Américo Martin 17 de octubre de 2014
@AmericoMartin
Llueven sobre Venezuela las malas
noticias. Es una tragedia redoblada, dada la universalmente admitida crisis que
viene sacudiendo la economía. Las variables económicas y sociales colocan a
este fabuloso imperio petrolero en la sima (no en la cima) del crecimiento. Se
han soltado los demonios de la degradación social, política y personal. Se
instalaron como llagas irreductibles la inflación, el desabastecimiento, la
recesión-desempleo y el empobrecimiento estructural, acompañados de los negros
heraldos que viajan por el país: los decadentes sistemas educacionales y de
salud, los pésimos servicios y, de manera eruptiva, la inseguridad personal.
La paradoja quiere que durante los
años consumidos por la sedicente revolución Venezuela contara con recursos
fabulosos. Los ingresos petroleros triplicaron los recibidos durante los
escarnecidos 40 años de democracia liberal. Y sin embargo, después de tres
lustros la bonanza se tradujo en el retroceso más brutal desde 1936. A lo largo
de tres lustros nos han hundido en un estado cataléptico. Los venezolanos no
merecemos semejante maltrato. La revolución, el socialismo están siendo
percibidos por el hombre de la calle como maldiciones del infierno.
Sorprende que los autores del colapso
no comprendan lo que está ocurriendo o, si lo hacen, traten desesperadamente de
desviar la atención hacia enemigos imaginarios para velar como puedan su
propia, clara y más que evidente responsabilidad. El gobierno ha causado la
tragedia pero opta por acusar patéticamente a la oposición, que no tiene arte
ni parte en la conducción de la economía y la gestión pública nacional. Como sus
gritos desgarrados no tienen el menor soporte probatorio, la emprenden contra
factores traídos por los cabellos. La lata acostumbrada: Uribe, el imperio, los
apátridas, la derecha y por ahí se quieren ir.
No ganan tiempo incendiando el clima
con su retórica de guerra. No lo ganan, lo pierden. El tiempo va contra ellos.
A estas alturas no se alcanza a ver la menor señal de cambio, más después de la
accidentada acrobacia que envolvió a Rafael Ramírez en algo que lo pareció.
Colocado en la cancillería, Ramírez está condenado a presenciar el tormento que
afecta a la cumbre del poder, en el que por el momento conserva si no un
sillón, al menos una silla plegable. Dado que los precios internacionales del
petróleo se están derrumbando, propuso a la OPEP una nueva rebaja de la
producción a fin de colocar el barril otra vez por sobre USD 100. Este hombre
ya no entiende nada. Arabia Saudita controla más de un tercio de la producción
y por ende impone las políticas. El caso es que los sauditas sí entienden bien
el problema. EEUU está elevando aceleradamente su propia producción y Rusia
necesita también hacerlo. Si la OPEP reduce la suya, perderá grandes espacios
frente a la competencia de esos dos grandes oferentes. Por eso Arabia saudita
recomienda al mercado y a sus socios de la OPEP prepararse para un tiempo de
precios bajos, seguramente inferiores a 90 por barril e incluso 80. En esos
casos, Venezuela tendría que darse por bien servida si su petróleo se coloca en
niveles de 85 o 75.
Ahora, fíjense amables lectores. Una
encuesta de Reuters entre las principales consultoras petroleras del mundo,
arrojó que PDVSA, el corazón económico de la revolución monoexportadora, sólo
alcanzaría su punto de equilibrio con un precio de USD 117 por barril. Si
recordamos que, como consecuencia de la disparatada gestión socialista-sigloXXI
la producción decrece, tendremos a la vista el envenenado cóctel que el país y
especialmente el gobierno deberán tomarse hasta el fondo de la copa.
Se ha dicho una y mil veces que las
crisis económicas no tumban gobiernos. El verbo “tumbar” no se aplica en modo
alguno a la oposición venezolana. Maduro se ha prodigado en acusaciones a cual
más descabellada y Cabello menos madurada. Nunca prueban nada y con el tiempo
los medios mundiales se están tomando a guasa sus fantasías. Pero internamente
las están usando para imponer silencios y vengarse de irritantes pero veraces
críticas. La estólida descarga contra Carlos Berrizbeitia, alto dirigente de
Proyecto Venezuela, parece continuar una particular operación que comenzó
asociando a Henrique Salas a no sé qué siniestra maquinación contra el
presidente. No es la única, por supuesto, el grito desgarrado de Maduro contra
la “burguesía amarilla” es a todas luces un intento desesperado para reagrupar
al chavismo contra los enemigos externos, para que pasen por alto las grietas
que la decepción y el malestar general están abriendo en el cuerpo del partido
de gobierno.
En las televisoras de Venezuela
–escucho declarar en CNN a un jefe de colectivo- no se nos da cabida. Se nos
persigue y calumnia pero no permiten que se nos oiga
Hasta hace poco, las jactancias del
Poder venían sembrando la amenaza que de ser necesario retendría el mando
presentando batalla con las Fuerzas Armadas y los colectivos en la primera
línea de fuego.
Esta prédica pretende fomentar la
impotencia en una oposición cada vez más unida, numerosa y plagada de flamantes
dirigentes.
¿Tú crees –pregunta el escepticismo-
que esta gente entregará si es derrotada electoralmente
Al final el argumento se sostiene en
militares, colectivos y -para legitimar cualquier maldad- la dictadura de
medios.
Ese tipo de análisis olvida el soplo
vital, el efecto residual de la gestión fracasada. Se trata de seres humanos.
Los colectivos, los militares, lo son. Sienten el atropello como cualquier
disidente.
Si la alternativa democrática combina
la penetración social, la inteligencia política y el factor humano, se abrirá
al país un luminoso horizonte de cambio
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