Por Simón García
Nuestra época tiene muy
cerca la guerra y el choque de armas para tomar el poder. Por ello nuestro
lenguaje apela a términos militares para aludir a actos políticos. Fantasmas de
nuestro pasado reaparecen para obstaculizar que la política tome el lugar de la
guerra como técnica para resolver los conflictos y la lucha por el poder.
Klausewitz, quien describió
la inversión dialéctica de esta evolución definió la guerra como continuación
de la política por otros medios. Esos complementos son el odio al otro, la
pasión de exterminio y el uso de la violencia. Destructores bélicos que se
imponen al hecho político fundado en la inteligencia, el descubrimiento de
intereses comunes y el acuerdo para lograrlos cívicamente.
El actual desafío al
régimen, encabezado por Guaidó y la AN, es el empeño del país para que la
política venza sobre la guerra organizada desde el Estado contra la sociedad.
El debate actual está centrado en el éxito o fracaso del restablecimiento de la
Constitución y el inicio de la reconstrucción de la economía, las instituciones
y la sociedad. La llave de este cambio es la negociación. Ninguna de las partes
puede ignorar que los procesos de negociación tienden a ser largos y los de
hambrunas, cortos.
La aspiración mayoritaria
del país es al entendimiento. Mientras más se desciende en el nivel de ingreso
menos dudas existen sobre un asunto de sentido común: si no hay solución no
tendremos escapatoria. Existir será un estertor para adaptarse al infierno y
salir vivo de él. Ese parecido dilema de sobrevivencia lo pretende resolver el
régimen construyéndose una urna de hielo que conserve su autoritarismo mientras
los demás se acaben.
Los ciudadanos responsables
y las élites, no sólo las políticas, deben impedir que fracase la negociación,
porque lo que vendrá después son los peores escenarios posibles sobre la mesa.
Si es que queda mesa.
Algunos opositores, llevando
al extremo absurdo sus delirios, le exigen a Guaidó pedir la acción militar de
Estados Unidos. Quieren ponerle la soga al cuello y sacarle la silla cuando
tengan listo un sustituto. Recursos que inciden en la alarma y el giro de EEUU
ante los estropicios del denunciado Mandela venezolano – que no es Guaidó – y
la incontenible virosis divisionista en una oposición que aún resiste la cura.
El mismo año que se usó la
expresión “Día D” para bautizar la operación militar Overlord, Bertold Brecht
escribía su Círculo de tiza caucasiano, recreando el pasaje bíblico en el
que Salomón pidió a dos madres que se disputaban a un mismo hijo, que lo
colocaran en un circulo y cada una lo jalara por un brazo para sacarlo. Según
Salomón la auténtica madre fue la que soltó al hijo para no desgarrarlo.
Guaidó debe actuar con
sentido de país porque su éxito o fracaso es el de todos. Negociar no es
concesión o debilidad sino valentía para salvar al país, a su gente, en vez de
presenciar su desgarramiento.
La democracia no se gana
desde la violencia y el exterminio de una parte. Es hora de sustituir el día D,
el de los desencuentros y las divisiones, por el Día E. El de la esperanza y el
entendimiento para refundar al país.
16-06-19
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