Por Ángel Oropeza
Ante la tarea de la
liberación democrática de Venezuela, es difícil insistir lo suficiente en la
importancia capital de la creación de una poderosa y sistemática presión cívica
interna. Para algunos analistas y observadores, sin embargo, uno de los
problemas es que la construcción, organización y promoción de la presión cívica
interna marcha a un ritmo más lento en comparación con la velocidad de los
cambios en el escenario político. Es necesario aclarar entonces que, si bien
esto es cierto, no constituye un obstáculo y mucho menos una excusa.
Efectivamente, y no
solo en Venezuela, ambas dimensiones –la política y la social- no suelen
marchar de manera sincrónica. Los hechos del escenario político suelen suceder
mucho más rápido que el trabajo de organizar a la ciudadanía y construir
presión cívica. Pero la idea no es tanto procurar su sincronía sino su
articulación. La formación progresiva de presión cívica y la organización
popular hacen falta justamente para presionar y propiciar cambios en el
escenario político, para viabilizar y hacer posible esos cambios, porque
sin ellas pueden suceder cualquier cantidad de eventos y hechos en el entorno
político y no ser aprovechados para el objetivo de la liberación democrática.
Una muy conocida
parábola del Evangelio de San Mateo cuenta que el Reino de los Cielos sería
semejante a 10 damas que tomaron sus lámparas y salieron a recibir al dueño de
la casa. Cinco de ellas eran necias y cinco prudentes. Pero las necias, al
tomar sus lámparas, no llevaron aceite; las prudentes, en cambio, junto con las
lámparas, se prepararon con tiempo y llevaron aceite en sus alcuzas. Como el
dueño de la casa tardaba en venir (algunas habrán pensado: “eso ya no va a
ocurrir, no sigo más”, mientras otras dirían “es que aquí no pasa nada”)
les entró sueño y se durmieron. A medianoche se oyó un grito: ¡Ya está aquí el
dueño de la casa! Entonces se levantaron todas y aderezaron sus lámparas. Y las
necias dijeron a las prudentes: “dennos del aceite de ustedes porque
nuestras lámparas se apagan”. Pero las prudentes les respondieron: “Mejor es
que vayan a comprarlo, no sea que no alcance para ustedes y nosotras”. Mientras
fueron a comprarlo vino el dueño de la casa, y las que estaban preparadas y se
habían organizado entraron con él al palacio y se cerró la puerta. Luego llegaron
las otras damas diciendo: ¡Señor, señor, ábrenos! Pero él les respondió: “No
las conozco”. Y al finalizar la parábola, Jesús remató con una exhortación que
muy bien nos viene a nosotros: “Estén siempre preparados, porque ustedes no
saben ni el día ni la hora».
Lo anterior viene a
cuento porque lo cierto es que el trabajo de organización ciudadana y de
articulación social para la generación de presión cívica hay que llevarlos
adelante más allá de la asincronía y de los vaivenes –muchas veces imprevistos-
del escenario político, porque no es posible esperar el momento que hagan falta
para entonces empezar a construirlas. Ya sería demasiado tarde.
Si alguna
característica tiene hoy nuestro país, es que su futuro es altamente incierto e
impredecible. Nadie sabe lo que nos espera ni lo que va a pasar en Venezuela.
Hay cosas que sabemos y otras que no. Pero los acontecimientos por venir
no nos pueden sorprender desmovilizados, desorganizados o durmiendo. Como las
señoritas necias de la parábola de Mateo.
Por supuesto, esta
tarea sufre la acción de muchos factores en contra. La lucha diaria por la
supervivencia, la falta de comunicación debida a la hegemonía mediática de la
dictadura, que hace que la gente no se entere de lo que hacen los demás y
termina creyendo entonces que no está pasando nada, el miedo entendible y
lógico de muchos de nuestros compatriotas, la migración forzada, la crónica
crisis económica y la represión selectiva pero salvaje de la dictadura contra
dirigentes políticos y sociales locales, todo esto corre en contra del objetivo
de la organización popular.
Además, la formación de presión cívica requiere de un elemento necesario y es la presencia activa de estructuras sociales y partidistas aguas abajo para empujar esa labor. Y los mismos factores expuestos en el párrafo anterior también han mermado en alto grado estas estructuras organizativas, y esa es una de las razones por las cuales ha resultado –y resulta- tan difícil la construcción de una poderosa y eficaz fuerza de presión interna como cabría esperar en una situación tan grave como la que vivimos. Por ello es necesario y urgente el trabajo de construir nuevas estructuras de organización sociales y políticas locales, en las comunidades y barrios, y fortalecer las que existen. Ello requiere, en primer lugar y por supuesto, que nuestra dirigencia política y social asuma esta tarea –ciertamente lenta y complicada- como prioritaria, si queremos que el resto de las piezas tácticas del engranaje del cambio funcionen y se alcance el objetivo.
Este es uno de los
retos más difíciles para nuestro liderazgo y para todos quienes luchamos por la
liberación democrática de Venezuela. Hoy por hoy, el partido político más
grande del país es el partido de los descontentos. Y el principal compromiso de
una dirigencia política y social unitaria es actuar como cara visible del país
en demanda de cambio, como vanguardia política del descontento. Desde esa
posición de vanguardia, su preocupación prioritaria debe ser cómo conectar con
su base de apoyo, que es precisamente la inmensa legión de descontentos y
sufrientes.
No se trata de la
ingenua conseja de intentar dirigir la conflictividad social, que es
precisamente la expresión conductual del descontento. Ello no solo es
políticamente inconveniente sino además inútil, pues la conflictividad tiene su
propia y autónoma dinámica. Se trata de que nuestra dirigencia política y
social se conciba a sí misma y se plantee funcionar como el instrumento
político de la lucha social de los descontentos. Y eso pasa, entre otras cosas,
por evitar que algunos sectores de la población perciban o crean que hay dos
luchas distintas: la política y la del descontento callejero. La lucha es una
sola, y es lograr la canalización política del descontento, tanto para lograr
el cambio de régimen como para generar las condiciones políticas que permitan
la gobernabilidad y estabilidad de la transición.
El resto de los
venezolanos tenemos también varias tareas frente a la asincronía de los relojes
político y social. La primera es perseverar, que es muy distinto a simplemente
tener paciencia. La segunda es confiar en sus propias capacidades, fortalecidas
en el duro crisol de las adversidades. Y la tercera es no caer en las trampas
de nuestros explotadores de turno, interesados en exacerbar constantemente la
división, la desesperanza y el desánimo.
En esta larga lucha por
la liberación democrática de nuestro país no tenemos balas, y aunque las
tuviéramos no las usaríamos, por un asunto no sólo de convicción sino de
aprendizaje histórico. Uno sabe cuándo comienza la violencia pero no sabe
cuándo termina. Pero, además, el peor error es parecerse a lo que uno quiere
combatir. Y los violentos son a quienes estamos combatiendo. Si del lado de la
dictadura lo que hay es represión, fuerza bruta, balas y mentira, del lado de
quienes amamos a Venezuela lo que tiene que haber son argumentos,
organización popular, presión cívica y verdad.
¿Difícil? Mucho. Pero
como afirmaba Cicerón, cuanto mayor es la dificultad, mayor es la gloria. Por
ello, si hacemos lo que tenemos que hacer, nuestros hijos nos agradecerán
siempre haberles dejado una patria en herencia y nos recordarán cada vez que
con orgullo reciten o canten aquello del “gloria al bravo pueblo”.
05-08-21
https://www.elnacional.com/opinion/los-relojes-asincronicos/
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico