Trino Márquez 22 de diciembre de 2016
El
régimen ha logrado controlar todo el aparato de Estado, con la excepción de la
Asamblea Nacional. Desde el Tribunal Supremo de Justicia hasta los modestos
tribunales de provincia, el Poder Judicial se encuentra sometido al férreo
dominio del gobierno central. Lo mismo sucede con el Poder Moral y el Poder
Electoral. En el Estado rojo nada se mueve sin el permiso o la orden directa de
Nicolás Maduro o alguien del entorno presidencial.
Quienes
gozan de mayor autonomía son los miembros del Alto Mando, que no requieren de
la anuencia del Jefe del Estado, sino del ministro Padrino López y de los
cubanos, que se infiltraron hasta en los resquicios más profundos de la
institución castrense. Desde la llegada de Maduro a Miraflores se conformó un
esquema pretoriano muy particular: no son los generales los que le rinden
cuenta al primer mandatario, sino este quien le rinde cuenta al generalato. El
poder lo comparte Maduro con sus socios militares, bajo la mirada atenta del
servicio secreto cubano, el G2, siempre vigilante a los movimientos que se dan
en el tablero nacional.
En
este modelo piramidal hay un aspecto que no obedece a las leyes que rigen la
verticalidad: la crisis económica y social, dueña de su propio ritmo. La
improvisada e irresponsable medida de recoger los billetes de Bs. 100 en pleno
mes de diciembre, adoptada por Maduro, desató la furia de la gente en gran
parte del país. Desde los saqueos en Cumaná, junio de 2016, no se había visto
una espiral de violencia como la desatada en Ciudad Bolívar, Maturín, La Fría y
Maracaibo, entre otras ciudades, la semana pasada.
Son
varias las razones por las que Maduro tomó esa decisión tan disparatada. Una
muy importante era bajar el precio del dólar paralelo, lanzado hacia las nubes
las semanas previas a la adopción de la medida. El marcador más significativo
de ese dólar son los intercambios comerciales en Cúcuta. Al succionar el
mercado fronterizo y dejar sin bolívares a comerciantes y público en general,
desde luego que el dólar tenía que desplomarse. El objetivo se logró
temporalmente a costa de desquiciar la economía y sembrar el caos en la
ciudadanía. El costo de semejante desbarro fue muy alto: la población se alzó
en algunas de las ciudades que vienen padeciendo con mayor rigor la torpeza,
desidia y corrupción del gobierno.
Lo
ocurrido en Ciudad Bolívar, arrasada por el vandalismo combinado con la ira
popular, podría repetirse en otras zonas del país. Estos episodios son
aborrecibles. Hay que condenarlos. La lucha contra el régimen y la aspiración
por una Venezuela mejor, nada tienen que ver con la barbarie. Sin embargo,
Maduro propicia este ambiente de anomia y anarquía. Venezuela se encuentra en
trance de disolución porque el Gobierno alienta el desorden. Como señala el
editorial de Analítica, parafraseando a Ortega y Gasset, vivimos en una nación
invertebrada.
Esta
pendiente hacia el abismo no puede ser
modificada por el gobierno. Maduro es garantía de improvisación, miseria y
desbarajuste. Está atrapado por la ceguera ideológica, la ignorancia supina de
lo que ocurre en los países más avanzados y equitativos del planeta, y la red
de complicidades tejida por la
corrupción a su alrededor.
Para
un escenario donde impere la violencia y la destrucción la oposición debe estar
preparada. La MUD, hay que decirlo de nuevo, no se ha ubicado a la altura de la
fenomenal crisis de los días finales del año. Los episodios registrados en el
interior podrían ser el anticipo de lo que nos espera en 2017, no solo en la
provincia, sino también en la capital. La MUD tiene que conectarse con el
sentido de urgencia que siente la gente, arrinconada por la indolencia y
represión del gobierno.
Roberto
Casanova escribió en Prodavinci hace pocos días un importante trabajo,
“Oposición reinventada”, en el que expone un conjunto de ideas que podrían
servir de base para impulsar la transformación de la MUD, sin provocar los
traumas que generalmente desatan los cambios organizativos. Yo complemento su
proposición sugiriendo que la Secretaría Ejecutiva comience a ser más Secretaría
Organizativa y menos Secretaría Política. Sería una excelente contribución para
armar la maquinaria que se necesita para encarar con éxito las turbulencias que
se avecinan.
PD: A
pesar de todo, ¡Feliz Navidad!
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