Por Hugo Prieto
Lo que despertó mi
curiosidad alrededor de la intervención de
Yelitza Rivero* en el ciclo de conferencias organizado por CEDICE
Libertad sobre “Totalitarismo y Libertad” fue
su disposición a generar un debate, anclado en el libro del pensador y poeta
checo, Vaclac Havel. Ese libro, El Poder de los sin poder, es una
reflexión incontestable, sumamente aguda, sobre las implicaciones de los
sistemas totalitarios en la vida de los seres humanos.
Dice Havel: “El
director de la tienda de verduras ha puesto en el escaparate, entre las
cebollas y zanahorias, el eslogan: ¡Proletarios de todo el mundo, uníos!”.
Y es alrededor de este cártel que se construye el ejercicio de dominación del
poder, pero también -y esto es aún más valioso- la capacidad de los seres
humanos para superar la imposición de la farsa histórica que tarde o temprano
escenifica el totalitarismo. De eso trata esta conversación.
¿Qué nos dice el
letrero del puesto de frutas sobre el poder? ¿Adónde nos lleva?
Nos lleva, a mí modo de
ver, por dos vías. Una, en que lo acepto para no salirme de la mayoría, para no
pelearme con el poder, para no confrontar con nadie, para estar tranquilo. Eso
me lleva a pensar lo que ocurrió con los símbolos patrios -el escudo, la
bandera- en Venezuela. Quizás unos se identifican, pero hay otros que no. La
otra vía nos lleva a no asumirlo, porque es un letrero con el cual no me
identifico, entre otras cosas, porque no me describe mi realidad. Ambas vías
son complejas, pero para muchos, en su búsqueda de seguridad, de tranquilidad,
lo acepta.
Diría que en Venezuela
el letrero no funcionó como en Cuba, por ejemplo. Si tú quemabas una foto de
Fidel Castro, ibas directo a la cárcel. Si te referías irónicamente hacia el
che Guevara, la podías pasar muy mal.
Difiero. Yo creo que
aquí el letrero sí hizo su efecto. Quizás las consecuencias no serían las
mismas, no serían tan directas. ¿Por qué lo digo? Recordemos los inicios: la
franela roja. Muchos la aceptaron y otros la usaban por temor. En buena medida,
creo que pudo sustituir el letrero “Trabajadores del mundo, uníos”. Muchos
opositores que viven en zonas populares se vieron obligados a usar la franela
roja para evitar ataques. Lo vimos en las marchas. Y yo, que vivo en el oeste,
sabía cómo tenía que salir vestida. Si no salías de rojo, la gente sospechaba
que tú no habías aceptado el código. En sectores populares se veía muchísimo.
Hasta que hubo una especie de rebeldía social y la gente dijo: “No, el color
rojo no es de ellos. Esto no les pertenece”. Pero en una primera instancia sí se
usaban algunos símbolos.
En gran medida, los
espacios públicos, la vida pública, se coloreó de rojo. El casco histórico de
Caracas es lo más parecido a un gueto chavista. ¿Cómo influyó eso en la
política, en los instrumentos del poder?
Recordemos que este poder
llega, supuestamente, para proteger a los más vulnerables, a los que no han
sido considerados. Estos sistemas logran crear un discurso en el que se pueden
incluir a muchos sectores diferentes. Pero todos tiene algo en común: sienten
que fueron menospreciados, abandonados, por el sistema anterior. El discurso
que crea el poder es la vía para que unos se identifiquen y otros lo vean como
lo opuesto. Es decir, lo que los va a someter y a dominar. Ese discurso le
permite al poder saber quiénes lo siguen, quiénes están con él o no. Pero,
además, crea mecanismos de control. Eso lo vimos durante las marchas continuas
de otros años. ¿O acaso los empleados públicos en Venezuela no se vieron
obligados a marchar? De lo contrario, te etiquetaban o eras despedido del
trabajo. Tienes que hacer presencia, obedecer. El mecanismo de invalidarte
existe.
Chávez
sabía “hablar”, tenía una conexión indudable con la gente. Pasado el
tiempo, cabe preguntarse si esa conexión no tenía detrás una elaboración
intelectual, una elaboración política, que correspondería a sus asesores. No es
como pensamos inicialmente, que Chávez, en sí mismo, era un líder natural. La
pregunta es: ¿Detrás del hombre que sabía “hablar”, había una maquinaria
ideológica, política, simbólica?
Para mí es indudable
que había una maquinaria por detrás de toda esta imagen de Chávez. Si vemos el
caso de Venezuela y de América Latina, pues, los discursos racionales como que
no llegan. El discurso político tiene que ser emocional. El candidato canta
para que el público se identifique con él. No le da argumentos. Le canta. Saber
cómo funciona esta conexión necesita de gente que sepa “leer” el modo de ser de
esa sociedad. Para mí, Chávez tenía ese equipo y sabía por dónde ir. Eso lo
vemos en la literatura del populismo. El líder hace eso. El líder intenta
recoger esas emociones, esos sentimientos de los sectores que, como dije
anteriormente, se sienten abandonados. Pero esto requiere todo un equipo por
detrás que sepa “leer”. La oposición, y esto no lo quiero dejar pasar,
pareciera no saberlo “leer”.
En Venezuela el espacio público lo ocupa el chavismo. No hay pluralidad. Y cada vez, el espacio de la vida privada es más reducido. En la sala de tu casa, por ejemplo, está el canal 8. O el mensaje oficial edulcorado. ¿Adónde nos lleva esta intromisión avasallante del Estado?
Efectivamente, la
pluralidad no existe. Ese es el objetivo de estos sistemas. Intentar que no
haya disenso, que no haya contradicción. Que todos bajemos la cabeza. Sin
embargo, hay núcleos, quizás muy pequeños, donde se mantiene abierta la
discusión, lugares en los que la gente intenta salvar su individualidad. Lo veo
con mis alumnos de la Universidad Simón Bolívar, la necesidad de generar una
discusión en ese pequeño espacio -el aula de clases- que queda. Quizás no lo
hacen conscientemente, pero aflora esa necesidad de querer hablar con otro que
piense diferente y discuta. Sí, creo que hay una resistencia cuando cada uno de
nosotros hace su trabajo. Es lo que hacemos los que estamos preocupados por esto.
Cuidar esos pequeños espacios y que se mantengan. En el espacio privado, por
ejemplo, tenemos restringido el acceso a la información. Todos sabemos la
calidad de la Internet que tenemos en Venezuela. Nosotros, al menos, estamos en
Caracas, pero la gente del interior lo único que puede ver es el canal 8. No
por eso todos los venezolanos estamos resignados o escépticos. Hay un intento
de mantenernos en oposición. Incluso, más allá de una oposición puramente
partidista.
Es cierto y la pregunta
es: ¿llega la política hasta esos sectores? O más claramente, ¿se politizan
esos sectores?
Si vamos a esa
pregunta, no creo que se estén politizando, digamos, en la manera en que vaya a
ser efectivo un cambio o que alguien pueda recoger todo esto. Creo que los
partidos políticos no están viendo eso. En 2015, una fecha que todos recordamos
muy bien, había un candidato que hacía campaña en el oeste, en la zona donde yo
vivo, y le sugerí que fuera a un lugar en el que sabía que había muchos
opositores. Pero este señor no tenía idea de dónde quedaba. Entonces, que
alguien reconozca esa resistencia o esa posibilidad de tener una vida
diferente, desde un punto de vista partidario o partidista, no lo veo. Esto
tiene mucho que ver con el poder. Y el poder, de acuerdo con Félix García
Moriyon, se puede ver de dos maneras. Una, como dominación del otro. Dos, como
capacidad creadora, y con relación a esta última creo que a lo que estamos
viviendo se le puede dar otro matiz.
Esas iniciativas de la
sociedad civil son limitadas, aunque son plurales, diversas. Las encontramos en
núcleos académicos, en organizaciones de la sociedad civil o en las propias
comunidades. Lo insólito es que han transcurrido 20 años y no vemos conexión
con la política. Me corrijo, la vinculación es muy escasa, muy limitada.
Dos cosas. Son
esfuerzos mínimos. Lo ideal es que alguien pudiera tomarlos y reunirlos como
una orquesta. Crear algo efectivo. Eso sería lo ideal. Pareciera no estar
pasando. Pero el hecho de que exista, para mí encierra un valor. Y quienes lo
vemos así, lo hacemos en nuestros trabajos. ¿Por qué? Porque creemos que
tiene sentido. De lo contrario, apagamos la luz y se acabó la función. En
política, en las ciencias sociales, las respuestas no se pueden predeterminar.
Uno no sabe cuándo esto pueda hacer su efecto o en qué medida. Pero lo que sí
me preocupa es que no hagamos una red, que nos quedemos en esos grupitos, como
señalas. Y no empecemos a incluir a otros.
Habló de la necesidad
de crear una red. Eso me llevó a pensar en la plataforma Archipiélago que llamó
a las protestas en Cuba. Fue un grito ensordecedor que estremeció a la
dictadura castrista. ¿Cómo se podría estructurar el Archipiélago en Venezuela?
Creo que nosotros no
nos podemos aislar. Insisto, tenemos que empezar a incluir a mucha gente. Si
hablas en la calle te das cuenta de que muchos no saben de dónde agarrarse. No
se trata de ideologizar a nadie sino de pensar y de dialogar con gente que se
siente frustrada. Ellos saben cuál es la realidad que estamos viviendo y
también saben cuál es la causa. Pero no saben cuál es el destino. ¿Entonces?
Dialogar. No encerrarnos. Ir sumando y sumando. Nadie se puede asumir como el
guía de nada. Tenemos que buscar la solución entre todos. Lo que vimos, lo que
a mí me llamó la atención de las imágenes que vimos de las protestas en Cuba
fue la contextura de gente, enflaquecida hasta el hueso, en cholas, sin
zapatos. Gente que dijo: ¿qué más puedo perder, si no puedo cubrir mis
necesidades? Yo creo que los cambios no llegan solos y, si llegan solos -el
imprevisto histórico-, tenemos que estar preparados. Esa red hay que crearla,
hay que hacer el intento. Cualquier intento que se oponga al sistema me parece
válido.
Vemos los rasgos del
totalitarismo. ¿Cuán avanzado está en Venezuela?
No se trata de hacer
una lista. Son 20 cosas y ya cumplimos 18. No. Hay varios matices en el caso
venezolano, por ejemplo, el interés de los militares, los negocios del Gobierno
con otros países (China, Rusia, Cuba). Este sistema logró invalidar o contener
a todo lo que le pudiera hacer peso. Logró que la clase media, los
intelectuales, los profesionales que pudieran impulsar un cambio, se fueran del
país. En ese sentido, creo que está bastante avanzado. Logró menguar toda
capacidad de oponerse. Pero eso no quiere decir que pueda eternizarse.
Vamos a la otra lectura
que pudiera tener el cartel del vendedor de frutas. Hay una fuerza subterránea,
una pulsión de oponerse, lo que pudiéramos llamar el contrapoder. ¿Qué diría
alrededor de este planteamiento? ¿Esa fuerza existe o simplemente es una idea
disparatada que estoy esbozando?
No, no creo que sea una
idea disparatada. Vamos a lo siguiente. En un escenario sin pandemia y llaman a
los empleados públicos a sus trabajos, ¿tú crees que asistirían todos? Lo dudo.
Ya se cansaron de ponerse la franela roja. No se trata de una franela sino de
un problema de supervivencia. Creo que es un riesgo para el propio sistema.
Crearon un nivel de supervivencia que nadie quiere ir a trabajar. Si tú hablas,
no con los directivos, los grandes cargos, sino con una secretaria, un
oficinista, te dicen: yo no voy a ir. Me quedo en mi casa haciendo otra cosa y
gano más o gasto menos. Ya esos niveles de supervivencia a los que nos llevaron
es un impulso para quitarse la franela roja. Es un impulso para quitar el
letrero. Además, interviene la dignidad humana. La gente se indigna cuando
tiene que correr detrás de una bolsa de comida o cuando tiene que correr detrás
de una bombona de gas. El individuo ha tomado conciencia frente a una creciente
animalización.
Yelitza Rivero retratada por Dora Bisarini Mekel / RMTF
En las redes circula un
video que muestra a los niños del sistema de orquestas gritando “no
queremos pan”, justamente después del espectáculo que montó el Gobierno en el
patio de la Academia Militar. No se renuncia a la dignidad.
A mí no me sorprende si
tienes a todo un país recibiendo una bolsa que trae harina y granos. Que lo
hagan una vez más no sorprende. A veces, en las redes, se magnifican algunos
hechos puntuales. Pero esto está pasando desde hace mucho tiempo. Recordemos
que hasta no hace mucho teníamos que hacer cola para comprar un kilo de harina.
No es nada nuevo. Lo que debería sorprendernos es, precisamente, la dignidad y
decir: “Esto no es lo que yo me merezco”. O “esto no es digno de lo que vine a
hacer acá”. Muchos de estos jóvenes tienen su fe y eso es indudable e
innegable. ¿Se puede hacer algo distinto en un sistema que lo controla todo?
Son estos actos de resistencia los que tienen más valor, los que nos dicen que
no todo está perdido, que no estamos resignados.
Parece que lo único que
nos queda es defender la individualidad, digamos, la calidad humana que podamos
tener o preservar.
Defender la
individualidad, pero no haciéndome el ciego frente al otro, en la cual me desentiendo
de los demás porque yo puedo sobrevivir. No. Puede sonar extraño. Pero es una
individualidad en compañía. Lo contrario (una individualidad sin compañía) nos
trajo la pérdida de profesores y médicos. Cuando las universidades pidieron un
presupuesto justo, la sociedad civil volteó a ver al otro lado. Cuando los
médicos protestaron por insumo para los hospitales, a veces ni siquiera era por
salarios, la sociedad volteó a ver al otro lado. Estamos sin médicos. Creo que
es recobrar nuestra dignidad en compañía, con el otro. No dejarnos arrastrar al
sálvese quien pueda, sino es reconocer y apoyar al otro que está resistiendo.
Entonces, tenemos que construir una red, porque solos es imposible. A menos que
estés del lado del poder y salvarte. Y, sin embargo, podemos preguntarle al
señor Ramírez o a la señora Luisa Ortega Díaz si se salvaron.
¿Qué otras cosas
podríamos rescatar en medio de estas circunstancias, aparte de organizarnos o
preservar la dignidad de cada uno de nosotros?
Tenemos mucho trabajo
pendiente por hacer. Uno, formarnos porque estas situaciones se pueden prever,
se pueden estudiar desde distintas perspectivas para buscar una solución. No
todo en la vida son milagros. Dos, tenemos que ser exigentes con nuestros
candidatos de oposición, con nuestros representantes. No podemos seguir dando
cheques en blanco a cualquier líder que aparezca por una coyuntura. Si bien,
como dice Havel en su discurso de año nuevo, esto es responsabilidad de todos,
creo que los partidos políticos tienen una mayor responsabilidad. Aspiran al
poder, pero parece que no quieren alcanzarlo.
¿No es esa la pulsión
de un partido político, su fin último: llegar al poder?
Es extraño. Si lo
analizamos fríamente, los partidos políticos pareciera que no quisieran llegar
al poder. Hay tantos errores que uno no tiene que ser muy leído o un
especialista para ver esos errores de antemano.
Encuentro una mezcla de
emociones contrarias en su discurso. A veces pesimismo, a veces lo contrario.
¿Puede decir algo sobre esa impresión?
No sé qué calificativo
darle. No se trata de dar esperanzas donde no las hay. Uno tiene que ver el
panorama y ver con lo que contamos. El panorama es oscuro. Lo que comentaba. El
poder del sistema, la poca pertinencia de la oposición. La clase media fuera
del país. Personas que están sobreviviendo. No se trata de pesimismo, sino de
una descripción de la realidad, a mi modo de ver. Pero mi punto es que la
dignidad humana es una semilla que está en todos nosotros. Mi fe, mi esperanza,
está en el individuo que se reconoce como digno de una vida mejor. Digno de no
vivir en estas condiciones.
***
*Licenciada en Filosofía
(UCV), magister en Filosofía (USB). Actualmente cursa el doctorado en Filosofía
(USB). Ofrece cursos de Filosofía en los Estudios Generales de esa casa de
estudios. Es coordinadora del diplomado de Filosofía Política (Funindes-USB).
Coproductora del programa radial Travesías del Pensar.
21-11-21
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