Axel Capriles 04 de junio de 2015
No hay lugar en el mundo por el que uno
pase donde al señalar que uno es venezolano el interlocutor no lo mire a uno a
la cara con cierto asombro compasivo y media sonrisa burlona para
inmediatamente lanzar la pregunta: “¿Y cómo está Maduro?, ¿cómo está el
pajarito?”. La mayoría agrega: “La están pasando mal allí, eh”. Maduro se ha
convertido y pasará a la posteridad como el gobernante incapaz de resolver los
problemas del país, por lo que la sonrisa y el asombro tienen mucho que ver con
otra pregunta que solo algunos hacen: “¿Y por qué ustedes han aceptado ser
gobernados por un señor así?”. Yo nunca sé cómo responder. Me avergüenza. Lo
que sí está claro es que Nicolás Maduro se ha convertido en el chivo expiatorio
de la revolución bolivariana, en el causante de todos los males de Venezuela,
en el responsable de haber llegado al foso inexplicable en el que hemos caído.
La historia le paga, así, con la misma moneda que Maduro ha hecho circular
durante todos los años de su mandato: la culpabilidad del otro, el locus
externo de control. Pero la verdad es que Maduro no ha hecho más que cumplir y
seguir el guion que le entregaron Hugo Chávez y los Castro. Su fracaso no es un
fracaso personal, es el fracaso de un modelo de sociedad, el descalabro de una
visión del ser humano que pretenden ahora endilgarle a un hombre iletrado y
simplón fascinado por la magia de Mefistófeles.
El proyecto de dominación y las ideas
resumidas de manera clara y sucinta en el Foro de Sao Paulo en 1990, y que
luego, con el triunfo de Hugo Chávez, lograron una de sus mejores concreciones
y palancas, constituyen una aspiración de poder que nada tiene que ver con el
bienestar de la gente y los excelsos ideales que engañosamente pregona.
Necesitado de la pobreza para subsistir y crecer, el proyecto está destinado al
fracaso, no, necesariamente, político, pero sí económico y social. Por ello,
Chávez pasará a la historia como un héroe, como un santo o un semidiós, un
adalid de los pobres, cuyo proyecto se hundió en las manos de un incompetente.
Las plagas que azotan a Venezuela y a otros países de América Latina no se
deberán, entonces, a la naturaleza intrínseca de la ideología política, al
socialismo, a la concentración de poder en el Estado, a la destrucción de la
iniciativa privada, sino a la mala gestión de unos pocos individuos. Lo
importante es preservar el prestigio del sistema de dominación y canalizar la
responsabilidad del fracaso a un individuo, a un chivo expiatorio, a Nicolás
Maduro.
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