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viernes, 5 de junio de 2015

Su propio chivo expiatorio, por @axelcapriles

Axel Capriles 04 de junio de 2015

No hay lugar en el mundo por el que uno pase donde al señalar que uno es venezolano el interlocutor no lo mire a uno a la cara con cierto asombro compasivo y media sonrisa burlona para inmediatamente lanzar la pregunta: “¿Y cómo está Maduro?, ¿cómo está el pajarito?”. La mayoría agrega: “La están pasando mal allí, eh”. Maduro se ha convertido y pasará a la posteridad como el gobernante incapaz de resolver los problemas del país, por lo que la sonrisa y el asombro tienen mucho que ver con otra pregunta que solo algunos hacen: “¿Y por qué ustedes han aceptado ser gobernados por un señor así?”. Yo nunca sé cómo responder. Me avergüenza. Lo que sí está claro es que Nicolás Maduro se ha convertido en el chivo expiatorio de la revolución bolivariana, en el causante de todos los males de Venezuela, en el responsable de haber llegado al foso inexplicable en el que hemos caído. La historia le paga, así, con la misma moneda que Maduro ha hecho circular durante todos los años de su mandato: la culpabilidad del otro, el locus externo de control. Pero la verdad es que Maduro no ha hecho más que cumplir y seguir el guion que le entregaron Hugo Chávez y los Castro. Su fracaso no es un fracaso personal, es el fracaso de un modelo de sociedad, el descalabro de una visión del ser humano que pretenden ahora endilgarle a un hombre iletrado y simplón fascinado por la magia de Mefistófeles.

El proyecto de dominación y las ideas resumidas de manera clara y sucinta en el Foro de Sao Paulo en 1990, y que luego, con el triunfo de Hugo Chávez, lograron una de sus mejores concreciones y palancas, constituyen una aspiración de poder que nada tiene que ver con el bienestar de la gente y los excelsos ideales que engañosamente pregona. Necesitado de la pobreza para subsistir y crecer, el proyecto está destinado al fracaso, no, necesariamente, político, pero sí económico y social. Por ello, Chávez pasará a la historia como un héroe, como un santo o un semidiós, un adalid de los pobres, cuyo proyecto se hundió en las manos de un incompetente. Las plagas que azotan a Venezuela y a otros países de América Latina no se deberán, entonces, a la naturaleza intrínseca de la ideología política, al socialismo, a la concentración de poder en el Estado, a la destrucción de la iniciativa privada, sino a la mala gestión de unos pocos individuos. Lo importante es preservar el prestigio del sistema de dominación y canalizar la responsabilidad del fracaso a un individuo, a un chivo expiatorio, a Nicolás Maduro.


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