empezar a reconstruir el país, siendo conscientes del valor
de la democracia, de consolidar y sostener instituciones para que sean
efectivos pesos y contrapesos, rescatar el estado de derecho que actualmente no
existe. No veo que estemos cerca de esa transición, al menos, con las opciones
políticas que existen actualmente. No lo creo, no lo veo. Y viendo un poco más
allá, diría que las elecciones que se han convocado no van a ayudar a ese
propósito. Van a tener, exactamente, un efecto contrario.
*Abogada, doctora en Derecho
(UCV), profesora de la UCAB y miembro del Comité Académico de Cedice Libertad.
20-09-20
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