A lo largo de la semana, órganos de prensa, entre otros la BBC, recordaron la crisis de los cohetes de Cuba. El mundo estuvo a un paso del apocalipsis nuclear. El miedo y la paranoia desataron una escalada en el pulso que libraban Estados Unidos y la Unión Soviética.
De nuevo, los fantasmas cobran protagonismo y siembran el terror a propósito de la invasión a Ucrania. Una bomba táctica, una bomba sucia, de eso se habla, ¿Y luego?
En este contexto, he querido rescatar un episodio doméstico, con un potencial menos destructivo, aunque marcó un antes y un después en Cuba. Se trata de la película PM (Pasado Meridiano, que así se llama), del cineasta cubano, Orlando Jiménez Leal y Sabá Cabrera Infante.
Después del fiasco de Bahía de Cochinos (abril de 1961), Fidel Castro declaró el carácter marxista leninista de la revolución cubana; alineaba así el país a la órbita soviética. A la radicalización del proceso político siguió un ajuste de cuentas con enemigos reales e imaginarios. En ese momento se libraba una lucha por el poder cultural entre el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos, controlado por la visión dogmática y soviética del arte, y el diario Revolución y su magazine cultural, Lunes de Revolución, de tendencia abierta que dirigía Guillermo Cabrera Infante. El chivo expiatorio fue la película PM, filmada en 1960, censurada e incautada por las autoridades, luego de una primera exhibición, en la que fue ovacionada por el público. Sencillamente, la película no hacía honor a los nuevos tiempos, ni al proceso revolucionario. Solo plasmaba la pauta de trabajo que llevaron a cabo Orlando Jiménez Leal y Sabá Cabrera Infante, un paseo de tres días por los lados del puerto habanero, en cuyos bares y locales nocturnos la gente bailaba y rumbeaba, cubanos deseosos de echar un pie, desentendidos del sacrificio y el heroísmo de una revolución. El retrato de PM, un corto de 14 minutos, hirió la solemnidad de Fidel Castro. Por lo tanto, el partido –la connotación refiere al poder absoluto- bajó la línea política y el arte se convirtió en propaganda. Se liquidó toda disidencia, toda pluralidad. Si algo había quedado en pie o sobrevivido, la crisis de los cohetes, en 1962, sirvió para terminar el trabajo de depuración y limpieza ideológica.
Es cierto que los procesos de Cuba y Venezuela son distintos, pero hay coincidencias y puntos de conexión. De eso, precisamente, nos habla Orlando Jiménez Leal*.
Un nuevo aniversario de la crisis de los cohetes en Cuba. Y también de su película PM. ¿Qué fue lo que vio en ese momento?
Yo era camarógrafo de un canal de televisión y (a los 19 años) me pidieron que hiciera un reportaje sobre la noche habanera. Mi pauta era: Cómo se preparaba la gente para la invasión de la que todo el mundo hablaba. Y yo descubrí que La Habana se preparaba bailando, rumbeando. Claro, eso estaba en contra de la visión soviética y del realismo socialista (de Fidel Castro). Había una solemnidad que se le imponía a trancazos a un pueblo, que lo que quería (después de haber derrocado a Batista) era pasar página… ¡Qué sé yo! Vivir su vida. Eso fue lo que le molestó. Pero él cayó en su propia trampa. Era un caprichoso él. Además, muy racista. En su mentalidad, eso (PM) no era una voluntad artística, ni una película, ni nada, sino unos negros bailando por la noche. Chocaba con su visión histórica de la revolución. También había (en ese año) una lucha por el poder cultural, centrada básicamente entre el periódico Revolución, órgano oficial del movimiento 26 de Julio y su magazine Lunes de Revolución y el Instituto de Cine cubano, apegado a esa visión neorrealista socialista, que dirigía Alfredo Guevara (uno de los comisarios del régimen castrista). Entonces, era una lucha por la hegemonía del poder.